Irán-Iraq; apuesta por metamorfosis diplomática en golfo Pérsico
Beirut, 22 oct (PL) Bien distantes de los infaustos años de beligerancia (1980-1988), Iraq e Irán, baluartes del Islam chiita en Medio Oriente, apuestan por cicatrizar heridas aún abiertas en el golfo Pérsico con la mano tendida a Arabia Saudita.
Como suele ocurrir en la alta política, la primera visita oficial a Teherán del primer ministro iraquí, Haider Al-Abadi, no tuvo ningún elemento de improvisación o casualidad, y tanto los temas discutidos como las declaraciones públicas despejaron cualquier duda de la solidez de los nexos.
Al-Abadi, a quien muchos se empeñaron en ver como una suerte de rebelde frente a la indiscutible influencia iraní, siguió un guión muy similar al de su antecesor, el también chiita Nouri Al-Maliki, y descartó que bajo su gestión Iraq sea usado de «trampolín» para agredir a su vecino estratégico.
En una misma línea, aunque sin lastimar susceptibilidades de Estados Unidos y los aliados occidentales y árabes de éste, el jefe de gobierno ponderó la decisiva capacidad de Teherán para contribuir a derrotar a los grupos extremistas sunnitas que Bagdad afirma son financiados por Riad.
«Iraq no está combatiendo solo al terrorismo. Esta es una guerra extensiva con todos esos grupos, es una amenaza a la región y esos grupos terroristas tratan de crear una división entre chiitas y sunnitas», alertó Al-Abadi durante y después de sus reuniones con autoridades persas.
El primer ministro iraquí consideró fundamental la participación iraní en la lucha contra los milicianos «takfiristas» (terroristas sunnitas) del Frente Al-Nusra, un desprendimiento de Al-Qaeda en Siria, y del Estado Islámico (EI), que mantiene en jaque a su país desde la ofensiva de junio.
Y es que el país persa y la nación mesopotámica, dos vecinos con predominio de población musulmana chiita, registran un acercamiento progresivo e inmejorable desde que las tropas invasoras norteamericanas derrocaron en 2003 al presidente Saddam Hussein, de confesión sunnita.
Los vínculos se afianzaron más en el ámbito militar a raíz de las acciones armadas del DAESH, acrónimo árabe del EI, y otras milicias radicales que extendieron desde Siria sus operaciones a Iraq, como parte de una ofensiva con visos extrarregionales cuya meta apunta también a Irán.
En el aspecto protocolario una señal inequívoca de la prioridad que Bagdad constituye para Teherán es el nivel de recibimiento dado al visitante y su delegación, incluso por el líder supremo de la Revolución Islámica, ayatolah Ali Khamenei, y el presidente Hassan Rouhani.
Al-Abadi se entrevistó, además, con el primer vicepresidente Eshaq Jahangiri, quien al igual que Khamenei y Rouhani, prefirió atribuir a las tropas iraquíes el protagonismo y la capacidad para derrotar al yihadismo sunnita, sin interferencias que laceren soberanía e integridad territorial.
El jefe de estado iraní prometió, sin embargo, no escatimar esfuerzos en ayudar a los iraquíes en su cruzada anti-DAESH, y llamó a gobiernos de la región a contener al terrorismo de forma «coordinada e integrada» para arrancar de raíz ese fenómeno.
Pero la visita de Al-Abadi, de apenas un día, dejó otras lecturas, en tanto analistas la valoraron como parte de una apertura hacia una política exterior mucho más visionaria y pragmática que se acopla al próximo viaje del presidente iraquí, Fouad Masum, a Arabia Saudita.
Tras la formación del gabinete en Bagdad y, sobre todo, después de que esta semana el parlamento aprobó a los ministros del Interior y de Defensa, Iraq está en mejores condiciones de buscar un entendimiento con el reino wahabita, la principal potencia sunnita del área y, por ende, su gran rival.
Para algunos políticos iraquíes, los recientes viajes del canciller, Ibrahim al-Jaafari, para participar en conferencias internacionales también arrojaron resultados favorables a los intereses del país, urgido de cortar las fuentes de financiamiento y de suministro de armas a los terroristas.
La clara apertura de la diplomacia hacia países de la región parece ser el secreto del éxito de la actual administración iraquí, de la cual se espera pasos compatibles con sus pretensiones en política exterior, pues también han sido numerosas las visitas a Bagdad de personalidades foráneas.
Algunos especulan que la misión realizada el fin de semana pasado a la capital iraquí por una delegación de Kuwait, Mauritania y el secretario general de la Liga Árabe, Nabil El-Arabi, fue otra evidencia de innegables metamorfosis en cancillerías y cortes palaciegas del golfo Pérsico.
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