El vacío del poder
Por Francisco Tomas Gonzalez Cabañas
En los primeros años sesenta, a causa de la contaminación del aire y sobre todo en el campo, a causa de la contaminación del agua (los ríos azules y los arroyos transparentes), comenzaron a desaparecer las luciérnagas. El fenómeno fue fulminante y fulgurante. Tras unos pocos años ya no había luciérnagas. Son ahora un recuerdo, bastante desgarrador, del pasado : y un hombre anciano que tenga ese recuerdo, no puede reconocerse en los nuevos jóvenes a sí mismo cuando era joven, y por lo tanto, no puede tener aquellos bellos sentimientos de antaño.
La democracia era descaradamente formal. Se basaba en una mayoría absoluta obtenida mediante los votos de enormes estratos de las capas medias y de enormes masas campesinas, controladas. Este control por parte era posible sólo si se fundaba en un régimen totalmente represivo. En este « universo » los « valores » que contaban eran los mismos que de siempre: la Iglesia, la patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad. Estos « valores » eran « también reales ». Pero en el momento en que eran asumidos como « valores » no podían más que perder toda realidad, y convertirse en atroz, estúpido, represivo conformismo de Estado : el conformismo del poder.
Todo ello resulta claro e inequívoco hoy, porque entonces se alimentaban, por parte de los intelectuales y de los opositores, esperanzas insensatas. Se esperaba que todo eso no fuera completamente cierto, y que la democracia formal significase algo en el fondo.
Los intelectuales más avanzados y críticos, no se habían dado cuenta que « las luciérnagas estaban desapareciendo ». Nadie podía sospechar la realidad histórica que constituiría el futuro inmediato, ni identificar aquello que entonces se llamaba « bienestar » con el « desarrollo » que habría debido realizarse de manera plena.
No estamos ya, como todo el mundo sabe, frente a « tiempos nuevos », sino frente una nueva época de la historia humana : de aquella historia humana cuyos plazos son milenarios.
He visto « con mis sentidos » al comportamiento coercitivo del poder del consumo recrear y deformar la conciencia del pueblo, hasta una irreversible degradación. Esto no había ocurrido hasta ahora, período en el cual el comportamiento estaba totalmente disociado de la conciencia. En vano el poder « totalitario » insistía y reiteraba sus imposiciones de conducta : la conciencia no estaba implicada en ellos. Los « modelos no eran más que máscaras, para ponerse y llevar.
Todos mis lectores se habrán dado cuenta seguramente de un cambio en los poderosos : en pocos meses se han convertido en máscaras fúnebres. Es verdad : continúan luciendo sonrisas radiantes, de una sinceridad increíble. En sus pupilas se coagula una verdadera, beata luz de buen humor, cuando no se trata de la amigable luz de la argucia y de la malicia. Cosa que a los electores agrada, parece tanto como la felicidad plena. Además, nuestros poderosos continúan impertérritos su parloteo incomprensible : en el que sobrenadan los « flatus vocis » de las habituales promesas estereotipadas. En realidad son precisamente máscaras. Estoy seguro que si levantáramos estas máscaras no encontraríamos siquiera un puñado de huesos o de cenizas : encontraríamos la nada, el vacío.
¿Cómo hemos llegado a este vacío ? O, mejor, « ¿cómo han llegado a él los hombres de poder ? »
Los hombres de poder han pasado de la « fase de las luciérnagas » a la «fase de la desaparición de las luciérnagas » sin darse cuenta. Por más que esto pueda parecer próximo a la criminalidad, su inconsciencia en este punto ha sido absoluta : no han sospechado minimamente que el poder que ellos detentaban y gestionaban, no sólo estaba simplemente sufriendo una « normal » evolución, sino que estaba cambiando radicalmente de naturaleza.
Los hombres del poder han sufrido todo esto creyendo que lo administraban. No han advertido que esto era « otra cosa » : inconmensurable, no sólo con ellos sino con toda una forma de civilización. Como siempre (cfr. Gramsci) solamente en la lengua se habían advertido los síntomas.
Sin embargo, en la historia el « vacío » no puede subsistir : sólo puede ser predicado en abstracto y por absurdo. Es probable que, en efecto, el « vacío » del que hablo esté ya llenándose, a través de una crisis y de un reajuste que no puede dejar de implicar a la nación al completo.
Casi como si sólo se tratase de « sustituir » al grupo de hombres que nos han gobernado tan atrozmente durante años, llevándonos al desastre económico, ecológico, urbanista, antropológico. En realidad, la falsa sustitución de estas « cabezas de alcornoque » por otras cabezas de alcornoque (tal vez no menos, sino quizás más fúnebremente carnavalescas), realizada mediante el refuerzo artificial de los viejos aparatos de poder no serviría para nada. El poder real al que desde una decena de años han servido las « cabezas de alcornoque » sin advertir la realidad : he aquí algo que podía haber colmado ya el « vacío ». De este poder « real » nosotros tenemos imágenes abstractas y en el fondo apocalípticas : no podemos imaginarnos qué « formas » asumirían, sustituyendo directamente a los sirvientes que lo han tomado por una simple « modernización » de técnicas. De todos modos, en cuanto a mí (si ello tiene algún interés para el lector) que quede claro : yo, por más multinacional que sea, daría toda la Montedison, por muy multinacional que sea, por una luciérnaga. (Leggere in italiano in fondo pagina : « Il vuoto del potere » ovvero « l’articolo delle lucciole » Corriere della Sera, 1 febbraio 1975)
Cualquier parecido, con cualquier realidad, es mera coincidencia.