Pirámide del Sol, entre certezas y enigmas
México (PL) Unos 23 grados Celsius de temperatura y un cielo nublado que protege resultan ideales para subir a una de las más impresionantes edificaciones de Mesoamérica, la Pirámide del Sol, regalo ancestral para la arquitectura y el misterio.
La turista mira esa inmensa construcción de Teotihuacan, «la ciudad de los dioses», cuyos vestigios se hallan al noreste del valle de México, a unos 45 kilómetros del centro del Distrito Federal.
Incluso se detiene unos minutos ante la edificación, de unos mil 800 años de antigüedad, y disfruta la vetusta belleza de esta Pirámide cuyo perímetro de base cuenta con 893,91 metros y un núcleo de adobe, antiguamente recubierto de pinturas sobre estuco.
Resulta inigualable este monumento y forjar en la mente a aquellos seres que debían transitar cada 52 peldaños por un sol o era, según las creencias locales, con descansos para el ascenso hacia el ídolo, quizás Tlacoc, el dios de la lluvia que cae y riega «el néctar de la tierra», el instante en que el agua penetra y fecunda.
Dicen los historiadores que en la cúspide había un templo coronado por una figura de grandes proporciones, donde ahora sólo queda una plataforma cuadrada de superficie algo irregular. Pero desde la base, donde aún se encuentra la turista, apenas se distingue el pináculo.
Son 247 escalones, expresa una abuela que acompaña a la nieta de cerca de 11 años; no, 246, riposta la menor, un escaño puede marcar la diferencia. Sabia respuesta de la muchacha, entre los cientos de personas que bajan, suben, conversan y se divierten al tomar fotos, testimonios de la estancia en el lugar.
Remontar la primera parte es algo rápido, espectacular, sobre todo cuando la visitante se detiene en el primer descanso y observa la otra Pirámide, la de la Luna, más antigua, a la que se le añadió la estructura de cuatro cuerpos talud-tablero, un estilo arquitectónico mesoamericano, empleado a menudo en la construcción de pirámides y vinculado con la cultura de Teotihuacan.
Encima de ese otro monumento se aprecia una plataforma, otrora templo superior, para rendirle culto a Chalchiutlicue, la de la falda de jade, la diosa de la ondulación de las aguas, la compañera de Tlaloc, una de las figuras más veneradas, enlazada con la luna, cuya escultura fue hallada al pie de la construcción.
Tras el primer descanso, el ascenso en la segunda parte de la Pirámide del Sol resulta igualmente grato, sobre todo cuando desde el segundo escaño se mira hacia la amplia Calzada de los Muertos.
Este fue el eje principal de una ciudad que llegó a estar entre las
mayores de Mesoamérica en la época prehispánica; la Calzada de los Muertos comienza en la plaza ubicada frente a la Pirámide de la Luna y se prolonga dos kilómetros hacia el sur hasta que se pierde a lo lejos.
La escalada de la tercera parte es un poco más difícil, por la
irregularidad de los peldaños, y por esa causa han colocado pasamanos para que los visitantes no pierdan el equilibrio. Por eso y el viento, que arrecia y molesta, ella sube rápido hacia otra parte de la inmensa edificación.
Desde esta altura se atreve a presentir, al suroeste de la Pirámide de la Luna, el conjunto del Palacio de la Quetzalpapalotl, reconstruido por arqueólogos y adornado con bajorrelieves. En ese lugar subyuga la figura de un animal mitológico llamado quetzal-mariposa, enmarcado por símbolos acuáticos.
El centro de Teotihuacan se desplazó hacia el sur, donde en La Ciudadela un conjunto de templos convergen alrededor de la gran plaza donde se encuentra el Templo de Quetzalcóatl, el tercer monumento más grande de Teotihuacan, después de las Pirámides del Sol y de la Luna, y considerado el más lujoso.
Allí se rindió culto a la Serpiente Emplumada, que asoma en múltiples representaciones de cerámica, escultura y pintura, con tableros decorados con este mito.
Finalmente, la turista arriba a la última parte de la Pirámide del Sol, algo difícil por la irregularidad de las piedras, y sobre todo, porque los otros visitantes también quieren llegar a lo más alto, al centro de la plataforma, ya sea para pedir un deseo o llenarse de la energía cósmica, una vieja creencia mexicana.
Y ahí coinciden gran cantidad de personas que desplazan a otras para tocar el pedestal ya sin estatua, donde incluso los mayores colocan a los niños a fin de mostrarlos de la cima de la Pirámide al universo, en un sitio donde los investigadores suponen que se realizaban sacrificios humanos.
Pero la experiencia no termina todavía. Muchos quedan un buen rato
parados allí, a pesar del viento, como si fuera difícil abandonar esta
edificación de 63,5 metros de altura, que guarda entre sus resquicios los enigmas de «la ciudad de los dioses», recorrida por dos millones de personas al año.
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