La caída de una heroína
Por Brenda Trujillo
Ella era la ganadora. Úrsula se sentía autorrealizada. Había obtenido el Premio Nobel de Literatura 2030. Su trayectoria de éxito comenzó, desde hace 5 años y ahora, estaba casi en la cima. Su camino como literata y periodista fue inculcado cuando tenía 7 años; siempre le encantaron las historias de tragedias y las eróticas.
Su libro que detonó el triunfo del Nobel y buenas críticas se titulaba: “Mi reflejo perverso”, su tercera obra literaria en dos años. Todos le aplaudían; su equipo de trabajo, sus amigos, su esposo Ulises le guiñaba un ojo desde la primera fila y su novia, Alejandra le devolvía una sonrisa tierna. Sus padres, algunos de sus tíos y primos la vitoreaban y le aseguraban que, saliendo del evento, se irían a festejar. Hasta el fondo, se encontraban otros de sus tíos, parientes y sus dos hermanas, quienes no parecían muy contentos y solo estaban allí por obligación. El restante del público era el más asombrado.
Una vez que finalizaron las exclamaciones, Úrsula desde la tarima, dirigió unas palabras a los presentes:
“Agradezco infinitamente el esfuerzo de todos los que me han apoyado, a lo largo de mi trayectoria. He estado en el precipicio, pero también en la gloria. Ahora es ese momento. Toda mi dedicación literaria se la debo a escritores como Dostoyevski, Tolstoi y en la infancia, a J.K. Rowling. Esta obra representa la libertad de los distintos tipos de erotismo, es menester mantener el criterio muy amplio para que se embelesen…”
Más tarde, en la noche, ella y sus acompañantes realizaban un festín, en honor a su Premio Nobel. Jamás hubiera imaginado llegar hasta ahí. Se sentía muy a gusto con su esposo, estaban casados desde hace dos años y él había aceptado, sin problemas, que también se involucrara con las mujeres. Vivían los tres juntos.
La celebración se realizó en una estancia vacacional en Los Cabos, se ofreció un banquete de puras carnes y ensaladas exóticas, después ella recitó un poema frente a todos. También tenía como invitados a otros escritores con quienes estuvo un par de horas intercambiando ideas acerca de la próxima obra que planeaba lanzar.
Una vez que se fueron marchando los personajes destacados y de trabajo, Úrsula se quedó con sus amigos tomando caballitos de tequila y un poco de champagne, algunos familiares se unieron gustosamente al festejo, pero una de sus hermanas, parecía estar allí únicamente para criticar el entorno y estar con rostro de pocos amigos. Úrsula sabía que su hermana Amaranta era su antípoda: una prestigiosa matemática, pero muy envidiosa, profesaba religiones y estaba en contra del liberalismo, se jactaba de ser monógama y heterosexual; además de que ejercía la doble moral.
La literata se acostumbró al modo de pensamiento de Amaranta, pues por ello existe la diversidad, pero sí era tedioso, a veces, lidiar con grandes diferencias ideológicas dentro de la familia.
El festín duró cinco días, junto con sus camaradas, esposo y novia. Los demás partieron, entre ellos su hermana; no obstante, a Úrsula le preocupó que permanecía muy callada y recelosa. Antes de que se fueran, su mamá le susurró al oído que ignorara los desdenes de Amaranta.
El arrebato de sus amores y el adiós brutal
Dos semanas después, Úrsula se encontraba como cada semana laborando en su editorial, acababa de tener una reunión con su personal de la revista que se publicaba cada quincena. Una situación la preocupaba; desde la noche anterior, no sabía nada de Ulises, ni de Alejandra. Les había asignado una actividad de trabajo, pues también pertenecían al equipo de su empresa, pero no le contestaban las llamadas en las últimas horas.
Era rarísimo. Ellos nunca hacían eso. Sin embargo, al poco rato, recibió un mensaje de su hermana Amaranta: “Te espero en la entrada de tu casa, es urgente”, Úrsula se extrañó doblemente y se dirigió rápidamente a su domicilio. Tenía un presentimiento.
Se bajó del automóvil y corrió a la entrada de su casa, no vio a Amaranta, pero abrió la puerta y encontró su pared rayada con letras rojas que decían: “HEREJE, INMORAL”, su corazón latía velozmente, escuchó unos sollozos. No sabía de donde provenían.
Recorrió la casa, hasta que detectó que el origen de los ruidos era la azotea. Úrsula subió y halló un panorama espeluznante: Alejandra estaba amarrada con una soga dorada en una silla y a lado de ella había un tambo con cinco litros de gasolina, Amaranta se aseguraba de que los nudos estuvieran cada vez más apretados y en su mano sostenía un martillo. La ropa de su hermana vislumbraba sangre. En el rincón, reinaba otro espectáculo aún más espantoso: a Ulises lo atravesaba un hacha en su estómago, su cadáver indicaba que desde hace horas lo asesinaron.
Amaranta le sonrió a Úrsula. Esta última preguntó: ¿Qué has hecho?
- ¿Tú que crees? Lo maté, así como le arrancaré la vida a Alejandra.
- ¡Maldición! ¡No te he hecho ningún daño para que mis amores sean merecedores de esto!- contestó Úrsula y se lanzó a abrazar el cuerpo de Ulises, más que tieso y frío, se veía taciturno y con un inmenso dolor.
- Nunca compartimos ni cariño, ni ideología. Siempre te odié. Nunca supe como herirte, hasta que me percaté de tu gran debilidad: Ulises y Alejandra. Ese día te vi en la ceremonia del Premio Nobel y realmente no te lo mereces. Eres una libertina. Dirás que yo soy conservadora, pero es mejor así, la sociedad que te propones nunca existirá.
- ¡Cómo te atreves! ¡Tu que sabes de grandeza, intelecto, amores o felicidad! ¡Maldita hipócrita! Serás mi hermana de sangre, pero eres el peor ser, desabrido y sin gracia.
El rostro de Amaranta adoptó un matiz rojizo y de furia; por ende, vociferó: “Y tendrás más razones para creerlo, pero lo mejor para mi es tener la satisfacción de verte sufrir”, dicho esto le asestó dos martillazos a la nuca de Alejandra y salpicó sangre por doquier De inmediato, Úrsula se convirtió en una fiera, agarró el hacha que atravesaba a Ulises y a los lejos se la enterró a su hermana en el pecho, la sacó con fuerza y se la propinó nuevamente en la cara. Amaranta quedó desfigurada y aún alcanzó a pronunciar: “Me alegro haberte arruinado la vida”. A los segundos, murió.
Úrsula sentía que levitaba, una exasperación le acechaba en el corazón. La irrealidad la dominaba. Alejandra también estaba completamente deshecha y aún derramaba líquido rojo. Estuvo durante horas a lado de ellos, una vez que oscurecía se dispuso a limpiarlos y vestirlos con una ropa formal, se contentaba del trato cuidadoso que les daba, llevó un sillón a la azotea y los sentó. También puso una mesa de centro. Lucían guapísimos, aunque muertos…
Ella fue a tomar una ducha y se puso ropa ligera para ir con ellos a la azotea, en la mesa de centro puso tres copas y un champagne, antes de tomárselas se sentó en el sofá y tuvo una especie de sexo con los cadáveres. Por última vez, se daría ese placer. A los dos los amaba. No volvería a encontrar a alguien como ellos, quizá debería seguir con su trayectoria literaria, justo que se situaba en la cúspide, pero… ¡No podría! ¡Sin ellos!
Después de besarlos y acurrucarlos en sus posiciones, se tomó las tres copas y se aproximó a la orilla de la azotea, sintió vértigo y para tomar valor se empinó la botella. Se le derramaron lágrimas, ya tenía tiempo que no lloraba amargamente, empero dada la situación no lo evitaría… Respiró profundo, volteó a observar el sillón y las cabezas de Ulises y Alejandra, cerró los ojos y se arrojó al vacío… ¡PUM! ¡PUM! Un estruendo y un grito. Un impacto terrible contra el asfalto. ¡Que choque tan horrible!
Los curiosos empezaron a acercarse a ver a Úrsula, se escucharon murmullos y exclamaciones de sorpresa. Sin embargo, se dieron cuenta de que la caída se originó desde la azotea, al mirar hacia arriba observaron a un hombre y una mujer que estaban parados en la orilla. Los empezaron a señalar, ellos no se movían de ahí, pero veían hacia el cadáver de la suicida… ¿Quiénes eran?
Úrsula ya no tenía pulso. Se había detenido su corazón.
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