Eróstrato candidato
Por Francisco Tomás González Cabañas
A expensas de quemar el templo de Artemisa (una de las siete maravillas del mundo) un ignoto pastor logró su demencial objetivo de obtener fama y trascendencia, en virtud del oprobioso siniestro. Siglos después se incorpora a las afecciones del yo el síndrome o complejo de Eróstrato, a quienes cortan el lazo gregario para satisfacer un goce individual por más daño o tragedia que acontezca a partir de tal enfermiza pretensión.
De haber existido un analista para el pastor griego, seguramente hubiera tomado nota que perpetró la agresión contra la diosa de los nacimientos, es decir que su locura inscribió un crimen contra la humanidad y la posteridad en un sentido claramente simbólico.
Algunos creen que Eróstrato consiguió sin embargo su ruin pretensión. No deja de ser una lectura parcial de lo acontecido. En caso de no estar enfermo, al punto de creer que su objetivo no tendría que reparar en los medios para conseguirlo, probablemente no se hubiese planteado semejante tontería y estupidez.
En los tiempos actuales en que se multiplican los analistas y los análisis, podemos conjeturar que el síndrome de Eróstrato afecta en verdad a la sociedad en general. Ocurre, sucede, acontece que en los términos del éxito, la notoriedad, que con muy poco criterio y valor de verdad, muchos pretenden, asociar con la felicidad e inexplicablemente con la trascendencia.
Se llega al absurdo simbólico que muchas personas adineradas, se construyen mausoleos fastuosos para al sucumbir, tener la “fosa” más bonita de los cementerios, en una suerte de compra de indulgencias modernas, pero no ante un dios inmaterial, sino ante la diosa material de la fortuna.
La lógica de los resultados. La necesidad de tener en cantidades exponenciales bienes que ni en cientos de vidas se precisarán, la perversión que genera para no pocos, exhibir con obscenidad las sobras que para muchos es la razón de sus carencias y ausencias que determina una imposible distribución equitativa, son muestras cabales de la instrumentalidad robótica en los que la humanidad se deshumaniza en el frenesí de un algoritmo.
El sistema político, como parte del problema, nos ofrece como resultantes, en su faz electoral, una viralización de candidatos bajo el síndrome o complejo de Eróstrato.
Se amontonan en el mismo templo que con sus acciones lindantes con la psicosis que pulveriza el vínculo con la realidad, para mostrarse cómo si fuesen a dar una respuesta, cuando en verdad si quiera pueden articular cuatro frases con coherencia y cohesión. Desconocen en su mayoría que las oraciones se componen de sujeto y predicado con un núcleo verbal.
Esta pobreza no ya cultural, sino humana, este raquitismo colosal, explica además, una de las tantas razones por las que el ciudadano, que deviene en habitante de la horda, no encuentra nada en su gobernante o representante, como para volver a hilar una recomposición del tejido social demolido, o la vinculación indispensable que requiere y exige el mantenimiento de un sistema democrático, así sea éste, solamente en las formas.
La sobreabundancia de nuestros Eróstratos, agrava el padecimiento, dado que al ver que no son solamente ellos, sino un conjunto de algunos varios, que repiten eslóganes, deseos personales, anécdotas de infancia y demás inconsistencias sin implicancia con lo público, con el interés de la generalidad o de posibles mayorías, conviven en una suerte de burbuja o microclima, que dura el tiempo mismo que los períodos electorales. Una vez que finalizan estos, la mayoría vuelve a sus rutinas ordinarias, hasta el próximo turno, donde los más persistentes o adictos, lo volverán a intentar. Sin dejar de soslayar, que tampoco son pocos los Eróstratos, que logran, tal como el pastor griego, el cometido.
Es decir, se sientan en bancas, ocupan espacios de representación, mediante esa fama, que con malicia real o demencia enfermiza, creen que trasladarán hacia lo político, lo público, lo general.
Socavan los valores esenciales de lo democrático, con estos triunfos personales, tal como el primer Eróstrato que por sobredimensión de su pretensión yoica no vaciló en incendiar una maravilla de la humanidad y cometer un crimen simbólico contra la diosa de los nacimientos.
Los actuales, en sus reiteradas declaraciones, vacías de contenido, insulsas, insustanciales, en la representación del decadentismo de lo humano, siquiera se preocupan por asesorarse, por suplir sus faltas, por esmerarse en adquirir los conceptos de los que aborrecen y se burlan.
Son más enfermos que criminales, sí tuviesen conciencia del daño que se hacen incluso a ellos mismos, a sus propios egos desenfrenados, a los que dicen querer y amar, seguramente se estarían haciendo tratar, o como mínimo dejarían de presentarse en los turnos electorales o se prepararían mejor en su condición de candidatos.
Lamentablemente en las hordas, además de los incontables problemas que tenemos, se le suma este. Nos debemos “fumar” a estos Eróstratos, a los que se les brinda espacio, aire, canales y medios para comunicar, la pobreza pantagruélica de sus expresiones que no dicen absolutamente nada, o mejor dicho que lo dicen todo, que tan sólo están allí en el templo democrático de los candidatos (con chance de estar en el de los gobernantes o representantes) por el simple hecho de estar, o por la desmesura de sus egos que no hace más que seguir socavando los pilares del sagrado recinto de la política, del debate de las ideas, propuestas y proyectos, que están presentes en grado inversamente proporcional de la cantidad de Eróstratos que con la democracia como excusa la siguen hiriendo de muerte.
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