¿Hacia dónde nos lleva la ideología de género? (Segunda de dos partes)
Por Arom Leamsi.
En la primera parte de este opúsculo he cuestionado la docta ignorancia de la que adolece la ideología de la violencia de género. He puesto en entredicho su visión del origen de la violencia contra las mujeres. ¿En qué consiste su pretendida explicación y en que sustento mi crítica a esa explicación? En las siguientes consideraciones.
La teoría implícita de la ideología de género consiste en lo siguiente:
Basándose en el dimorfismo sexual, que está presente en la inmensa mayoría de especies, y que es una cualidad que hace diferentes a los machos de las hembras en cuanto a su morfología biológica, se pretende fundar —en especial en la morfología de los machos, para decirlo en terminología de la ideología de género, que subraya el componente zoológico— el origen de una naturaleza violenta.
Se trata de una falacia de petición de principio. Se acepta que los “machos” son violentos por naturaleza, y que su violencia va contra los miembros más débiles del dimorfismo, las mujeres —las hembras—, y entonces, dada su debilidad, los “machos” las agreden, las oprimen, las dominan, las maltratan, etc. Así de simple es su justificación, su explicación.
Con estas ideas se substancializa a los “géneros” y se les presenta separados en dos: masculino y femenino, en conflicto permanente y, además, con la característica de que el “género” masculino es el depredador y posesivo; mientras que el “género” femenino es ecológico, cosmopolita y universal. Por lo tanto, Patria es un concepto machista, debería sustituirse por Matria.
Hombre, lobo del hombre, ¿o de la Mujer?.
Por los años ochenta del siglo pasado, Lidia Falcón, en España, lanzó un discurso en el que pretendía demostrar con base en la teoría del proletariado de Lenin y Marx, que el sexo femenino es una clase social que está sometida a la explotación del varón. Por consiguiente, las mujeres tienen el deber de quitarse este yugo patriarcal.
Ese tipo de especulaciones, que siguen teniendo auge entre las feministas, son, sin embargo, discursos que distorsionan las ideas de Foucault expuestas en su obra “El orden del discurso”. Pues el lenguaje no es un “constructo” de los machos para dominar y someter a las mujeres. Las feministas transforman la lucha de clases en una lucha de sexos expresada en un lenguaje sexista.
Según su visión, la clase dominadora es la de los “machos”, por lo que en su delirio, condenan el matrimonio heterosexual, pues en él, el macho es el dominador: somete a la hembra, la posee, la sujeta, la domina. En ocasiones llegan a defender el amor lesbiano, porque lo consideran como el amor más puro, cosa que no se da en el amor homosexual masculino, porque es de “machos”.
La principal crítica que quiero hacer a esa forma de ideología es la idea de la guerra de sexos, idea infantil a todas luces. Si hubiera tal guerra de sexos, habría que esperar que en todas las calles de la ciudad, todos los “machos” estuvieran agazapados esperando que apareciera una mujer para depredarla, para maltratarla, violarla, matarla. Cosa que no se da en lo general.
Por lo tanto, hablar de la guerra de sexos, de violencia contra las mujeres al margen del contexto donde efectivamente se produce con mayor frecuencia esa violencia, que es nada menos que el escenario doméstico, en el ambiente de la familia monógama, heterosexual; dentro del domicilio conyugal, entonces la cosa es muy distinta.
¿Por qué entonces plantear la lucha de sexos y la violencia de género basada en el dimorfismo sexual en lugar de hablar de la violencia doméstica? Quizás porque entonces las causas de esta violencia ya no serían tanto de tipo natural (biológica), sino más bien históricas, y los supuestos sobre los que pretender sostener su tesis del “macho” violento por naturaleza, se desvanecería de la misma manera en que surgió su pueril tesis.
Primero lo primero, el final, conviene dejarlo para el último.
La separación de sexos en machos y hembras es un hecho biológico, y de ninguna manera un discurso. La división y la existencia de dos sexos en el género humano es una cuestión inherente a la naturaleza de la especie humana, no es cultural; como también lo cultural no es un discurso. La etología moderna nos ha demostrado que entre los animales también hay expresiones culturales, a otra escala, pero la hay.
Antropólogos, biólogos y etólogos han explicado cómo y por qué hay diferencias sexuales, que éstas no son “discursos de género”, sino que son un hecho, una realidad física y material. Y sobre estas diferencias, se puede explicar cómo los papeles sociales están determinadas por la realidad material de la producción social. Que una sociedad se organice en tormo a la poligamia, la monogamia o poliandria, dependen de que sea ganadera, agrícola, recolectora, etc.
El papel de los miembros de una sociedad depende de las exigencias de producción social. Son las posibilidades prácticas de la organización social, condicionadas por las exigencias en sociedad, las que determinan la forma en que esta sociedad se organiza, y de ninguna manera un discurso machista o feminista, sino un proceso económico, social e históricamente condicionado.
Separar metafísicamente Naturaleza de Cultura, es una ociosidad, pues por ejemplo, los primates también establecen relaciones monógamas o polígamas, dependiendo de la abundancia de alimentos. Y esto no es un discurso, es una necesidad real. Por lo tanto, la idea de que el discurso machista promueve la violencia hacia la mujer, sí que es un discurso que solo sirve para desviar las investigaciones de los sociólogos, antropólogos y de los políticos por caminos desiertos.
Las investigaciones deberían centrarse en el estudio de la estructura familiar, no para de ahí deducir que la estructura familiar debe ser destruida, sino para entender las condiciones en las cuales la estructura familiar genera y promueve la violencia hacia las mujeres, porque en mi opinión, ahí tiene su origen la mal llamada violencia de género, que debería llamarse violencia doméstica, que es donde realmente se da.
Lo absurdo de la ideología de género es tal que llega a desvalorizar el trabajo de la mujer dedicada a cultivar su hogar, la considera una situación de esclavitud, como si trabajar en las condiciones extremas de un trabajador minero como los de Pasta de Conchos, fuera una liberación superior a la de la mujer que está dedicada a la organización y cuidado de su economía doméstica. Concluyendo, la ideología de la violencia de género nos conduce por caminos en los que no se atienden las causas de un problema real, como lo es la violencia doméstica.
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