Washington y Tel Aviv viven una relación escabrosa

La Habana (PL) La Casa Blanca y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sostienen últimamente una relación escabrosa, marcada por desencuentros en torno a las negociaciones internacionales sobre el programa nuclear de Irán y reiterados ejercicios de equilibrismo político para controlar daños.
Las conversaciones entre Teherán y el Grupo 5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, el Reino Unido y Francia, más Alemania) -que finalmente generaron un acuerdo marco dos días después de la fecha límite previamente fijada (31 de marzo)- han sido, por excelencia, el objeto de las desavenencias bilaterales.
Acordados en Lausana, Suiza, los «parámetros clave» para limitar la capacidad de enriquecimiento de uranio de Teherán y, asimismo, para eliminar las sanciones económicas internacionales en su contra, el presidente estadounidense, Barack Obama, llamó por teléfono a Netanyahu a fin de darle detalles sobre el texto.
Obama además tuvo palabras cuya obvia intención era disipar las nubes grises de los últimos tiempos: «No hay sombra de dudas cuando se trata de nuestro apoyo a la seguridad de Israel», dijo.
Poco antes, mientras se desarrollaban en Lausana discusiones decisivas -extendidas dos jornadas debido a que los «progresos» alcanzados se hacían insuficientes para destrabar cuestiones espinosas- y Obama jugaba a fondo sus cartas diplomáticas, había sobrevenido una nueva mortificación en esta breve historia de incomodidades bilaterales.
El diario estadounidense The Wall Street Journal reveló -citando a funcionarios de la administración norteamericana- que Israel espió las conversaciones a puerta cerrada entre Teherán y el G5+1.
Otro tropiezo entre gobiernos aliados que intentan por todos los medios -incluidas, claro, las declaraciones de buena voluntad por ambas partes- restañar heridas y sortear susceptibilidades en virtud de intereses comunes.
Tradicionalmente, no existe en Medio Oriente mejor amigo para Washington que Israel, apuntalado en la región gracias a una ayuda militar superior a los tres mil millones de dólares anuales.
Por cierto, se conoció a principios de febrero último sobre la ayuda estadounidense a Israel para el desarrollo de una bomba nuclear: precisamente lo que temen ambos Ejecutivos -pese a sus diferencias estratégicas- que haga Irán.
El gobierno estadounidense desclasificó un reporte del Departamento de Defensa -387 páginas- en que se compara las máximas instalaciones nucleares israelíes con Los Alamos y Oak Ridge National Laboratories, fundamentales en el desarrollo del armamento norteamericano.
Tal informe de 1987, titulado «Evaluación de tecnología crítica en Israel y naciones de la OTAN», señala que los israelíes se encontraban «desarrollando el tipo de códigos que les permitan hacer bombas de hidrógeno. Es decir, los códigos que detallan los procesos de fisión y fusión a nivel microscópico y macroscópico».
Según Courthouse News Service, la publicación del informe se produjo tras ser solicitada, bajo la Ley de Libertad de la Información, por Grant Smith, director del Washington Institute for Research: Middle Eastern Policy.
Smith ya había adelantado a fines de 2014 que el Pentágono supo sobre el programa de armas nucleares de Israel y luego lo encubrió durante un cuarto de siglo, violando legislación estadounidense y a «un coste para los contribuyentes de 86 mil millones de dólares.
Acostumbrados Washington y Tel Aviv a urdir tramas como estas de conjunto, resulta que -supuestamente- los israelíes se toman ahora la libertad de husmear unilateralmente en los manejos internacionales del Despacho Oval.
La saga de desavenencias entre Obama y Netanyahu -aunque en este caso se hagan los de vista gorda- se condimenta con las revelaciones del Journal, cuyo artículo sostiene que Israel acopió información proveniente de reuniones confidenciales, y a través de informantes y contactos diplomáticos estadounidenses en Europa.
De acuerdo con el rotativo, se estableció un intercambio de «información privilegiada» entre Israel y legisladores estadounidenses con el objetivo de «drenar respaldo» a un posible acuerdo con Irán (cuyas líneas fundamentales deben estar listas al concluir abril).
El gobierno israelí se apresuró a negar las acusaciones a través de su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, quien calificó la información de inexacta e incorrecta pues -sostuvo- su país no se dedica al espionaje contra Estados Unidos.
Lieberman aceptó, en cambio, que Israel tiene «diferentes intereses de seguridad» con respecto a su aliado norteamericano y que además posee «un buen servicio de inteligencia».
Justo en torno a la fecha límite para alcanzar un acuerdo marco en Lausana y aprovechando el receso por Semana Santa, una comitiva estadounidense -encabezada por el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner- viajó a Israel.
Un gesto leído en clave de reciprocidad: Netanyahu habló el 3 marzo en sesión conjunta del Congreso norteamericano -gracias auna invitación de Boehner, quien se saltó de paso cualquier consulta con la Casa Blanca- para torpedear las gestiones diplomáticas de Obama en torno al tema nuclear iraní.
Mientras las pláticas se alargaban en territorio neutral suizo, Boehner y Netanyahu se abstuvieron de armar demasiado ruido durante su encuentro.
Boehner llegó y se fue sin hacer noticia, reflejó el diario The New York Times, que no pasó por alto el gesto pues el primer ministro israelí y su invitado tenían originalmente programadas sendas declaraciones ante las cámaras.
Sin embargo, el anfitrión sí emitió un nuevo ataque a las negociaciones nucleares, en el que catalogó el alargamiento de las negociaciones como inconcebible, clamó por un «mejor trato» y acudió una vez más -pese al reporte sobre actividades nucleares citado- a la retórica de la amenaza contra su país.
Justamente tras estas declaraciones, Obama agitó una rama de olivo y telefoneó a Netanyahu.   Desde la perspectiva de los republicanos -ahora empeñados en revisar el acuerdo marco con Irán en el Congreso-, la estrategia parece orientada a alimentar desencuentros entre la actual administración y el reelecto Netanyahu a fin de ir acumulando capital político, y no solo político, en el influyente ámbito judío de cara al ciclo electoral del año próximo.
Ciertamente, las contradicciones entre ambos gobiernos muestran un inequívoco cariz partidista, que los demócratas no han dejado de señalar.
Obama, en todo caso, cuenta con apoyo para sus maniobras diplomáticas a lo interno del país: el 59 por ciento de los estadounidenses se mostraron al cierre de marzo favorables a un acuerdo que limite las capacidades nucleares de Irán, según una encuesta de The Washington Post/ABC News.
En tanto, el 31 por ciento de las personas consultadas dijo que se opone a un pacto y dudan que el mismo pueda funcionar.
Sin embargo, el suelo se hace más inestable cuando se varía un poco el enfoque en los sondeos, pues el 59 por ciento señaló no estar tan seguros o no confiar en absoluto en que un acuerdo impediría que las autoridades de Teherán obtengan un arma nuclear.
Un 37 por ciento admitió tener cierto grado de confianza en las gestiones, pero sólo el cuatro por ciento aseguró que estaban «muy confiado».
Analistas opinan que las cuestiones internas son realmente las que deciden los comicios en Estados Unidos, por lo que este tema -aun cuando tiene potencia literalmente nuclear- pudiera considerarse secundario.
Pero el musculoso apoyo del lobby judío ya es otra cosa en medio de la batalla por la Casa Blanca.
Si bien el asunto de Irán -las tratativas continuarán centradas sobre todo en aspectos técnicos para un arreglo global a finales de junio- ha sido la manzana de la discordia, lo cierto es que también han surgido otras divergencias entre estos viejos aliados.
En marzo pasado, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, Denis McDonough, instó a Israel a poner fin a la ocupación de medio siglo en territorios palestinos y reiteró las críticas de su gobierno por declaraciones de campaña en que Netanyahu descartó una eventual solución de dos Estados para ese conflicto.
A su vez, el portavoz de la administración estadounidense, Josh Earnest, sugirió que sería difícil para Estados Unidos seguir oponiéndose en Naciones Unidas a las resoluciones para un Estado palestino.
Una señal que acaso revela de manera más elocuente la lucha de baja intensidad entre ambos gobiernos: el presidente Obama felicitó con dos días de retraso a Netanyahu por su victoria electoral del 17 de marzo.

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