Amar de más
Por Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Arrancarnos la piel, pedazo por pedazo, era el primer rito de iniciación para convertirnos en hombres y mujeres. Al principio dolía, pero esta sensación era sepultada por la nada. Cada milímetro exterior era intercambiado por una delgada capa de arcilla que se ajustaba a la medida de nuestro cuerpo, apoderándose de todo. La metamorfosis llegaba desde el mandato popular, que, con vehemencia nos empujaba fuera de la tranquilidad, encarrilándonos en la búsqueda de algo que llamaban “amor” o el espejismo de lo que creían que era.
Los mayores comentaban que se sentía como un flechazo artero, atravesaba de golpe incrustándose directamente en el espíritu; otros, seguros de sí mismos, hablaban de que tenía la capacidad de desgarrarnos por completo, pero que, pese a eso, debíamos entregarlo todo. Dolor, dolor y más dolor, eso significaba el dichoso amor para las personas mayores; no era nada alentador, pero debíamos empezar la búsqueda.
Cuando lo sentí por primera vez, no fue como lo describían, era extrañamente mejor de lo que siempre había esperado. En vez de sentir dolor, fue un embriagante embate de dulzura, refrescante aire que daba vida, inspiraba a seguir. Mientras los problemas se volvían nada, todo se veía diferente desde el dichoso amor.
Entre susurros, las voces de aquellos adultos acechaban desde las sombras, mandando mensajes encriptados que develaban de a poco sus oscuros consejos, “¡entrégalo todo!”, ¿todo?, “¡hasta la vida!”, ¿mi vida?, “¡Hazlo!, ¡ahora!”. Esa era la enseñanza, dar hasta la vida por el otro; ceder, arrojando nuestra voluntad en el camino; cambiar todo de nosotros si fuera necesario, mimetizarnos, volvernos a su imagen y semejanza. Por todo esto la piel y los huesos rígidos ya no eran útiles, sólo servía para tal propósito la arcilla.
Después de la dolorosa transformación, todo se sentía diferente, hasta la lluvia podía hacerse con partes de mí, si me descuidaba lo suficiente.
Las peticiones poco a poco fueron ascendiendo en complejidad. Terminé arrancándome uno de mis brazos para dárselo, después de que comentara que deseaba que fuera suyo; continué desprendiendo una por una mis pestañas; luego, tomó la iniciativa y fui solamente un espectador más que asentía con la cabeza, mientras sus uñas penetraban mi ser y me quitaban los ojos, porque era lo que más le gustaba.
Devoró todo de mí, yo me entregué por completo a la causa de no quedarme con nada, de entregarlo todo, hasta mis entrañas, pulmones, sin reservar nada, ni siquiera el corazón. Al final, el amor terminó doliendo, vaya que lo hizo.
¿Por qué entregarlo todo se convirtió en prototipo de amor ideal?, dar todo y no quedarnos con nada para nosotros, aunque esto nos lleve cada vez más adentro de aquel pozo oscuro; aunque perdamos la capacidad de decidir qué queremos, aguantando los ultrajes, volviéndonos objetos de consumo hasta consumarnos.
Un amigo me dijo hace tiempo que amar en desmedida era peligroso. Esa advertencia adquirió más sentido mientras los años pasaban y las historias personales colocaban en el plano real aquello que había sido idealizado.
Amar de más, sin un límite, aquel mandato que nos exige darlo todo olvidándonos de nosotros mismos, parte del error y termina lastimando mucho. Todo es peligroso en exceso, hasta amar, porque cuando nos obsesionamos con ello perdemos el piso de la realidad, volviendo lo bello, un sofocante momento que se prolonga hacia sinuosas rutas.
No podemos dar lo que tenemos, eso significaría perder nuestra individualidad, dejar de ser quienes somos y transmutar en alimento para otros.
En contraposición, amar de menos o a medias, parte del miedo que tenemos de entregar, o del brutal egoísmo. El temor nos vuelve desconfiados de todo y de todos. Así, limitamos nuestra capacidad de dar, entregando aquello que nos sobra, las migajas de tiempo y cariño que tenemos; quedándonos todo, tomando todo de los otros.
EN SU PUNTO
Ni más, ni menos. El anhelado punto medio llega nuevamente a la escena, señalando que debemos amar en su justa medida, y esto es semejante a una receta con su grado de complejidad.
Cocinar el amor a fuego lento, es una recomendación personal, pero entiendo que hay ocasiones en que se necesita una llama más intensa. Todos los pasos son importantes, pero éste en particular si es mal ejecutado, hará que el amar se encuentre sin cocción o que se queme sin retorno.
Aprender el punto medio, no se logra leyendo recetas sino cocinando. Acierto y error que resulta mucho más complicado cuando en vez de platillos, se tiene el amor; cuando en vez de ingredientes, se tiene el mundo de otra persona en nuestras manos; cuando el error de cocción, podría desencadenar un desastre.
Deja un comentario