Historia de México: del bronce a la manipulación

Por Jafet Rodrigo Cortés Sosa

Si hacemos un poco de esfuerzo y vemos hacia atrás, recordaremos las clases de historia cuando éramos pequeños. Desde ahí, podremos darnos cuenta que la explicación puesta sobre la mesa respecto a las diversas etapas de la vida pública del país, era simplificada como una incesante batalla entre buenos y malos.

La enseñanza nos presentaba héroes y villanos; unos luchaban por la libertad y otros por la destrucción y esclavización de nuestro mundo. Nos enseñaban a vanagloriar a unos al mismo tiempo que nos incitaban a odiar a otros.

Evitaban a toda costa contarnos sus defectos y más oscuros secretos, mientras que en otros casos nos instruían a olvidarlos, sin contar los aciertos, por pocos o muchos que pudieran existir.

La verdad muestra muchos matices que complican esta dicotómica forma de ver el mundo.

La historia de bronce encarna un velo que nos oculta a todas luces la naturaleza de los personajes principales y secundarios, que en sí, son individuos de carne y hueso; con defectos, virtudes e ideologías; con errores, aciertos y vicios, así como el ánimo natural por trascender.

La historia al final la escriben quienes ganaron la lucha; los perdedores se atienen a ser olvidados o a ser recordados como los villanos en cada relato que subsecuentemente sea contado a las futuras generaciones y las actuales.

En sí, la historia no tiene más color que el de la sangre que funge como tinta en cada una de sus páginas. No tiene color ni bandera, estas solo las tienen quienes la escriben con la intención de tergiversar los hechos; con la encomienda de manipular lo que realmente pasó.

Así, muchas veces se ocupa la historia como una herramienta para crear realidades, acentuando elementos que vuelcan a la sociedad hacia una dirección en específico; a pensar o actuar de cierta forma, dependiendo lo que al régimen en turno le convenga.

Un ejemplo muy claro se encuentra en Afganistán. Lo primero que hacía el Talibán al llegar a una comunidad, antes de hacerse del control del país, era tomar las escuelas, despedir a los maestros que enseñaban conforme al programa del gobierno afgano y después de eso, montar una escuela que enseñara conforme a sus creencias y religión, y que contara su versión de la historia para formar nuevos talibanes.

Si recorremos el siglo pasado, en la Alemania nazi también consideraban importante la educación y la historia para el control y la manipulación.

Así, resaltaban un relato desnaturalizado del ahora, mezclado con estrategias de propaganda, justificando las decisiones del gobierno, la guerra, y en casos más extremos, la violación sistémica de derechos, la persecución y el genocidio.

El México post revolucionario montó un nacionalismo tomando como estandarte la Revolución misma, todo para concretar la institucionalización a nivel nacional, generar cohesión social y avanzar hacia una nueva etapa dejando las armas.

A la fecha se siguen enseñando los simbolismos en la historia de México, sin revelar siquiera una parte de todo lo que estos ocultan.

Se siguen enseñando las historias de héroes que muchas veces parecen más que eso, “gesticuladores”, que se apoderan de las hazañas de otros nombres y apellidos, que murieron sin poder ser inmortalizados, relegándolos al olvido.

Al día de hoy, a nivel Federal se ha actualizado la batalla por reescribir la historia e integrar nuevos estandartes de lo que llaman la Cuarta Transformación de la vida pública del país, resaltando de manera propagandística los símbolos patrios en aras de instaurar un nuevo nacionalismo de bronce.

En sí, la historia de bronce, que se guía de interpretaciones blanco y negro, se basa principalmente en la creación de relatos y la cimentación de símbolos, para homologar a la población en cuanto a su visión respecto del ahora, basado en la única interpretación válida de la realidad.

Siempre tiene que existir un villano para que esta fórmula funcione, dividiendo el panorama en dos bandos: El movimiento independentista contra la corona española; Porfirio Díaz contra Benito Juárez; Francisco I. Madero contra Díaz; Victoriano Huerta contra Madero; Venustiano Carranza contra Huerta; y así, hasta el día de hoy. Siempre hay una lucha de poder, donde lo diferente es la historia que nos cuentan, que muchas veces, dista mucho de la verdadera objetividad.

En el retorno institucionalizado de la historia de bronce, contada no sólo desde los libros, sino desde el mismo gobierno, no hay puntos medios. Somos héroe o villano; liberales o conservadores; siervos de la nación o somos parte de la mafia neoliberal que ha hundido a México.

La dicotomía siempre ha servido para facilitar la enseñanza y marcar claramente el lado “correcto” de la historia; rodeado de banderas, que ayudan a cimentar ideologías a conveniencia.

Y no nos asustemos. Todos los gobiernos lo han hecho, de una u otra forma, evidente o no. Siempre ocupan a la historia y su enseñanza como un medio de control; una forma de homologar el pensamiento y reducir al mínimo cualquier vestigio de criterio distinto al que propone el oficialismo.

Qué es la historia sino un movimiento perpetuo, cíclico en espiral. Donde los eventos suceden de nueva cuenta, pero con otros nombres y apellidos, en otras latitudes y con otros climas.

La historia en sí, no es una, sino muchas que interconectadas nos dan una respuesta más clara a lo que está pasando con el ahora, y nos enseñan entre líneas, lo que debemos hacer para no repetir aquellos pasajes oscuros que nos han costado tanto como humanidad.

Debemos escribir la historia, pero no de bronce, ni tampoco escribirla enceguecidos por la plata, el oro, o la idea efímera y personalísima de trascender; sino simplemente escribirla en papel, desde la objetividad, y desde ahí mismo, transmitirla a las generaciones por venir.

Los caminos de ida y de regreso, siempre se transforman, eso, es la historia.

Datos del autor:

Licenciado en Derecho por la Universidad Veracruzana

Consultor Político y de Comunicación/ Humanista/ Escritor y poeta/ diletante de la fotografía.

Xalapa, Veracruz; México / Twitter e Instagram: @JAFETcs / Facebook: Jafet Cortés

Colaboración de Latitud Megalópolis

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