POLITICA, POLITIQUERIA Y GRILLA
FRANCISCO VILLA Y SU ANDAR POR CHIHUAHUA.
Odiado y amado, Pancho Villa fue bandolero, ladrón de ganado, asaltante de caminos, prófugo de la justicia, estratega militar, gobernador del Chihuahua, mujeriego, derrochador de paternidad, filántropo, revolucionario abstemio, entre otros leyendas y realidades.
Sin asistir nunca a clases, Villa sabía de la importancia de la educación y abrió 50 escuelas cuando fue gobernador, invadió a los gringos en Columbus, le molestaba la injusticia y adoptaba a los niños abandonados, incluso pedía pena de muerte a quien cometiera fraude en las elecciones.
La incursión de Francisco Villa en la política se refugia en un océano de contradicciones. Con orígenes entre el pueblo bajo y agraviado por la naturaleza autoritaria del poder, actuó desde su juventud como un opositor al sistema. Fue hasta que conoció a Abraham González, quien lo condujo al lado de Francisco I. Madero, cuando comprendió que su lucha podría encauzarse más allá del encubrimiento en el que vivió durante el Porfiriato, aunque la obstinación por velar su identidad bajo un seudónimo es indicio de su propósito por dejar atrás la simple presencia como un integrante anónimo de las clases oprimidas. En el mote que asumió para sus correrías, descansa la leyenda.
Lo cierto es que el acercamiento a González se convirtió en la oportunidad para salir de la ignominia que acarreaba la carrera criminal. Adherirse a un movimiento legitimado por los cauces que presentó el maderismo significó su incorporación al ámbito político del más alto nivel, en el que permanecerá hasta su muerte. Y aunque es inequívocamente reconocido por sus talentos militares, no debe soslayarse su paso por puestos de poder, llegando a ser considerado, muy en serio y desde diversos ámbitos, para desempeñar el máximo cargo de la administración pública nacional. Empero, y en repetidas ocasiones, él mismo declaró sentirse incompetente para ocupar tal responsabilidad, pues para ello era necesario alguien con preparación, lo que lo descartaba definitivamente.
Será hasta que se origine la lucha contra Huerta, facultada por el constitucionalismo expresado en el Plan de Guadalupe, de 26 de marzo de 1913, y con Venustiano Carranza como Primer Jefe del movimiento revolucionario cuando, a pesar de la reticencia antes mencionada, la estrella del otrora forajido duranguense brillará desde responsabilidades gubernamentales.
Tras la primera parte de la campaña en el norte, que se desarrolló entre marzo y diciembre de 1913, en la cual las fuerzas federales fueron mermadas considerablemente, pero no acabadas en forma definitiva, al frente de su ejército, quien antes se llamaba Doroteo Arango entró triunfante a la ciudad de Chihuahua los primeros días de ese duodécimo mes del año en que murió Madero. En una reunión entre los principales miembros de la División del Norte y avalados por los preceptos del Plan revolucionario que legitimaba la lucha, se decidió otorgar al general Villa el poder militar y administrativo del estado más grande la República.
Odiado y amado, Pancho Villa fue bandolero, ladrón de ganado, asaltante de caminos, prófugo de la justicia, estratega militar, gobernador del Chihuahua, mujeriego, derrochador de paternidad, filántropo, revolucionario abstemio, entre otros leyendas y realidades.
Sin asistir nunca a clases, Villa sabía de la importancia de la educación y abrió 50 escuelas cuando fue gobernador, invadió a los gringos en Columbus, le molestaba la injusticia y adoptaba a los niños abandonados, incluso pedía pena de muerte a quien cometiera fraude en las elecciones.
En primera instancia pensó delegar la comisión, en su parte ejecutiva, en la persona de Silvestre Terrazas, prominente periodista e intelectual chihuahuense, quien según su apreciación reunía las cualidades para el cargo. Aunque podría tratarse de una puesta teatral para justificar su nombramiento, pues a pesar de contar con el apoyo de sus subordinados, cabe reiterar que, en público, Villa siempre se expresó incapaz para asumir tales responsabilidades. Sin embargo, comenzó a ejercer las funciones asignadas, que duraron escasamente cuatro semanas, pero que han sido calificadas por Friedrich Katz, muy acertadamente, como aquellas que “estremecieron” a la más extendida entidad geográfica de nuestro país.
Entre las disposiciones que implementó se destaca el objetivo de desmembrar el poderío de los terratenientes en la entidad. Hay que recordar que en ese territorio se asentaba la influencia del clan Terrazas-Creel, que dominaba la política y el entorno económico. Para contrarrestar a estos potentados, Villa dio continuidad a las acciones que había puesto en marcha don Abraham González cuando ocupó el mismo cargo, restableciendo la autonomía municipal, generando así alianzas con la clase media, cuyo apoyo era esencial para estabilizar las actividades políticas y económicas.
Entre sus primeras acciones como gobernador, expulsó a aquellos ciudadanos españoles que habían colaborado con el huertismo y decidió confiscar los bienes de la oligarquía, destinándolos, en parte, para sostener a las viudas y huérfanos producidos por los menesteres de la guerra. Además, en su afán por imponer el orden, decretó entre sus tropas la ley seca; asimismo, condenó con penas graves cualquier saqueo o desmán que se presentara. Autoritario y benevolente, así era Villa desde el poder.
También en esos momentos demostró que sus miras no se quedaban en el territorio nacional. Sabedor de la importancia que tenía para el movimiento constitucionalista la relación con Estados Unidos, emprendió una campaña de diplomacia que le ganó notoriedad allende nuestras fronteras. No atacó las propiedades estadounidenses y fomentó las relaciones cordiales con los vecinos. Pero no se trataba solamente de buena voluntad. Villa sabía muy bien que el éxito de la campaña hacia el sur que estaba en planeación dependía en mucho de los recursos fronterizos. A la par de su estrategia militar, su colmillo político se estaba afilando.
Decisiones tan radicales hicieron que la prensa extranjera comenzara a generar una imagen extravagante del personaje. Desde exótico, invencible guerrero, original, terrible, hasta socialista o mitad indio, mitad bestia, fueron algunos de los epítetos que se ganó por sus acciones políticas. Pero era un luchador nato y la guerra no había terminado. Se separó del cargo, que recayó en Manuel Chao, y se lanzó nuevamente a los campos de batalla, donde cumplió su destino como el brazo fuerte del constitucionalismo.
En su relación con Carranza fue donde falló su diplomacia. El rechazo ante la autoridad del Primer Jefe, que se incrementó mientras la campaña militar se desarrollaba, opaca un poco todas sus decisiones al frente del gobierno de Chihuahua. Ante esa superioridad no supo ser político y actuó con las entrañas de por medio.
Como apuntó Martín Luis Guzmán, notable escritor que encabezó durante su longeva vida la exaltación de la trayectoria villista, la leyenda y la propaganda difundidas por sus enemigos durante los primeros años después de su muerte, o mejor dicho, la primera surgida de la segunda, convirtieron la figura de Villa en una suerte de bandolero, el más cruel y sanguinario; en un enemigo de la Revolución, cuya intervención en la gesta histórica no debía ser recordada.
Acertadamente, el autor de Las memorias de Pancho Villa, percibió que esos ataques no eran más que “perversas figuraciones”, nacidas en un momento histórico en el que los grupos llevados por la avaricia del poder desvirtuaban sin ambages la trayectoria del adversario, incluso denigrando su reminiscencia.
Lo comprobable es que en el carácter de Villa prevaleció continuamente la lealtad. Lealtad a Francisco I. Madero y a lo que él representaba, lealtad a su ideología, lealtad a su gente. Enemigo de la traición, se dejó llevar por las pasiones despertadas en el álgido avatar de la guerra, pero supo ser coherente con su misión. Fue atacado como bandido, pero nunca recibió la acusación de ladrón, pues repartió entre sus tropas todo lo que a sus manos llegaba. Testimonios irrefutables exaltaban su honestidad.
Peleó por lo que consideraba era su verdad, con resistencia inquebrantable se defendió al mismo tiempo de tropas nacionales que de extranjeras, sin ceder ni rendirse nunca, ni cuando estuvo herido y, guerrillero sublime, se sostuvo erguido, como amo de sus territorios, dominador de sus senderos, dueño de sus recursos, hasta que el gobierno, cansado de no poder vencerlo, lo buscó para pactar su pacificación, que no su sometimiento.
Pero hay algo más que el combatiente en la percepción de Villa que recogen los historiadores, la imagen que debe quedar implícita siempre que se le rememore: el Villa inerme ante la ambición del poder, pero convencido de conquistar sus anhelos y vivir por ellos. El Villa amigo, protector de los desheredados, el Villa enemigo de matar por matar, el Villa que por instinto sintió la urgencia de encabezar una reforma social que pusiera fin a la miseria, a la explotación y a la injusticia en que se hallaban sus hermanos de patria.
Ante cualquier calificativo, Francisco Villa fue un hombre sincero, ¿defecto o virtud? Parece que ambos. Por un lado, aunque fue gobernante, Villa no aprendió a ser político, entendiendo la política como “el arte de defenderse de uno mismo”, pues lo que menos pretendió el mítico centauro era mostrar un faceta llena de hipocresía ante las circunstancias, ya que tenía el valor suficiente para afrontar su destino, fuera cual fuera. Sólo basta recordar el sacrificio propuesto ante la Convención de Aguascalientes, de entregar su vida, al lado de la de Carranza, si en ello radicaba la solución para salvar al país.
Por otro lado, esa sinceridad, retomada como virtud, le permitió arropar en su persona un sentimiento de cariño popular que no acabó con su muerte y que pervivió entre aquellos que lo conocieron, aquellos que con él compartieron la sal, la tristeza de la derrota y que no expresaron reproche alguno cuando hicieron su remembranza: íntegro, valiente, con sabiduría ante la vida, astuto, inteligente, de carácter amable, mientras no lo hicieran enojar, porque entonces era implacable, aunque imponía más bien respeto que temor.
Lo indiscutible es que, durante su acción gubernamental en el estado de Chihuahua, dio pruebas de una capacidad inusitada para ejercer las riendas del poder. En el recuento de sus febriles actividades como gobernador revolucionario, queda el ejemplo de lo que pudo haber sido su desempeño frente a la administración nacional. Pero en la historia, el hubiera no existe; empero, en la de nuestra Revolución, resulta irrefutable el éxito de su gestión a favor de los chihuahuenses en ese diciembre de 1913 y primeros días del año que siguió. Por tanto, a pesar de ser considerado como un ignorante, incapaz de asumir tales responsabilidades, puede afirmarse, sin temor a equivocarnos, que Francisco Villa sí supo gobernar…
Moneda circulante durante el gobierno de Villa conocido como las «sábanas».
Billete de 10 pesos emitido en Chihuahua en 1914 conocido como «dos caritas» con los retratos de Francisco I. Madero y Abraham González.
Por muy poco tiempo fue nombrado gobernador provisional de Chihuahua,29 aunque ejerció el poder por un periodo mayor pues dictaba órdenes al gobernador Manuel Chao, quién había sido nombrado por Venustiano Carranza.30 31
Como gobernante Villa mandó imprimir diversos billetes, como los «dos caritas» y las «sábanas»; embargó tiendas y sustituyó a los comerciantes venales por administradores honorables, llenó el mercado de reses de las haciendas en las que intervenía; abarató los precios del maíz, frijol y carne;32 33 asumió funciones federales en materia de telégrafos y ferrocarriles;28 expulsó del estado a muchos españoles, acusados de que habían ayudado a Victoriano Huerta; reabrió el Instituto Científico y Literario y decretó el establecimiento del banco del estado.
Tercera etapa
Pancho Villa acostumbraba hacerse acompañar de periodistas y de intelectuales, como el escritor estadounidense John Reed y el propio Martín Luis Guzmán, autor de La sombra del caudillo, quien inclusive fungió como su secretario durante un tiempo.
Dio entrevistas constantemente, hizo un contrato con Hollywood, para filmar sus batallas e incluso sus tropas recibieron uniformes nuevos para rodar algunas escenas con una mejor imagen.
No se sabe a ciencia cierta cuántas esposas tuvo, sin embargo, se dice que casó por la ley aproximadamente setenta y cinco veces.60 61 62 Aunque al final, sólo «algunas» mujeres reclamaron ser sus legítimas esposas:
Luz Corral
Juana Torres
Pilar Escalona
Asunción B.
Austreberta Rentería
María Amalia Baca
Manuela Casas
Soledad Seáñez Holguín y
María Anaya.
En 1946, el Congreso mexicano reconoció a Soledad Seáñez Holguín como la legítima esposa de Villa con quien se unió en matrimonio en 1919.63 No obstante, otros medios (entre ellos la presidencia de México) apuntan a que también lo fueron Luz Corral, Manuela Casas y Austreberta Rentería.
¡Hasta la vista!
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