EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL
Una mano toca tres veces y abre la puerta. Su dueña realiza una inspección ocular; evalúa la higiene y la organización, se detiene en el centro del cubículo, se presenta como la Tía y recita el reglamento de un tirón; la parte de las prohibiciones. Toma aire, orienta sacar, ahora mismo, al jefe de cuarto: todas las cosas tienen un jefe.
A propuesta de Yuliesky eligen a Amael, por votación unánime.
Pero no, Amael solo aceptará si se aprueban sus condiciones:
-Primera…
La Tía interrumpe. ¿Cómo es que tú te llamas?
-Amael.
-Bien, muchacho: ustedes tienen todo el tiempo del mundo para ponerse de acuerdo….
-Primera. Tiene que haber limpieza y organización. A cada uno le toca un día en la semana según listado. El domingo hay limpieza general.
Segunda. Como el amor es un asunto íntimo. No se permite que ninguna novia duerma en el cuarto. El que quiera hacer el amor, que busque un lugar más adecuado. Es todo.
Y lo vuelven a elegir, no se sabe si porque es el más viejo, el más alto, el más flaco o porque tiene cara de buena gente.
Fue su primera victoria en la universidad y le costó la primera orden.
– Bien, muchachos… No hablen tanto que me marean… y tú: ¿Cómo es que tu te llamas?.
-Amael.
-Es que ustedes se pegan cada nombre… Bien tú, ven conmigo para que traigas la colcha, el trapeador y el cubo.
Tu hermano Gonzalo, quien estudió medicina acá, te previno sobre el comportamiento de las muchachas- las féminas como se dice hora-, respecto a los estudiantes de primer año.
-Buscan a los ganadores, a los que sobresalen en el deporte o la cultura. Así que estás frito. Tienes que estudiar como un mulo, a ver si como científico logras su atención. De lo contrario…
Gonzalo tiene razón, Amael, con todo lo alto que eres no sirves para el deporte, eres un pésimo bailador y declamar es infinitivo ajeno a tus posibilidades. Tu mismo me contaste que antes de entrar a la universidad intentaste practicar ajedrez, el juego más cercano a tus intereses; pero te resultó aburrido. No obstante, cuando te enteraste que un programa nocturno de mucha audiencia dedicaba unos minutos cada noche al juego ciencia, te prendiste de la radio. Durante el programa un experto se dedicaba a leer una retahíla de nombres insoportable. Tu paciencia estaba en riesgo y acabaste de perderla cuando un comentarista inventó un espacio cultural dentro del programa y declaró, sin que viniera a cuento, que había estado en una provincia donde se le hizo honor a un gran poeta campesino, el autor de Rumores del Hormigón. Fue suficiente, porque hasta tú, que eres un ignorante en poesía, sabias el título del libro. Pero, nunca es suficiente, y para demostrarlo el otro comentarista, hizo una disertación
mínima sobre la novela literaria. Gracias que en aquellos tiempos aún no eras un fan de la lectura, ni habías degustado las crónicas del Gran Pepe. Si hubieras tenido tales instrumentos – y aunque el contenido del texto andaba en dirección contraria a lo que me narraste- podrías haberte sentado frente a la computadora de nuestra oficina para escribir un artículo titulado: “Los que sufrimos por la oreja”.
Jamás volviste a escuchar aquel programa, salvo cuando trasmitían la serie nacional de pelota o algún evento internacional de cualquier deporte donde Cuba competía, especialmente si el contrincante era un atleta o un equipo de los Estados Unidos.
Captaste el mensaje de Gonzalo y asumiste la experiencia familiar. Te dedicaste a estudiar y a observarlo todo. Y no te fue mal, terminaste el primer semestre con las asignaturas vencidas. Por eso estuviste entre los seleccionados para realizar el censo de equipos electrodomésticos. En realidad la tarea consistía en actualizarlo, porque los trabajadores sociales efectuaron un conteo previo. Para evitar las imprecisiones del censo anterior los muchachos fueron organizados en parejas.
Yuliesky Carrera, tu compañero , Amael, era un océano de problemas:. Tenía 20 años, un hijo y la mujer embarazada; debían haberle puesto Castor. Y, para ser justos, su mujer debía llamarse Tenia. Eso, para no hablar de sus apellidos. Sucede que en el mundo hay apellidos comestibles, racistas, sexuales, temporales, incoloros, insípidos; lo malo es que no se pueden escoger, como los nombres.
Para cada jornada, Yuliesky tenía un problema diferente, y después de visitar las tres o cuatro primeras casas, escapaba.
-Chama, tú no sabes lo que es luchar la vida. No te berrees, asere, pero tengo que partir. En fin tú eres un genio y con un tipo tan organizado como tú no hay caída, todo sale. Dame un chance, asere, la vida te dirá que yo no soy un tipo fula, sino una víctima de la mala suerte y los empujones del destino.
Y tú, Amael, aunque ignorabas los conceptos de prolepsis y analepsis, invariablemente lo mirabas y decías: no hay problemas, hombre. Por eso aquel día, cuando tocaste a la puerta de Arelis, una cuarentona cuyos senos llagaban a todas partes primero que ella, ibas solo.
El primer encuentro fue una oportunidad para el diálogo. La mujer demostró conocer las técnicas periodísticas de la televisión cubana porque te hizo una entrevista donde preguntaba y ella misma se respondía. Tu, flaco, cuando Arelis te daba una oportunidad, rectificaba o ratificaba.
De la entrevista la mujer salió bastante bien informada, supo quien era el visitante y que se dedicaba a estudiar como armar y desarmar computadoras. Por la misma entrevista Amael se enteró de que la mujer tenía unas nalgas agresivas, era dependienta de una tienda en un hotel de turismo, vivía sola con su hija que estaba becada , pues su marido se había ido para algún lugar de donde no volvería.
Esta combinación de informaciones los condujo por separado a varias deducciones. La mujer dedujo que aquel blanquito grandote, que parecía buena persona y que había confesado tener buen apetito, debía ser sumado a la causa. Por eso le pidió que
esperara unos minutos, le sirvió un enorme pedazo de pan con algo adentro y un jugo de alguna fruta de estación, y lo miró a los ojos.
Amael, por su parte, dedujo que aquella medio tiempo era muy superior a las chicas bailadoras y firulísticas de la universidad, que solo se interesaban por sus compañeros si eran campeones o por los extraños si tenían carros modernos o cargos relevantes; y por tanto, si intentaba conquistarla con un poco de seriedad aunque solo fuera aparente, si lo lograba, podría considerarse tan dichoso como cuando, atormentado por las dudas reparaba algún radio y, finalmente, el dichoso aparato hablaba.
La mujer le informó que en su casa no había equipos que cambiar: todos eran modernos, ahorradores y funcionaban. El que si no funcionaba era el radio, pero los radios no se cambiaban y este, el suyo, la tenia obstinada pues lo había llevado tantas veces al taller que un usuario la confundió con una trabajadora del establecimiento; y si él le hacia el favor…
Ese día, terminada su labor en el barrio, Amael regresó, armó y desarmó el radiecito ubicado en la sala. Arelis lo animaba con sonrisas a granel y, de cuando en cuando, se recostaba suavemente a su espalda hasta obligarlo a reiniciar la operación: aquellos senos puntuales no permitían ni pensar ni trabajar a nadie.
Por fin el medio técnico anunció que el equipo estaba reparado y la mujer condujo al técnico y al radio al cuarto para probarlo a los dos, y ya ustedes imaginan las cosas que sucedieron.
Mientras caminaba hacia la habitación Arelis se acordó del curandero. El espiritista amigo de su amiga fue preciso al evaluar su padecimiento. Le diagnosticó una crisis aguda de penostalgia, agravada por la incertidumbre respecto al regreso del mulato, posibilidad casi nula. La prueba física de la crisis estaba en el crecimiento sostenido del volumen de sus nalgas. Pues, explicó el sabio, eso de que la falta de hombre produce flaquencia en la mujer es una mentira más de la literatura. El déficit de entrenamiento carnal lo que provoca es crecimiento de algunos de los órganos debido al poco uso. En consecuencia, la repuesta estaba al alcance de ella y no de él, con independencia de las yerbas recetadas para adormecer el apetito.
Realmente lo que ocurrió en el cuarto fue lo siguiente. Amael intentó besarla y ella le respondió: tranquilo. Le contó que era graduada de historia, carrera que nunca ejerció pues la ubicaron en un hotel y de allí no la arrancaba nadie. Trabajaba un día si y otro no. Mañana le tocaba, era una buena oportunidad para crear condiciones.
– Esta noche piensa en mí, regresa pasado mañana después de las ocho y apréndete la clase desde el primer día. A una mujer como yo se le quiere con el corazón, donde están los sentimientos; con la cabeza, donde dicen que están las ideas o con el cuerpo, donde está la práctica.
Y quizás para demostrárselo lo empujo suavemente sobre la cama, le quitó la camisa y le dio un masaje de arriba a abajo. Suerte que en la habitación no había ningún directivo técnico de ninguna asociación deportiva cubana, si alguno de estos personajes hubiera estado presente, Arelis fuera hoy masajista de alguna selección nacional.
El flaco regresó el día señalado y a la hora convenida. Merendaron fuerte, intercambiaron copas y criterios, y se fueron al cuarto donde, ahora si, hicieron lo que ustedes suponen. Lo hicieron tan bien que Amael volvió un día si y otro no, de lunes a viernes, puntual, con el mismo entusiasmo y la misma cortesía. Y hubiese vuelto mientras durara la carrera o quizás durante toda la vida si no hubiera sido por Yasmina.
Era viernes. No se sabe bien por cuales razones adelantaron el pase de fin de semana y cuando llegó, lo recibió Yasmina. La muchacha se auto presentó, le propinó un beso en la mejilla, le ordenó sentarse y fue al patio a buscar a su madre. Y como Arelis se demoraba fue de la sala a la cocina y de la cocina volvió con un vaso de refresco, se sentó frente al macho, cruzó y descruzó las piernas, retornó a la cocina, enseñó su refrescante anatomía, regresó, volvió a subirse y a bajar el short , y cuando Amael logró la concentración mínima pensó que aquella muchacha no tenia nada en común con su mamá, no se parecían en nada, salvo en el tamaño de las nalgas.
No volvió en un par de meses. Y cuando regresó se defendió con una mentira. No había venido, explicó, por los estudios, porque estaba en una preselección de donde iban a escoger algunos alumnos para que continuaran estudios especiales en La Habana. Por esa misma razón no podía regresar más.
Arelis lo recibió en silencio. Hicieron lo de siempre, con mayor virtuosismo porque la espera multiplica los deseos y despereza las habilidades. Cuando el flaco dijo que debía marcharse, la mujer lo apretó con ternura. Lo despidió sin aspavientos, le dio un beso en la frente y le abrió la puerta.
No se vieron nunca más pero , mira lo que es la vida… Un par de años después Amael tuvo que estudiar como un demente para realizar una prueba clasificatoria. Los tres ganadores podrían continuar sus estudios en la capital. Las primeras plazas se la concedieron a dos estrellas del grupo, la tercera a una muchacha que estaba en la media. El quedó en el cuarto puesto y asumió su derrota en silencio. Mira lo que es la vida, me repitió adolorido. Yo le respondí que la mentira, en ocasiones, tiene capacidad premonitoria, como los presagios.
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