Épocas de oro de la educación mexicana
La educación pública en México, ha pasado por largas épocas de oscuridad. La falta de interés de los diferentes gobiernos han colocado como responsables de esta área a auténticos zafios.
Los resultados, han sido prolongadas etapas de un sistema educativo que ha rayado en la mediocridad. Sin un proyecto definido, producto de miras reduccionistas sobre la importancia de la educación, el sistema ha generado que ésta, avance por la misma inercia de la sociedad.
Pero, contrario a esta circunstancia, ha habido etapas, en el sistema educativo, de una magnificencia digna de elogio. En esta ocasión, trataré de analizar cada una de ellas, en el afán de mostrar que cuando los gobiernos han tenido la voluntad política para atender con eficiencia el área educativa, los resultados pueden alcanzar niveles de excelencia.
Empezaré con el gobierno de Benito Juárez.
En las diversas etapas del gobierno juarista, el ministerio de instrucción pública estuvo a cargo de eminentes intelectuales como Ignacio Ramírez, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias por citar a algunos.
Tan luego como se dió el triunfo de la República, Gabino Barreda fue llamado por Antonio Martínez Castro, ministro de Justicia del presidente Benito Juárez, para participar en una reforma educativa nacional de inspiración positivista.
La reforma, propuso por primera vez, un cambio constitucional de gran trascendencia: la obligatoriedad de la educación primaria, bajo los principios de gratuidad y laicidad, los cuales hasta hoy día, se han preservado.
El espíritu del positivismo, formó a varias generaciones con los fundamentos de la ciencia, cuyo fundamento era aceptar como verdad, sólo aquel conocimiento que fuese comprobado experimentalmente. El espíritu cientificista formó eficientemente a varias generaciones hasta que el modelo se agotó, sin embargo, el sistema educativo tuvo una proyección extraordinaria.
Con el agotamiento del modelo positivista, advino la revuelta social conocida como Revolución Mexicana cuyas consecuencias fueron el establecimiento de un nuevo contrato social.
En 1920 bajo el mandato de Álvaro Obregón, es nombrado ministro de educación el abogado filósofo y escritor, José Vasconcelos. Su proyecto educativo fue tan fecundo que le valió el sobrenombre de maestro de la juventud de América.
Con las herramientas que le proporcionó el intuicionismo, corriente filosófica que desarrolló Henry Bergson, combatió al positivismo y sus resabios.
El modelo educativo vasconcelista, contempló campañas agresivas de culturización a través de su ambicioso programa denominado Alfabeto, pan y jabón con el cual buscó no sólo la consolidación de la instrucción escolar sino la capacitación de la población en actividades que posibilitaran el desarrollo económico de las comunidades y la aplicación de contundentes campañas que buscaron la formación de hábitos de higiene.
El proyecto educativo contempló la educación del pueblo, para ello impulsó el muralismo y llevó a las plazas públicas, orquestas que ejecutaban las sinfonías de eminentes músicos con la intención de posibilitar el desarrollo de la sensibilidad visual y auditiva.
Aunado a este esquema, formó verdaderos ejércitos de estudiantes con el objetivo de abatir el analfabetismo. La educación mexicana, en manos de Vasconcelos fue ejemplar no sólo para nuestra nación sino para el mundo entero.
Aún hoy día, la educación pública conserva ciertos resabios de ese proyecto educativo. Quiero, en esta exposición, referirme a dos proyectos más, que a mi juicio han constituido verdaderos íconos en el quehacer educativo, pero que por cuestiones de espacio los reservaré para la siguiente publicación en la que finalmente, señalaré las razones que me llevaron a abordar estos singulares modelos educativos.