DE NEZA YORK A NUEVA YORK ESCRIBE: Mary Askin-Jencsik
Mary Askin-Jencsik
Fotografía por Evie Ivy
Mary Askin-Jencsik, nacida y criada en el condado de Brooklyn, ha leído su poesía por toda la ciudad de Nueva York. Ha sido una poeta destacada en The Green Pavilion Poetry Event y Brownstone Readings, así como en Manhattan en: Dance of the Word, eventos de danza y poesía en el Cornelia Street Café en Greenwich Village, Ave. A Bar and Bistro, the CLWN WR series, en Westbeth, y Nomad’s Choir. Su obra está en las antologías Dinner with the Muse y Venetian Hour. Es residente de mucho tiempo de la sección Midwood de Brooklyn.
SHE KNEW BEING A WOMAN . . .
She, a woman, yearned to go to high places.
She phoned the manufacturer, asked him to make her into a bird;
he made her an angel in the same self. She went flapping about,
played peacefully, belonged to no flock or race.
A long time past nightfall, an electric storm came. She flew
through weighty rain, her face cutting, eyes aching, vision glassy,
lenses blurred. Wings weak, she fell, level to level, and landed
on a sudden bolt of lightning, walked up the angles balanced on
the high points, dropped losing altitude fast, and fell, into an alien
nest. Shells cracked around her all night. She dreamed of leaves
that swallowed up doves and women with scumbled wings.
After the rumbling had gone, near noon, lone Amanda flew
through silver airways of sunlight, through the yellow pinks she’s
seen only twice before, diving down, circling, making breezy
sounds, shadows and jokes with the ground. She arched into
upward somersaults, glided on even winds, over mountains,
general stores, looked to earth for does running, dark rabbits
hiding in bushes, found instead, in a pond, the strange reflection
of lilies and toads and of a lady angel burrowing into a blue
cloud that drifted low.
SABÍA, SIENDO MUJER . . .
Ella, una mujer, anhelaba ir a lugares altos.
Telefoneó al fabricante, le pidió que la convirtiera en pájaro;
él la hizo un ángel en el mismo ser. Se marchó aleteando,
jugueteaba pacíficamente, no pertenecía a ningún rebaño o raza.
Mucho después del anochecer, cayó una tormenta eléctrica. Ella voló
entre la lluvia pesada cortándose la cara, con sus ojos doliéndole, la visión vidriosa,
y los lentes empañados. Con las alas debilitadas cayó de un nivel a otro, y aterrizó
en un rayo súbito; subió los ángulos equilibrándose en
los puntos altos, descendió perdiendo altura rápidamente, hasta caer en un nido
ajeno. Cascarones se rompieron a su alrededor toda la noche. Soñó con hojas
que tragaban palomas y mujeres con alas esfumadas.
Después de que el retumbar terminó, cerca del mediodía, la solitaria Amanda voló
por los plateados conductos aéreos de la luz solar, entre las rosas amarillas que ella ha
visto sólo dos veces antes, sumergiéndose, dando vueltas, haciendo sonidos
de viento, sombras y bromas con el suelo. Se arqueó
para hacer saltos mortales, se deslizó sobre vientos plácidos, encima de las montañas
y de almacenes generales, miró a la tierra buscando venadas corriendo, conejos oscuros
escondidos entre los arbustos; en lugar de eso encontró en un estanque, el reflejo extraño
de lirios y de sapos y de una dama ángel escondiéndose dentro de una nube
azul que flotaba bajo.
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