LOS AVATARES DEL PERIODO ESPECIAL – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

Tras una curva aparece la antena gigante que anuncia la inminencia del pueblo. Detengo el auto. No se sabe quién está más empolvado, si el carro o yo. Pero la tentación es más fuerte que el cansancio y en vez de seguir hacia el objetivo, estaciono el vehículo a pocos centímetros del mar, bordeo el atracadero, me lavo las manos y quedo absorto frente a Cayo Damas: este pedacito de tierra está ligado a mi vida, aunque quienes allí trabajan y los pocos turistas que terminan la excursión y se aprestan a subir a un yate deportivo, lo ignoren.
Este lugar está lleno de reminiscencias, pero no quiero abrir las esclusas del pasado. Vine aquí a descansar, a ver al Coly, a buscar un espacio para pensar con calma, solo a eso vine. Y como las urgencias del estómago son muy claras enfilo el auto en dirección al pueblo, hacia la cafetería, donde espero poner el día en su lugar.
La pizarrita que funciona como carta es lacónica. El menú en moneda nacional no puede ser más parco: de comer, cero; de tomar, aire y café; de fumar, cigarros Populares, y gracias por su visita. La charla que sostienen las dos empleadas debe ser muy sugestiva porque ignoran cabalmente mi llegada, la de su mejor cliente: el único que tienen.
Recorro la cafetería y me ubico en la parte de divisas. Aquí también hay dos gastronómicas y, vaya casualidad, conversan animadamente. Una de las muchachas está parcialmente decidida a terminar de narrarle a su compañera el final del capítulo de ayer de la telenovela brasileña, cuando la interrumpo. La dependienta narradora me mira fijamente, organiza las ideas y me espeta: solo tenemos refrescos, cervezas calientes y café; y ahí mismo me ofrece un resumen de las desventuras de la instalación, incluida la ausencia del administrador. Le doy las gracias, y le doy la espalda.
Pero, me arrepiento. Retorno, ordeno un refresco de limón y un café, escojo una mesa de las más cercanas al mar y espero. Me siento en el lugar justo donde conocí a Madelaine y donde comprendí que Gabriel era mi amigo. A diferencia de los otros directivos extranjeros con quienes trabajé en la escuela, tan prepotentes y dispuestos a impartir órdenes contradictorias, a Gabriel le agrada oír. Aunque es de palabra fácil, le gusta dialogar, prefiere escuchar. Mas, cuando constata alguna anormalidad en el servicio, estalla.
Compartimos un curso de cuadros en el hotel escuela. Al principio yo no entendía lo que Manolo, el director, nos pedía, pero lo intentamos y salió. Gabriel hablaba de cocina y yo de la comunicación entre el plato y el cliente. Fue uno de los mejores cursos que he dado en mi vida.
Este sitio es bueno para las remembranzas. Recuerdo que cuando el español terminó el curso de cocina me reveló un deseo: quería llevarse unas fotos de paisajes cubanos. Entonces lo invité a este mismo lugar y aquí brindamos por la amistad. . Eso ocurrió hace más de cinco años, pero guardo la información en el disco duro: puedo revivir cada instante de aquella velada, quizás porque el tiempo borra unos recuerdos y pule otros.
Gabriel y yo nos sentamos en esta misma mesa o en una mesa situada en este mismo espacio. El asesor destapó una botella de Havana Club, siete años, por más señas y pidió unas copas. Yo solicité un refresco de limón o de naranja, ni cola ni coca, porque somos nacionalistas, dije. Una botella big, le aclaré a la dependienta, mientras observaba el movimiento de la chicas.
No fue difícil concitar su atención. Gabriel no quería, pero lo convencí. Los amigos deben sacrificarse, argumenté. Solo le pedía que escuchara, que me ayudara a divertirme, porque lo necesitaba, y él accedió. Llamé a una de las muchachas, quien dijo nombrarse Madelaine, y le sugerí que trajera a dos o tres de sus amigas, pues este señor- y señalé para el español-, quien tenía tanta plata que no necesita hablar, deseaba hacer un brindis.
La mulata reclutó su tropa y yo organicé la mesa, traje unas sillas y conminé a las chicas a sentarse y a tomar las copas que Gabriel les escanciaba. Y les endilgué la conferencia de prensa.
Les informé que procedíamos de la República de los Países Altos; que escogimos el Caribe para disfrutar sin riesgos de lo que allá nos falta, porque somos gentes de paz – en nuestra tierra queda prohibido portar armas blancas, negras y mulatas-, les aclaré.
Por eso vinimos para acá y no solo a tomar Havana Club o Café Cubitas, o a deleitar mulatas y paisajes, como dicen las malas lenguas, que también en nuestra tierra las hay, aunque- lo declaro con honestidad – ninguno de los mencionados alicientes queda excluido de nuestra gestión. No descartamos lo que dice el narrador de Esta maldita lujuria, libro que recomiendo. Vinimos, sobre todo, porque nos dijeron -y parece cierto- que aquí la mayoría de las gentes son tan ingenuas que creen que todos los extranjeros son magníficas personas. Además disponemos de una ventaja adicional: hablamos español, porque en nuestro país cualquiera habla dos o tres idiomas.
Y ahora, les dije, les contaré algunas cosas de nuestra tierra. En nuestro país nadie se preocupa por la política, ni siquiera los políticos. Ellos tienen dos partidos los cuales solo se enemistan durante las elecciones y por culpa de los medios que aprovechan la situación para ganar audiencia. En época de paz los medios viven de los chismes y de construir algunos escándalos para desprestigiar a algún político a quien mandamos a la cárcel por unos meses. Luego lo olvidamos pues, ¿qué sentido tiene preocuparse por los políticos o sustituirlos si al final todos hacen más o menos lo mismo? En política somos sabios: optamos por quedarnos en la cáscara de los problemas o por desestimar los asuntos que rebasan los límites de nuestra inteligencia como la especulación financiera, por ejemplo.
Gabriel, pide permiso, interviene solo para proponer y ejecutar un brindis y yo continúo porque hoy tengo bríos para decir.
Respecto a la publicidad, afirmo, no somos ni malos ni buenos. Simplemente somos. Quizás por eso ni siquiera Ramonet nos menciona. No somos malos, pero nuestra gente es desconfiada. Algunos desconfían de la publicidad y la consideran parte de la burocracia. Podemos o no estar de acuerdo con esta tesis. Lo que si parece evidente es que nuestros burócratas son menos originales que los vuestros. Según cálculos en nuestro país hay un burócrata por cada diez metros cuadrados. Mas, a la gente común ese dato no le importa porque la burocracia suele ser inefectiva salvo cuando se ocupa de asuntos como el de los inmigrantes.
Declaro que en el tema de la inmigración nuestro país tiene una política rigurosa pero, en ocasiones, dejamos entrar a algunos inmigrantes no solo para que realicen ciertos trabajos, sino para tener alguien a quien culpar cuando algo no funciona. A los culpables los metemos un tiempo en la cárcel, pues de lo contrario afrontaríamos problemas laborales al dejar cesantes a jueces, policías, carceleros y adjuntos.
Aseguro que, para compensar carencias rítmicas, nos hacemos de la vista gorda y estimulamos la presencia de gentes diestras en habilidades como brincar, saltar y gritar en los escenarios. También acogemos a ciertos individuos para que se ocupen de dar y recibir golpes, patear pelotas de fútbol y correr distancias interminables. Es cierto, agrego, que muchas veces estas buenas gentes por su color no se parecen a nosotros, pero eso, asevero, no tiene importancia. Desde hace rato, aunque tenemos una sola raza, decretamos la libertad racial y en cuanto a las mujeres, hace tiempo conjuramos los excesos feministas de una forma muy sencilla: certificamos oficialmente la igualdad de la mujer. De suerte que todos somos iguales, solo que como es lógico hay mujeres más iguales que otras.
Reitero que en política son muy prácticos. Así, cuando aparece algún inconforme insistente, sea hembra o varón, lo promovemos a un cargo con un nombre bien largo, pero sin capacidad de decisión sobre las finanzas, le pagamos un salario decoroso, le ponemos una secretaria eficiente y una computadora para que se entretenga y nos deje en paz.
En este punto me interrumpo a mí mismo, me sirvo un trago, miro a una de las chicas que toma contra reloj, fijo la vista en Madelaine y continúo.
Como ven somos muy democráticos. Practicamos la solidaridad de la diferencia de la que habla un pepe de verdad, un tal Pepe Alejandro. Y, por otra parte, aunque no hemos llegado al nivel de inventar un congreso sobre el mango, para sustentar la mangoterapia; patrocinamos eventos políticos y científicos, aunque casi nadie nos hace caso. Auspiciamos encuentros para apreciar y sobre todo para descalificar a la ciencia discovery, por puro patriotismo. Resulta que la universidad de Harvard nunca nos ha concedido un premio innoble. Esa injusticia nos duele, pues hemos cosechado logros excepcionales como escribir libros de narrativa que no dicen nada; pero los especialistas afirman que libros similares existen desde tiempos remotos. En mi opinión se trata de un menosprecio de la función somnífera de la literatura que, aunque personajes tan ilustres como Flaker y compañía la excluyan de su inventario, existe.
Observo a Gabriel, pido su colaboración para que repita el brindis y sigo con la plática dirigida ahora exclusivamente a Madelaine.
Somos un país de alto desarrollo humano, no invadimos a nadie, ni tenemos que cuidarnos de sismos, ciclones u otros desastres naturales o jurídicos. Como no cosechamos enemigos, no necesitamos armas nucleares, ni escudos antimisiles. Tampoco tenemos pobres, (por supuesto que hay algunas personas con mala suerte o individuos no diseñados para tener éxito en la vida…). ¡Ah!, dato importante, en nuestro país no hay mulatas. Y un elemento adicional que los científicos nuestros no comprenden. Somos lerdos para hacer el amor. Aunque la medición se ejecute en el momento de mayor entusiasmo, el promedio nacional de nuestro pene no supera los diez centímetros. Nuestros bolsillos tienen algunos billetes, porque los cuidamos con esmero. Mas, ustedes nos buscan. Nuestros científicos están desorientados. Gracias que ellos no están aquí. Aquí estamos nosotros, y no para representarlos a ellos, sino para otras muchas cosas que les explicaré en detalles en el momento oportuno.
Añado que disfrutamos de la libertad de expresión y con ello nos ahorramos el dilema de enfrentar campañas del tipo América Latina no se calla; defendemos la libertad de cultos, por que como dice Boff , hay mil formas para caminar hacia Dios; no afrontamos problemas ni con las drogas; ni con la corrupción, ni con la prostitución infantil porque son prácticas establecidas.
Respecto a la prostitución adulta, agrego, somos imparciales, porque cada cual puede hacer con su cuerpo lo que se le ocurra. Últimamente se han detectado grupos de muchachas que se prostituyen para pagarse los estudios, pero en este caso el fin justifica los medios. Nuestro gobierno es bondadoso pero no tanto como para pagarle la universidad a todos, especialmente ahora cuando los efectos de la crisis alimentaria y el aumento de los precios del petróleo obligan a nuestro pobre estado a atender otras prioridades. Eso sí, garantizamos la salud gratuita y universal, porque alguien tiene que ocuparse de trabajar y perpetuar la existencia del país y del propio estado.
Admito que, en la lidia contra la monotonía, suceden cosas. Así, hace unos meses, algunos mozos se han empeñado en imitar ejemplos nada edificantes. El otro día un grupo de muchachos intentó robarse un puente con todas sus tuercas y tornillos, tal vez porque piensan como Arnaldo Jabor que lo racional ha devenido un lujo. Pero no pasó nada, porque en el trasiego de los preparativos, llenos de alcohol, los mozuelos se quedaron dormidos y la policía los sorprendió y los obligó a participar en la construcción del dichoso puente. Incluso a un amigo nuestro le robaron el mes de abril, pero no digo más porque carezco de información sobre el progreso de las investigaciones para atrapar al delincuente.
Y cuando Gabriel respira aliviado, le pido disculpas con los ojos y prometo terminar mi exposición. Afirmo que nosotros no comercializamos órganos humanos, ni firmamos TLC, ni producimos biocumbustibles y apenas nos queda biodiversidad que proteger. Tampoco tenemos animales feroces de la familia de los buscherdos . Nuestras gentes no hacen huelgas -ni siquiera para rechazar la homofobia o la pena capital-, ni participan en conferencias internacionales sobre la justicia social y otros temas afines promovidas por el primer mundo que son variantes líricas para engañar a los tontos.
Sostengo que apreciamos mucho las cosas que no se comen como la amistad y el amor, pero casi nadie cree en la democracia o los derechos humanos, que tampoco se comen. Mas , hacemos como si creyéramos en esas cosas, para no buscarnos problemas ni con los países vecinos, ni con el papa, ni con la mama, ni con nadie. Somos tan felices que salimos al mundo con la esperanza de que nos ocurra alguna desgracia sin nombre, para engordar nuestro currículo y de paso tener algo que contarle a los demás.
Siento que se me ha ido la mano y concluyo. Me asombra que ustedes no se asombren de mi país; situación que pone en cuestión el aserto de los estudiosos de las universidades de California y de Pittsburg para quienes las mujeres curvilíneas son más inteligentes. Pero sus miradas dicen que si, que los científicos tienen razón. Las chicas silentes suelen ser lúcidas: saben callar, y eso es lo importante. Por todo lo antes expuesto y como he hablado demasiado, en nombre de mi jefe y en el mío propio, propongo vernos mañana. Comprendan que debemos descansar. Mañana no solo será otro día, será una ocasión para pegarle fuerte a la vida. Podemos hacer dos cosas. O vosotros las invitamos a comer en la playa y después veremos qué es lo que pasa, o…
¡Ah!, olvidaba comentarle algo. Muchos de nuestros paisanos se entretienen en ver o leer pornografía, incluyendo la pornografía política. Si embargo, ustedes nos sacan varios metros de ventaja, tienen mayor experiencia en su realización. Pero, como este tema es complicado, sugiero dejarlo para mañana, teorizar un rato sobre él y luego proceder a la práctica como criterio de la verdad. Será una oportunidad para dialogar y para escuchar sus criterios, porque hasta ahora no han aportado ni siquiera humildes objeciones.

Y para evitar opiniones favorables o adversas nos paramos y trepamos al auto de turismo alquilado por Gabriel. Y todo hubiera salido según lo planificado si el español no comete un error táctico que por sus secuelas devendría estratégico, pues en vez de girar hacia la izquierda y enfilar hacia el sur, maniobró al revés, y como yo estaba ocupado atendiendo los saludos de despedida de las chicas, quienes por fin abandonaron su mutismo, me percaté tarde del dislate.
Volví a saludar a las niñas, especialmente a Madelaine, me acomodé en el asiento y me apreté el cinturón. El auto empezó a dar saltos, atravesó raudo por la calle principal y en segundos estábamos fuera del pueblo. Entonces le indiqué a Gabriel la dirección correcta. El chofer pareció comprender. Detuvo el auto, pero en vez de tomar el camino de regreso, se bajó del carro y me conminó a que lo siguiera.
-Tío, un tranvía en el mar, no faltaba más.
Le aclaré que ni era un tranvía ni estaba en el mar. Le dije que era un grupo de casillas de algún ferrocarril desahuciado, un campamento de vacacionistas. Y le pedí marcharnos. Me miró con esa mirada suya que significaba, calma, hombre.
-¡Hay una palapa!. Vamos tío.
-Se dice hay un rancho, Gabriel.
Insistió tanto en conocer el lugar que estuve a centímetros de llamarle gallego. Pero, no me atreví y accedí a acompañarlo y nos fuimos al rancho a perturbar la paz de un grupo de jugadores de dominó. Nos sentamos cerca para observar la disputa y pedimos cervezas.
Nos atendieron con diligencia, pero Gabriel estaba inquieto, salió, recorrió el lugar y regresó triunfante. Con un sitio como este y tres o cuatro de vuestros cocineros, me vuelvo rico, aseguró. Y comenzó a hacer planes. Me habló de invertir y yo de la ley que regula con exquisita burocracia los trámites más simples. Propuso construir un pequeño balneario y yo objeté el proyecto porque era muy difícil conseguir los clientes…
Miró para la barra, movió su cerveza intacta y salió disparado hacia el coche, trajo una botella y reiteró: ¡con un sitio así! Acto seguido propuso un brindis para celebrar su fortuna. Ante tamaño entusiasmo le hice la pregunta y me preparé para lo peor.
-¿Qué me parecen los cocineros cubanos? Hombre, sinceramente, los cocineros cubanos… son los mejores del mundo. Con unos cuantos tíos así… ¡joder! Trabajan sin descanso, cobran poco y no protestan porque carecen de entrenamiento. Y los inventos; ¡de puta madre, tío! Cocinan de cualquier modo, sustituyen especias por hojas y si no hay hojas, cocinan a pura imaginación, y la comida le sale. Hombre: ¡cómo inventan! Mira, tenemos: el arroz sin pollo, para ahuyentar los estragos del colesterol; el arroz con suerte para desafiar a los catadores de fortuna; el cerdo frito en su propia grasa, para ahorrar y de paso mejorar la sazón en la casa del cocinero. Cualquier día de estos se deciden e inventan el bistec sin carne.
Le informé que ya lo habíamos inventado.
Me felicité por no haberlo llamado gallego, lo llamé amigo y creo que hasta hermano. Me llené de alivio y de valor y lo insté a marcharnos porque las emociones amorosas y alcohólicas cansan. Me miró con indiferencia. Apenado por mi falta de tacto quise reconfortarlo y lo exhorté para que al retornar parara en la cafetería para comprar cigarros y de paso liquidar el Havana Club. Fue el segundo error táctico de la noche, asumo la responsabilidad.

Regresamos al lugar de origen de los problemas. Nos sentamos a la mesa. Gabriel pidió un café Cubitas, prendió un puro y empezamos a dialogar sobre el mejoramiento humano. Y hubiésemos continuado platicando durante toda la noche sobre otras cosas hermosas y trascendentes si no hubiera sido por la irrupción de Madelaine, quien aprovechó las consecuencias estratégicas de nuestros desaciertos para pulirme.
Se plantó frente a mí y me cubrió con un repertorio de improperios en el cual el insulto más leve era mentiroso. Dijo, furiosa, que había averiguado quién era yo, un antiguo profesor metido a periodista y no un extranjero. Yo intenté las mejores explicaciones, le confesé que su belleza me había impresionado y le pedí disculpas. Pero la chica era terca y tuve que abandonar el combate ante la mirada burlona de Gabriel quien pasó de amigo a compañero. Cuando solo faltaban unos minutos para las doce de la noche, nos retiramos ordenadamente.
Retornamos a la mañana siguiente. Aproveché que el asesor estaba entretenido en fotografiar un lugar donde la sierra y el mar se juntan, me fui a dar una vuelta por el parque y allí la encontré. Tenía en el pecho una cadenita dudosa, en el brazo derecho un tatuaje mínimo, en la cintura una faja gris, un revoltijo en el pelo, en la cabeza una ilusión y en la cartera una esperanza.
Tenía, sobre todo, la mirada. Tropecé con aquella mirada redonda y verde que en un segundo puso en duda las horas de desvelo de varios estudiosos mexicanos para quienes el amor a primera vista no existe. Aunque en este caso debería hablarse de amor a segunda oída, porque Madelaine me repitió la misma catilinaria de la noche anterior, aunque con menos brío, circunstancia que aproveché para reiterarle mis razones, pero con mayor energía. Y así comenzó el amor a segunda vista. En lo adelante fueron muchas las veces que nos vimos y nos quisimos, quizás tantas como las que discutimos y peleamos, hasta que sobrevino la hecatombe que acabó con aquella relación derrotada por mi falta de entrenamiento para ejercer el perdón.
Admito el fracaso de mi labor político-ideológica. Asumo mi incapacidad para enseñarle a la verdad el camino de la persuasión. No conseguí animarla para que estudiara, porque tenía la cabeza dura; tampoco pude ayudarla para que trabajara, porque no conocía ningún oficio y, lo peor, ni siquiera logré convencerla para que asumiera una opción más patriótica: jinetear con los cubanos. Made se mantuvo sorda a mis requerimientos nacionalistas.

Me duele el pecho de tanto recordar. Pago, recibo una sonrisa y me encamino hacia el parque donde hay más bancos que personas. En una esquina una muchacha y un jovenzuelo se disputan la atención de dos turistas europeos e intentan comunicarse: apelan a todos los sistemas de señales. Esta escena me encabrona. Le doy la espalda al colectivo internacional pro comunicación y amago con sentarse en el sitio opuesto, pero allí un joven practica un sondeo en profundidad a una muchacha; por lo meticuloso del cacheo y la seriedad de su ejecución, debe de tratarse de una indagación sobre algún asunto peliagudo como el papel de los medios en la construcción social de la realidad o las secuelas de la crisis de los paradigmas.
Por suerte casi todos los parques tienen cuatro esquinas y logro sentarme en una zona neutral. Me acomodo en un banco y cuando transito por un camino intermedio entre la reflexión, el sueño, el cansancio y la molicie, siento un canto deslizarse sobre mi hombro. Doy un salto. ¡Esa es la voz de Made! Pero no, es una mujer madura que me pregunta, por favor, si tengo con qué encender.
Vuelvo a la lidia permanente con los recuerdos a los cuales acudo por razones encontradas. Cuando no logro dormir los evoco, cuando los ojos me pesan, los llamo. Cuando estoy triste los convoco, cuando me siento feliz, los conmino. Y es que los recuerdos me sirven para prorrogar decisiones, para alentar esperanzas, para combatir los tragos amargos de la vida y para precipitar los buenos. Aunque hay algunos que no me sirven exactamente para nada.
La voz de la mujer del cigarro me condujo otra vez a Madelaine. Ahora recuerdo que en este mismo sitio conseguí mi primera victoria sobre la mulata: convencerla de que me acompañara a la casa de un amigo, que aunque está al lado del mar, su dueño la denomina la casa de campo. Tuve que insistir porque replicaba. Decía que jineteaba por necesidad, que era un trabajo duro, muy duro, tú no imagina, chico. Decía que solo había atrapado a dos turistas y ninguno le había puesto la mano encima; bueno, me han tocado algo, pero hasta ahí, mira que yo no soy una mujer fácil.
Pero la persuadí. Estoy de acuerdo contigo, le dije, y seré muy respetuoso, cuidaré de ti como se cuida a una flor.
Por el camino Madelaine demostró un irrespeto total por el temido gerundio, pues caminaba repitiendo que ella no era una cualquiera, una mujer fácil, ve apuntando, chico, para que vaya sabiendo, reiteraba.
En la casa acudí a una mezcla de promesas y ardides. La convencí para que se sentara en el cuarto, donde estaba el equipo de música, que no se podía trasladar para la sala porque era muy frágil.
-Bueeno.
-Bien, sentémonos aquí el uno junto al otro. Meditemos sobre las cosas hermosas de este mundo. Olvidemos las contiendas y los pormenores y hablemos de nosotros. Pero antes quiero pedirte que te abras…
-Tú ve, tu ve. Ya te dije que de eso nada y de lo otro tampoco. ¡Qué me abra!, ni lo sueñe, muchacho.
-Quiero pedirte que abras las puertas de tu corazón para que mis palabras te penetren, para que construyan la imagen de la mulata más bella que he visto en mi vida y que gracias a la suerte se halla a unos centímetros de mi amor.
-Ah.
– Te diré que eres tan bella como Julia Kristeva.
– ¿Cri-qué?
-Eres tan bella como Julia Kristeva. Puede afirmarse que entre ustedes existe dialogicidad, intertextualidad. Entendiendo el concepto de texto en su sentido amplio, el propuesto por Martín Lienhard, por ejemplo… Dentro de unos minutos te practicaré un semen análisis con intenciones demostrativas.
-No entiendo ni papa.
-¡Y eso es lo sublime!: cuando se comienza a entender, se empieza a dejar de amar. Eres tan bella como un jueves a las seis de la tarde. Eres la mulata más hermosa que ojos cubanos han visto. Solo que tus sentimientos…
-Sigue, niño, me gusta.
-Ya ves, lo confiesas, te gusto.
-No chico, me gusta lo que dice. No te equivoque. Sírveme un traguito, uno solo.
-Todos los que usted quiera… Y ahora que le he servido, sírvame un beso.
-Tú ve, tu ve. Ya viene con lo del beso… Bueno uno, y en la cara.
-Gracias Made. Eres la mulata más bella que habita en el terreno de los hombres. Por eso, si tu cuerpo fuera mío:
Rodearía tu frente con una corona de improperios.
Armaría mi pecho con una coraza a prueba de rencores.
Blandiría una adarga desmedida, una flor apócrifa, una sonrisa agónica.
Hurgaría en mi memoria hasta encontrar la frase capaz para nombrar los remansos de tu cuerpo, tu cuerpo que amaría por los siglos y las estaciones.
Y si me lo pidieras, aunque solo fuera con un gesto, estaría dispuesto a vivir y a morir entre tus pezones y tus besos.
-¡Uyuyuy, Chico qué bonito tu habla!… Seguro que todo eso es mentira.
-Déjame tocar tu mano, sentir tu piel cerca de mí, déjame decirte todo lo que te quiero. Permíteme acariciar la zona que custodia tus deleites, acercarme a tu vientre agradecido (menos tu vientre todo es oscuro, menos tu vientre todo es futuro fugaz, pasado, polvo sin mundo). Permíteme incitarte a practicar el erotismo sin prepucios, digo sin prejuicios.
Déjame repasar tus accidentes
Detenerme a palpar cada medida
-Pero esa es una canción, chico.
-¡Canción! ¿Acaso dudas de mi originalidad? No te da pena causarme dolor…
-Ya, ya, muchacho, sigue, sigue.
-Esta si es una canción, pero no importa que la haya escrito un poeta, yo la quiero como si fuera mía y te la dedico con amor. Escucha:
Propongo disfrutar esta jornada
Inquietando tú gusto en dos sentidos
Una palma que bate en tus oídos
Un cocodrilo verde en tu mirada.
-Chico, saca la mano, que no soy de piedra. Me hace cosquilla.
-Te voy a hacer cosquillas hasta en el alma.
Quiero besarte como se besa a una flor.
Quiero que me muerdas como se muerde a una nube.
Quiero expandir mi amor por tus cuatro puntos cardinales.
Prometo transitar por todas las esquinas de tu cuerpo agradecido.
Propongo…
-Chico, saca la mano. Ya chico, la saya, me la estruja. Deja, deja, yo me la quito. Pero antes:
Dame un traguito ahora cantinerito.
Dame un traguito ahora que nadie mira.

Y combatimos con las mejores armas a nuestro alcance. Manifestamos con toda limpieza la posesión de la idoneidad: moviéndonos, cayéndonos, levantándonos, yéndonos y viniéndonos. Nos revolcamos por todos los espacios hábiles de la cama, felices por nuestra pericia para ignorar las leyes de la dialéctica, especialmente aquella que entiende el cambio cualitativo como resumen de la acumulación de los cambios cuantitativos. No obstante, experimentamos objetivamente el salto, y quedamos tranquilos, ahítos.
-Tu cuerpo tiene el inefable sabor de la ternura, dije yo.
-Me ha dejado medio muerta, dijo ella.
-Si la palabra maravilloso significara algo después del uso indiscriminado por parte de artistas, locutores y afines, diría sin ningún rubor que tu cuerpo es maravilloso.
– Me ha dejado hecha pedazos. Voy al baño.
-No importa amor, déjame tocar tus manos sentir tu piel.
-Tú no te cansa, chico. Qué tremendo…
-Aquí lo único tremendo es su hermosura, y su imaginación. Yo solo aspiro a vestirla y para vestirla es imprescindible que usted permanezca desvestida por cuanto técnicamente es imposible vestir a alguien vestido. Espero que tenga en cuenta la objetividad de mi razonamiento, me complazca y se mantenga desnuda. Te pido que vayas al baño y regreses con tus mejores ropas, las que tiene puestas ahora.

Mientras Madelaine se asea, me miro en el espejo del cuarto. Compruebo que el hombre que me observa es idéntico a mí mismo y sonrío.
Pienso en la estupidez humana que es infinita y transita por caminos intrincados. Made no parece ser de las que piensan en metálico, de las que cargan sus baterías solo con pilas de plata. ¿Y de qué otro material podría ser? ¿De sueños? Tal vez el pobre sea yo. No sería la primera vez que me pasa. Porque, en fin, ¿qué hay detrás de la palabra de una mujer?.. Tendré que probar suerte para abrirle las entendederas.
La mulata retorna con el cuerpo cubierto por una toalla, pero al llegar a la cama se la quita.
-Gracias niña por regresar así sin más adornos que los naturales; así eres bella, no hay otro modo de decirlo. Vamos a reflexionar sobre tu vida.
-Ya. Pero no hable mucho. Por muy lindo que hable me da sueño. A mí la palabra me duerme. En la casa pongo el noticiero y me duermo y nunca he leído un periódico completo despierta.
-Te felicito. Yo nunca he leído un periódico completo dormido… Atiéndeme, por favor, voy a hablar claro para que me entiendas y en serio para que pienses en lo que te digo.
Fue la primera vez que intenté convencerla. Después hubo varios espacios para la persuasión. Pero la vida con su terquedad taladró mis intenciones.

¿Dónde estará ahora la tozuda Madelaine ? ¿En qué cama de qué país de Europa? Ojala no sea en los Países Altos. Pobre mujer aprendiz de amores transgénicos. Pobre niña.
¿Y Gabriel, donde estará el asesor trashumante de la LTI?
¿Y yo, quién soy realmente yo, y qué hago aquí?

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