Sufrir la violencia sin un solo golpe
La Habana (PL) En varias ocasiones he escuchado la frase «el maltrata a su esposa, pero es un buen padre».
Este absurdo -repetido por las sociedades machistas una y otra vez – se transmite de generación en generación, sin una mayoría social que corte el vínculo con las rutinas patriarcales que denigran a la mujer y justifican cada acción del «macho».
La psicóloga cubana Loraine Ledón, especialista de la Clínica Cira García, explica que tanto la violencia de género, como la infantil y la familiar, están estrechamente relacionadas, y la práctica de una de ellas genera el inicio de la otra.
Por su parte, la española Laura Fátima Asensi Pérez, analiza que, además de ser muy probable que los niños criados en ambientes violentos estén expuestos a violencia física y psicológica, los hijos de mujeres maltratadas son receptores directos de la violencia, sin haber recibido un solo golpe.
La doctora Asensi, autora de un artículo titulado «Niños y niñas víctimas de la violencia de género», afirma que para estos, vivenciar la angustia, el temor, la inseguridad y la tristeza de la madre, genera una gran confusión.
Al formar parte de un hogar violento, los niños reflejan la angustia mediante trastornos físicos, terrores nocturnos, enuresis (micción involuntaria en niños de más de cinco a seis años de edad), alteraciones en el sueño, la alimentación y cansancio, indica Asensi. Ellos también sufren
Crecer y desarrollarse en un escenario violento, puede determinar que en un futuro se escoja esa vía para relacionarse con otras personas, explica la doctora Ledón.
Además, la figura materna y paterna funcionan como modelo a seguir, por lo que existe una alta posibilidad de que los infantes interioricen los roles de maltratado y maltratador como una situación completamente normal.
A corto o a largo plazo, la violencia familiar para los niños tiene graves consecuencias, entre las que sobresalen el retraso en el crecimiento físico, en el lenguaje, baja autoestima, así como manifestaciones de crueldad hacia animales, refiere Asensi.
El más destacado de los efectos es el llamado «modelo de aprendizaje de comportamientos violentos», el cual demuestra que estos niños, de mayores, con más frecuencia y probabilidad maltratarán a sus parejas y las niñas serán víctimas de violencia de género, añade Asensi.
Diferentes generaciones, similares patrones
Como resultado de fenómenos sociales como este, los niños desarrollarán creencias asociadas a la discriminación de género, indica la especialista Ledón.
Estas creencias ubican al hombre como el jefe supremo de la familia al que todos deben obedecer, y a la mujer como seres inferiores que no gozan de iguales derechos.
El desenlace de los hábitos violentos no es otro que la formación de hombres y mujeres que viven con la certeza de que el respeto debe ser ganado con agresividad y hostilidad.
Asunsi menciona que la familia es el primer agente socializador y el más determinante para el desarrollo de la conducta, por lo que proteger la estabilidad emocional de sus miembros es algo más que un simple acto de armonía, es la base para las relaciones personales fuera del núcleo familiar.
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