Martha
El teléfono celular continuaba sonando insistentemente, los ojos cafés de Martha se entreabrieron con dificultad e intentaron adecuarse a la poca luz de la madrugada.
La luz de la pantalla le lastimó un poco los ojos y repentinamente, la llamada se detuvo, parpadeó ligeramente y alcanzó a ver la hora en la pantalla del aparato, justo antes de que ésta quedara en penumbras, las 4:00 am…
Emitió un pesado suspiro cargado de amargura, y cerró los ojos con fuerza. Intentaba buscar fuerzas para ponerse de pie, pero la embriagaba una sensación de pesadez y dolor. Su mente tenía un conflicto en ése momento.
– Tu puedes Martha, tu puedes… sólo un poco- eran frases que se repetía a si misma mentalmente
Intentaba buscar en su memoria todas aquellas frases de superación que tantas veces había visto en los carteles del metro, ahora mismo le parecía un vago sueño “La fuerza está en tú interior” “Sólo hazlo…”, ahora mismo parecían burlas obscenas.
-Es fácil decirlo cuándo no están en esta situación… cabrones- esta última palabra salió de sus labios con furia mientras escupía un mechón de su propio cabello.
Cerró los ojos con fuerza y todo su cuerpo tembló mientras intentaba juntar energía para ponerse de pie, unas cuántas lágrimas ennegrecidas por el delineador y rímel se deslizaron por sus mejillas, llevándose con ellas parte del poco maquillaje que aún quedaba en su rostro moreno, una de sus lágrimas llegó a sus labios y sintió el sabor salado, tragó con pesadez, ni siquiera se había percatado de la sed que tenía, hasta ese momento.
Decidió dejar de esforzarse, el dolor y cansancio era demasiados, prefirió conservar su energía para mantenerse lo más caliente posible, pues el frío de la madrugada comenzaba a hacer mella en su cuerpo. Cómo pudo se colocó en posición fetal.
Hacía años que no sentía esa pesadez en el cuerpo, pero lo recordaba bien, fue mientras estuvo casada con José Luis, todo había sido dulzura, incluso había ido contra los consejos de su madre y sin su permiso, se había ido con él, todo a pesar de que ella apenas acababa de cumplir dieciséis años y él ya tenía veinticuatro.
El primer año, la trató muy bien, hasta que comenzó a beber todos los días y consumir drogas. Entonces comenzaron los golpes casi a diario, fue peor cuando él se enteró que Martha estaba embarazada.
-Eres una puta… ésa cosa ni siquiera es mía… todos en la vecindad saben que eres una cualquiera, siempre ven a hombres mientras no estoy en la casa…
José Luis nunca escuchó las explicaciones de Martha, en vano ella le explicó que esos hombres eran los cobradores de los que él siempre huía y con los que ella debía lidiar ante las amenazas de perder lo poco que tenían.
Las golpizas constantes terminaron con su amor y sin saber cómo, había encontrado fuerzas para dejarlo, un buen día, tomó su ropa, el poco dinero que tenía escondido y se fue con Lupe, su amiga de la preparatoria y los días felices volvieron, Martha sentía que al fin conocía la verdadera felicidad, al menos por un par de meses, hasta que una madrugada, una fuerte punzada en el vientre la despertó, a tientas buscó el interruptor y una sensación de humedad pegajosa se hizo presente entre sus piernas, cuándo la luz inundó su cuarto, una enorme mancha roja teñía sus sabanas y el dolor aumentó de golpe.
Entre gritos desesperados llamó a Lupe, y en lo que sintió como una eternidad, su amiga la llevó a la clínica de la colonia, pero no hubo más remedio.
Había sufrido un aborto espontáneo, el médico le explicó que a causa de los golpes que recibió por parte de José Luis, era muy probable que jamás pudiera tener hijos, al parecer ni dejándolo borraría las cicatrices que le había dejado. Se sumió en depresión por bastante tiempo, ya no tenía ganas de comer, salir, ni siquiera de arreglarse, y poco a poco su belleza natural se fue apagando.
Fue en esos meses que volvió a contactar a su madre, se enteró que nunca había dejado de buscarla, recordó las veces en que hablando con José Luis, él le perjuraba que María, su madre, no la había buscado más, pero ahora se enteraba que constantemente había llamado y en ocasiones acudido a la vecindad dónde vivía. Con esfuerzo y un profundo amor, su madre la ayudó a superar aquel amargo trago, la llevó de nuevo a su casa y buscó ayuda psicológica.
Poco a poco Martha recuperó su vivacidad, sus ganas de vivir, regreso a la escuela y logró terminar su bachillerato y obtener una carrera técnica en secretariado, lo que le permitió ser autosuficiente.
Sin embargo, se negó a abandonar nuevamente el hogar dónde había crecido. Se juró que jamás volvería a permitir que un hombre la dañase de nuevo.
El timbre del celular interrumpió su viaje por sus memorias, en la pantalla del artefacto se leía “Llamada entrante Mamá”, intentó estirar su brazo derecho, pero una punzada de dolor se lo impidió, las lágrimas volvieron más intensas que antes y mordiéndose el labio inferior hizo un último esfuerzo, sintió que algo en su interior se desgarraba, pero alcanzó a presionar la pantalla y un cronometro comenzó a correr, indicando que la llamada había sido conectada.
El frío de la madrugada comenzaba a sentirse aún más, y el cuerpo desnudo y golpeado de Martha, yacía tembloroso entre la hierba crecida de un terreno baldío en una colonia miserable, a lo lejos se escuchó el ladrar de una jauría de perros, la piel morena de la joven comenzó a llenarse de gotas de rocío que poco a poco se mezclaban con la sangre que salía de su entrepierna, la tenue luz que comenzaba a iluminar el cielo permitió ver en sus brazos, cuello y piernas marcas de arañazos, golpes y mordidas, su cabello negro estaba lleno de lodo, sangre y hojas secas y unas cuantas varitas.
Martha comenzó a notar un hormigueo en sus dedos era casi embriagante y cerró suavemente sus ojos pardos, una voz familiar la sacó de aquella sensación de “tranquilidad”, era una voz que reflejaba madurez pero el llanto opacaba la serenidad propia de una mujer adulta.
-¡Martha! Mi amor, ¿eres tú?… ¡Martha! ¡Contéstame por amor de Dios!
Martha tragó con dificultad, pensar que hace apenas 24 horas estaba saliendo de su casa rumbo al trabajo, maldijo la hora en qué quiso hacerse la fuerte con aquel idiota que llevaba días esperándola en la entrada del metro, comenzó a sollozar.
-Mamita… – susurró entrecortadamente y las suplicas del teléfono se detuvieron en seco.
Maldijo a todos los que pasaron mientras aquel sujeto la jalaba gritando ¡En la casa lo arreglamos!, recordó cómo todos se hacían a un lado y la miraban con desprecio y vergüenza. Y se maldijo a si misma por no haber resistido más.
Le dolió recordar la mirada de las mujeres que pasaban, miradas llenas de miedo e indiferencia, incluso desprecio al notar que aquel sujeto la jalaba mientras vociferaba palabras de falsa preocupación y cariño, nunca un “Mi amor” le había causado tanto miedo, tanto asco. Fue cuestión de minutos, la empujaron a un carro sin placas donde dos hombres más se encontraban, la inmovilizaron y comenzaron a golpearla, mientras le intentaban quitar la ropa entre los débiles forcejeos de Martha.
-¡Nadie va a ayudarte perra! ¡Tú lo provocaste!
¿Por qué se sentía culpable?, estaba segura de que no era su culpa, ¿a qué se referían?, ¿era acaso la blusa blanca entallada de manga larga?, ¿el traje negro ceñido que la obligaban a usar en la oficina para recibir a los clientes con una “bonita imagen de la compañía?, ¿quizás el maquillaje sutil que usaba para destacar sus rasgos faciales?, ¿su perfume tal vez?
Recordó que mientras jalaban la blusa blanca para dejar sus pechos al descubierto, lloraba con fuerza suplicando que la dejaran en paz, jurando que no los denunciaría. Después de todo, ¿quién iba a creerle? Se maldijo por haberse quitado el saco poco antes de llegar a la entrada del metro, pero hacía tanto calor al interior, ¿quién no lo haría?
-¡Martha mi niña! Por favor, ¿dime dónde estás? – los sollozos continuaban del otro lado de la línea, pero las fuerzas se evaporaban aprisa. Comenzó a sentir sueño, al menos ya no dolía.
-Mami… te amo mucho… – silencio y una última lágrima negra rodaba por su mejilla, el dolor mezclado con la paz se notaba en el rostro de Martha.
Se imaginó la preocupación de su madre al no verla llegar la noche anterior, el temor al recibir la llamada de la oficina y escuchar la voz de su jefe preguntando porqué Martha no se había presentado. Pudo verla llorando en el ministerio público, suplicando a los policías que la buscaran, incluso sintió su frustración al recibir la respuesta de las autoridades.
-Señora por favor, seguro su hija se fue con el novio… espérese, pasadas 72 horas puede levantar la denuncia.
Vio a su madre sollozando retirándose del lugar llena de coraje y desesperación, la imaginó recorriendo las calles por las que Martha iba día con día al trabajo. Pudo imaginarla gritando su nombre, preguntando a todos si la habían visto. Respiró profundamente y una última punzada en el estómago.
-Feliz cumpleaños mamita…
Un fuerte llanto se escuchaba por el teléfono, pero Martha ya no lo escuchó, ya no sentía nada, entendió que esa basura de ver tu vida pasar frente a tus ojos era verdad, prefirió quedarse con los buenos momentos mientras sus sentidos se apagaban poco a poco, sólo lamentó el calvario que su madre tendría que soportar aún.
…
En el cementerio local una mujer mayor se encontraba frente a una tumba, miraba al horizonte mientras sostenía entre sus manos un periódico y un ramo de rosas, era 8 de marzo, hacía un año que Martha ya no estaba con ella, el tiempo había caído de golpe sobre aquella mujer que durante décadas se había mantenido fuerte y joven, su cabello cano, sus manos arrugadas y sus ojos ojerosos, delataban el dolor que cargaba. En las hojas del periódico amarillista se leía en letras grandes “Prostituta es hallada muerta en baldío de Ecatepec…” y en letras más pequeñas abajo “Se sospecha que fue ajuste de cuentas pues se dedicaba a vender droga también”
La mujer arrugó con furia las hojas de papel y comenzó a llorar. Feliz cumpleaños “Mojarrita”, colocó las rosas en una lata de chiles vacía y se alejó con pasos pesados, después de todo, ya nadie la esperaba en casa.