Oaxaca: tierra de orígenes

(PL) Desde la pirámide más alta de la zona arqueológica de Monte Albán, Epifanía Vásquez otea el horizonte donde deslumbran los vestigios de la grandeza de su pueblo, los zapotecas, una de las etnias originarias de Oaxaca, al suroeste del país.
Aquí se considera que estuvo uno de los primeros Estados o forma de gobierno de la historia prehispánica y durante mucho tiempo fue sede del poder dominante en los valles centrales de la región.
Como la mayoría de las grandes metrópolis mesoamericanas, Monte Albán fue una ciudad con una población pluriétnica, como lo es hoy Oaxaca de Juárez, capital de este estado mexicano, uno de los más pobres y de mayor población indígena.
Epifanía acaba de asumir la presidencia de la Comisión Internacional de Derechos Humanos, una organización no gubernamental que desde México aboga por el respeto a la dignidad del hombre. Ella tiene razones personales para esta causa: su padre fue asesinado en el 2013 cuando fungía como presidente municipal.
«Fueron sicarios en contubernios con autoridades», afirma esta mujer de aspecto frágil pero que conserva la voluntad y fuerza para seguir adelante.
«Tenemos muchas cosas por hacer por nuestra gente, los más pobres y marginados, a veces por hablar una lengua que otros consideran rara», dice a Prensa Latina sobre una problemática que afecta en particular a Oaxaca, donde más del 60 por ciento de la población es originaria.
El estado tiene una composición sustentada en la presencia mayoritaria de sus pueblos y comunidades indígenas cuyas raíces culturales e históricas se entrelazan con las que constituyen la civilización mesoamericana; hablan lenguas propias, han ocupado sus territorios de forma continua y permanente donde, con cimientos fuertes, consolidaron sus culturas.
Así ocurre con los amuzgos, chatinos, chocholtecos, huaves, mazatecos, mixtecos, triquis, zoques, cuicatecos, chinantecos, chontales, ixcatecos, mixes, nahuas, zapotecos y los negros de la costa, afromexicanos que, por la Constitución oaxaqueña son reconocidos como una de las 17 etnias del territorio.
Los amuzgos están en peligro de extinción, afirma Jacobo Sánchez, secretario de Acción Indígena del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en Oaxaca, que está dividida en ocho grandes regiones geográficas, entre ellas El Valle, la Sierra, el Istmo o la costa, donde viven las diversas comunidades que hacen distinguen al estado.
Según Sánchez, quedan menos de cinco mil amuzgos, un fenómeno en el que la pobreza hace lo suyo, también vinculada con la migración en busca de mejores condiciones de vida.
En San Bartolomé Quialana, uno de los municipios oaxaqueños, solo encuentras mujeres, abuelas, madres, tías, muchachas, pero todos los hombres se han ido para encontrar fuentes de trabajo, refiere el dirigente local del PRI.
Junto a pueblos milenarios se pueden perder también lenguas, de las 16 que se hablan en Oaxaca, junto a 300 derivaciones. No hay que alejarse mucho de la capital para comprobar los cambios de tono entre comunidades zapotecas, subraya.
Sánchez explica que en El Valle confluyen todas las etnias producto de la emigración, en particular de los mixtecos, que viven en una zona muy árida donde apenas llueve una vez al año.
En la Sierra es distinto, allí están la mayoría de los bosques y sus habitantes han aprendido a reforestar y conservar ese bien natural y el equilibrio ecológico.
TIERRA DE TRADICIONES
Uno de los elementos que más definen a estos pueblos es su trabajo comunitario o el tequio; los integrantes de una comunidad aportan materiales o su fuerza de trabajo para realizar una obra para bien común. También son peculiares las formas de elegir autoridades, de convivencia, y en particular sus fiestas.
La Guelaguetza es una ayuda mutua, entre comunidades o familias, para llevar a cabo una fiesta. Consiste en dar una contribución en especie. En Oaxaca de Juárez, en julio, se desarrolla la Guelaguetza, toda una fiesta del Folclor, música, baile, tradiciones.
Allí concurren los grupos de bailes que pasan primero por el visto de un comité de autenticidad. Está la danza de los diablos, con máscaras alegóricas y vestimenta de vaqueros, también los vestidos largos y coloridos de las bellas bailarinas de la Costa, bañada por el océano Pacífico.
Son variados y recurrentes los trajes tradicionales, como el caso de las niñas y mujeres de San Bartolomé de Quialana, zapotecos de los valles centrales, quienes casi desde el momento de su nacimiento portan un paliacate en la cabeza, visten blusa de encaje y calzan huaraches (sandalias) de cuero.
EL MERCADO DE TLACOLULA
Si alguien quiere imaginar cómo fueron los mercados (tianguis) antes de la llegada del conquistador, el de Tlacocula de Matamoros, a unos 30 kilómetros de la capital oaxaqueña, le brinda esa oportunidad, también aderezada por la confrontación y mezcla provocada por la irrupción de los españoles, con su iglesia levantada por misioneros dominicos en el siglo XVI.
Cada domingo, al igual que hace siglos, allí concurren representantes de diversas comunidades a vender o intercambiar sus productos. En casi un kilómetro de puestos, kioscos, esquinas, están a la vista la alfarería, los trajes típicos, mantas tejidas a mano, semillas, cueros curtidos, vegetales, guajalotes tomados de las patas por ancianas de vestimentas que ponen sello a su procedencia.
Y sobre todo la comida, que aunque para los venidos de otras latitudes viene a ser desayuno, aquí es toda una orgía culinaria al costado de la carnicería, donde las indias como antaño preparan la tortilla, el tasajo, el atole, el chocolate blanco y espumoso; ofrecen las nieves heladas y frutales, en una profusión de olores, sabores y colores que deslumbran.
En Oaxaca se prepara la tortilla de maíz de mayor diámetro de todo México, la Tlayuda se sirve con infinidad de ingredientes: frijol negro molido, queso trenzado, col, chorizo, tasajo y, claro, mucho chile o picante, aunque a gusto del consumidor.
Pero en Tlacocula tienen la especialidad del caldo de pata de res, y otros donde la carne y menudencias de chivo y borrego y aderezos consiguen la delicia del paladar.
No lejos de allí se levantan las destilerías del mezcal. Se presume que los grupos humanos originarios de acá aprovecharon el agave o maguey para producir el mexcalli, ese licor hoy conocido internacionalmente, pero que también expresa la historia, los dramas y retos para los indígenas de Oaxaca y otras regiones de México.

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