En los tiempos de la estética apodíctica y la estética asertórica
Por Francisco Tomás González Cabañas
La dinámica política disolvió el dilema weberiano de la ética de las convicciones y de la ética de la responsabilidad. En la fanfarria democrática nuestros políticos reconvirtieron la trascendencia de lo ético para eclipsarla bajo la égida de lo estético. Importa únicamente la forma en que se comunique una acción, sus maneras y metodologías, sin que tenga relación con cuestionar o reflexionar sobre la decisión misma. El impacto perceptivo es lo determinante, se constituye en el concepto hegemónico de lo político. Las valoraciones que pueden tener cada una de tales decisiones siquiera son tenidas en cuenta. Síntoma acabado de un poder que se impone cómo producto que cosifica la relación entre representantes y representados, entre gobernantes y gobernados. Disuelto el espacio, finiquitado el tiempo, el logos herido de muerte, errabundo se dispersa en su tosca supervivencia. Obliterado el intercambio, cercenada la libertad, la ciudadanía pasa a transformarse en horda. Los que escapan al desquicio de alimentarse para sobrevivir, no encuentran fisura para fugar la posibilidad de un entendimiento con el otro.El lazo es únicamente la obediencia que se trasviste en pertenencia. El pensar queda sujeto a quien debe convertirse en objeto para demostrar una falsa subjetividad. Difuminado lo colectivo, disuelto en la partícula cuántica de la individuación, vale, sirve, importa, se impone, únicamente él quien lo diga, sus formas, maneras, metodologías y postureos. Ni sistema alguno existe por detrás, no subyace más que el fantasma del sujeto convertido en objeto, que impone un color, un sabor o un discurso que demanda y exige únicamente aceptación. La ruindad del campo político se manifiesta como desierto del espíritu del hombre vencido, doblegado, aprisionado y mutilado. No precisamos conceptos, palabras, ideas o pensamientos, tan sólo el acto inercial de acompañar al que nos convence, o vence, mediante la intimidación para que reaccionemos en la sensación, por el gusto, el olfato, el oído, el tacto o la mirada que conlleve a la aprobación.Consagrada la horda, mediante los cuerpos sacralizados las supuestas diferencias que no son tales, sino simplemente una burda diferenciación, la colisión física es cada vez más próxima y anunciada. Justificadores irresponsables, narradores cómplices de la barbarie de la corrección dirán que tal circunstancia se debió al desandar de lo biopolítico y que no existía otra opción, en esa falsedad dilemática del hombre condicionado y maniatado por su alienación.La instancia sagrada de lo electoral dinamitada en una compulsa de números, bien podría resolverse en un algoritmo financiero, en una operación bursátil, tal cómo lo es en definitiva la perversa convocatoria a hombres y mujeres, sumidos en la pobreza y la marginalidad, a que voten por el color de sus lazos por la estridencia de la voz de sus amos, que son en definitiva las variables que se ejecutan en la pantomima electoral para legitimar jurídico-políticamente a la horda llamada ciudadanía. Aquella advertencia del “olvido del ser” se manifiesta palmariamente como síntoma en la mutilación del pensar. En los espacios, dispositivos o partidos políticos en donde no se debata, no se discuta o no se promueva el pensar, en el afán de ratificar apoyos o mayorías sin hesitar, la exclusión de lo democrático se manifiesta en grado sumo, contundentemente. Tales recintos presurizados son norma y se viralizan exponencialmente. La lucha es cruenta y desigualdad. Por la misma condición, sin embargo es épica y determinante. En el caso de que podamos comer, nos queda escapar de las prisiones de la sensación, de la estética trascendental que deglutió la escisión imprescindible con la ética necesaria. Si no encontramos razones en los otros, planteemos las propias. Las mayorías automatizadas y siempre circunstanciales no pueden ser lo determinante de nuestra humana condición. Somos más que un número, demostremoslo y pongámonos en acción.
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