El cuento de la noche: La Charra
Por Manuel Pérez Toledano
Teresa Rojas, la Charra. La carterista más fina y especialista en robar hombres ricos, potentados. Por eso iba a las bodas y tuvo el buen tino que no se metió con los políticos. Cuando anunciada una gran boda en los periódicos, se presentaba al acto religioso perfectamente vestida. Si era invierno se presentaba con pieles, Mantillas en otras estaciones y con muchas alhajas. Se metía en la fiesta y llevaba un regalo en la mano, y le obsequiaba a la novia, luego bailaba con el novio y la cartera desaparecía. En la iglesia no llegó a tal lugar, mientras el novio entraba y era felicitado por la Charra. Cuales fueron los mejores golpes de los muchos, llegó hasta el ambiente diplomático, hasta se le creyó espía. La charra ocupó muchas intrigas diplomáticas entre el ambiente de policía, esta la veía con cierta simpatía. Si porque hacía las cosas muy hábilmente. Era como quitarle el pelo a un gato. Esas gentes no era problema un robo de esa categoría.
Cuando llegó López Hernández, rápidamente agarró, como buen sabueso, esa huella que había dejado una señora, de un gran señorío, elegantemente vestida, ¡Que hermosa mantilla, y esos destellos en sus manos de unas que se antojaban a pétalos de rosa con ribetes al fulgor de los brillantes… Y ese delicado regalo, asombro de muchos, el beso en la mejilla y la frase comprendida en toda la felicidad había una novia…
¡Ni podía haber ido sino, claro, naturalmente, ella!.
En el rumbo de Arcos de Belen, cuyas vecindades desaparecieron hace mucho tiempo, con el nuevo trazo impuesto por la gran avenida de San Juan de Letran, en un segundo piso de una vieja vecindad, se dijera en un “segundo piso” vivía ella con toda su tribu; tres hijas y algunos que tenían como formas de cooperar con ella el servirle de sombras, de afanar con el paquete, de dejarla a ella limpia, si pudiera ser señalada como sospechosa, al no aparecer el cuerpo del delito.
Ella trabajaba con un equipo, desde el que añejaba su auto de marca antigua, y con un chofer con libras. ¡Eso es cierto!
(paréntesis entre el relato de La Charra y el nuevo relato de la entrada de Manolo a la casa.
En su carriola, su cabeza grande de cabello sedoso y castaño, sobre su amplia frente clara de mirada dura. Su risa alegre, que al empezar a balbucear, es como un murmullo de pájaros al atardecer…) Un murmullo de pájaros al atardecer, vuelve la onda de la charra, donde se repite la pregunta de que paso con ella, yo se que murió, rica o pobre, quien sabe, estuvo en las Islas Marías y su se la atribuyen unos golpes quien si algún día apareció la esquela de Estela Roja, una gran carterista, la verdad es que ella ahí se metió a robar una cartera, le cayó bien al diplomático y esta lo conquisto. El carterista de la villa quieres presentarlo. Te presento al Carterista de la Villa.
Cuando “el gill” es generalmente un primo de los hijos del tío Sam, al llegar a la Basílica, se encuentra con un hombre correctamente vestido que le ofrece una pluma, fuente en la que verá, en ingles, todo el contenido de “El padre nuestro”, en la punta de un alfiler. Cuando el turista termina de leer ese “padre nuestro” , ya su cartera ha tenido tiendo de pluma fuente. El que la ofrece, dice, Oh, mister, esto vale nada menos que mil dólares. La cifra horroriza al que esteraba comprar eso, como un souvenir, en algunas decenas de dólares, ni si quiera echa mano a su cartera. Entra al templo y mucho tiempo después, se da cuenta que su cartera está absolutamente vacía.
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