Francisco Tomas Gonzalez

La universalización del comité de salvación pública

Por Francisco Tomás González Cabañas

La historia nos dice que Robespierre y Danton crearon esta institución (en francés Comité de Salut Public) para la salvaguarda de la revolución y de sus ciudadanos. Debe ser el caso más estudiado (en honra al enciclopedismo del que somos herederos) de cómo se introdujo el temor y el horror para, paradójica y supuestamente, evitarlo. 


La segunda ola que completaría la universalización de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, podría ser la que se ejecuta en la actualidad, mediante una suerte de gobierno universal que en virtud de la salud pública toma, so pretexto de la pandemia declarada, las principales medidas que se cumplen o se deben cumplir a lo largo y a lo ancho del globo. 


Dado que en tal culto a la razón se olvidó de la misma y la guillotina se transformó en una extensión de los cuerpos que yacían decapitados, la suma de hechos que nos informan, sin que los pensemos, reflexionemos o contemplemos críticamente, en los recintos escolares y demás dispositivos en donde se nos forma, hace que precisamente no recordemos o que olvidemos fácilmente que cómo humanidad hemos atravesado no sólo circunstancias parecidas o semejantes a las que atravesamos y atravesaremos, sino que resolvimos responder de formas y maneras que bien vale que las sopesemos. 


Tampoco podemos pasar a una posición maniquea y pretender promover los comportamientos de los “Calibanes” modernos que a fuerza de sus instintividades reprimidas, y bajo excusa que las restricciones sugeridas los atormentan empujándolos a las cimas de la desesperación, pretenden que todo funcione de acuerdo a la vieja normalidad y haciendo de cuenta que aquí no pasó nada. 


Tanto el personaje ficticio del “Calibán” creado por Shakespeare, que representa precisamente el puro “ello” freudiano y el personaje histórico de Robespierre que representaría el “superyó” restrictivo y represivo, deben su existencia a un “yo” del que aún no podemos observar claramente en virtud de las circunstancias que nos atraviesan y que nos perturban en grado sumo. 


El aceleracionismo (Deleuze y Guattari citando en el Anti Edipo a Nietzsche “Acelerar el proceso”) del que somos tanto víctimas como victimarios nos impone el modelo que estamos siguiendo de correr por detrás del fenómeno. Se inició una fenomenal carrera por inmunizar a la población y, paradójicamente, nuevas cepas, abren oleajes cada vez más amplios que universalizan la problemática en la misma medida en que se lo pensaba reducir o mitigar. 


El nudo gordiano sigue sin ser observado y por tanto difícilmente lo podamos desatar. Seguimos empecinados en brindarnos respuestas a la incertidumbre natural y normal, que adquirió el traje de un virus, y del que pretendemos determinar de qué color está hecho y bajo qué materiales. 


Vamos desnudos, tanto reyes o gobernantes como súbditos y gobernados. Sería justo y ecuánime que utilicemos el mismo nivel de exigencia para uno como para otros. No podemos seguir siendo tan licenciosos con quiénes no han previsto esta circunstancia en las poltronas del poder, las administran tan desastrosamente o se encargan solamente de demandar y exigir a la ciudadanía, cuando no horda desperdigada, desalentada, enfermiza y precarizada, que después de tanto tiempo no se abrace, no respire públicamente o que cumpla a rajatabla protocolos que cambian la vida cotidiana desde el vamos. 


La guillotina del jacobinismo, impuesta por el comité de salvación o de salud pública, en aras de la razón, no sólo que no cortó el nudo Gordiano, sino que por la lógica del temor y del pavor, imprimió el horror en los cuerpos de todos y cada uno de los que pedían una sola cosa; que el filo de la navaja o del cuchillo, sea sólo usado para cortar el nudo y no los dedos, ni las manos, ni las cabezas de quienes intentaran o desearan hacerlo. 

Sí los gobernantes pensaran más, tratando de no hacerlo bajo el temor, antes de tomar decisiones y los ciudadanos fueran exigidos en el momento de elegir a sus gobernantes y representantes, tal vez podamos seguir deseando un futuro mejor para la humanidad, a sabiendas de los pasos, con anterioridad, mal dados o que nos han llevado a que los remedios terminen generando peores efectos que la propia enfermedad.

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