Año electoral en EE. UU.: escándalo, sorpresa e incertidumbre
La Habana (PL) La inesperada elección del republicano Donald Trump resultó, empero, el colofón más lógico para un año electoral que dejó en evidencia a los analistas y curó de espanto a todos.
Lo que parecía un mal chiste acabó destrozando todo pronóstico: un advenedizo confeso en política y estrella de reality-shows y escándalos será el próximo presidente de Estados Unidos.
Al lanzar su candidatura pocos apostaron por el polémico magnate neoyorquino, precisamente porque alguien con sus antecedentes y soez proyección no parecía apto para señorear en el Despacho Oval.
Pero justamente esa retórica «anti-stablishment» en apariencia le ganó el voto de un electorado harto del estado de cosas, que vio en los otros candidatos más de lo mismo, el sistema perpetuado.
De hecho, la gran rival de Trump, Hillary Clinton, ni siquiera convencía a sus correligionarios demócratas, muchos de los cuales entendían que Bernie Sanders entrañaría un verdadero cambio.
El senador por Vermont le disputó la candidatura demócrata a la ex-secretaria de Estado hasta poco antes de la Convención Nacional, y la nominación de Clinton irritó sobre todo al electorado joven.
Más enconada fue la pugna en las primarias del «Grand Old Party», con Trump enzarzándose a insultos con los senadores Marco Rubio y Ted Cruz, el gobernador John Kasich o Jeb Bush, hijo y hermano de presidentes que duró poco en la carrera roja.
Al final, la Convención Nacional Republicana oficializó en Ohio lo que a esas alturas ya era un secreto a voces: Trump sería el candidato republicano, y muchos comenzaron a pensar en el 2020.
Es que nadie parecía tomarse en serio a un hombre que alardeaba de su inexperiencia política, que se negaba a declarar sus ingresos y que defraudaba al Fisco y encima se jactaba de ello.
Sin embargo, como sus rivales tuvieron que reconocer, Trump fue la voz de una América rústica pero latente, que le creyó el cuento y lo votó democráticamente según el sistema del Colegio Electoral.
Clinton le sacó más de un millón de votos populares a su rival, pero el vetusto mecanismo incrustado por los Padres Fundadores en 1787 le abrió las puertas de la Casa Blanca a Trump.
El resultado fue, de entrada, un contundente golpe a los sondeos y al sentido común: al mediodía del 8 de noviembre ya las cosas no pintaban muy bien para Hillary, y el mapa se coloreaba de rojo.
A medianoche era un hecho el triunfo de Trump, y al día siguiente la ex-Primera Dama, ex-secretaria de Estado, ex-senadora por New York y ahora ex-candidata presidencial admitía su derrota.
Urgidos de un chivo expiatorio, sus partidarios acusaron a James Comey, director del Buró Federal de Investigaciones, de revelar documentos que predispondrían al electorado indeciso.
El tema del uso de servidores inseguros para correos oficiales durante los años que dirigió la diplomacia estadounidense dañó a Hillary, a quien también acusaban de doble moral con Wall Street.
Al final, al sagaz empresario con sentido del show le funcionó su diatriba populista, anti-intelectual y proteccionista, sobre todo en territorios agrícolas o industriales, como el Cinturón de ûxido.
Por lo pronto, el futuro luce incierto, aunque a juzgar por un cambio de poder que la prensa bautizó alegremente «TRUMP-sition», en la futura administración pesará más la lealtad que la experiencia.
El aún presidente Barack Obama estimó que la ciudadanía le debe mente abierta al futuro mandatario y un voto de confianza, aunque ciertamente Trump no se lo está haciendo fácil a nadie.
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