El TIAR, cadáver insepulto
La Habana (PL) La retirada de Ecuador del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que oficializó con su firma el presidente Rafael Correa, puso de manifiesto la obsolescencia de esa joya de la Guerra Fría, impuesta por Estados Unidos cual espada de Damocles al continente.
Parecía de más la permanencia del país sudamericano en el TIAR, luego de confirmarse que el Pentágono y otras dependencias de seguridad estadounidenses, en particular la Agencia Central de Inteligencia, colaboraron hace seis años en el ataque militar colombiano contra territorio de Ecuador.
Así ocurrió el 1 de marzo de 2008 en Angostura, Ecuador, que el entonces presidente colombiano Álvaro Uribe ordenó atacar bajo el pretexto de liquidar un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En esa acción, donde murieron varios guerrilleros incluido el segundo al mando de las FARC, comandante Raúl Reyes, Estados Unidos entregó información de inteligencia que resultó vital para el éxito de esa embestida.
Según denuncias, aviones AWACS del Pentágono actuaron como centros de mando y control de la operación, por la cual aeronaves militares de Colombia bombardearon territorio ecuatoriano, posteriormente invadido por tropas helitransportadas.
Claro que esos aviones y helicópteros no despegaron ni repostaron en Manta donde, hasta la llegada de Correa al poder, Washington mantuvo en esa localidad ecuatoriana una base aérea con el pretexto de perseguir al narcotráfico.
Se trataba de un verdadero centro de espionaje que amenazaba a otros países del área, donde la agencia antidrogas norteamericana, la DEA, ha ejecutado acciones encubiertas e incluso secuestros.
Lo paradójico es que Ecuador hoy exhibe mejores resultados en el combate al tráfico de drogas que cuando la DEA controlaba la base de Manta y, con ella, el espacio aéreo de buena parte de América Latina.
Seguro que todo este contexto está detrás del acto oficial con el que el presidente Correa oficializó el corte de todos los nexos y obligaciones con el TIAR, al cual calificó de anacrónico.
Un comunicado de la Cancillería indica que «Ecuador denuncia en todos sus artículos el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca».
En el decreto presidencial se suscribe que el país andino cumplió todos los pasos para denunciar el pacto, entre ellos anunciar oficialmente a la Organización de Estados Americanos (OEA) la voluntad de salir formalmente del acuerdo continental.
Afirma el pronunciamiento de Quito que tal decisión «constituye un paso más hacia la construcción de una doctrina continental de seguridad y defensa, adaptada a la realidad del mundo contemporáneo y al servicio de los objetivos de la construcción de un orden mundial más justo y equitativo y del fomento de las relaciones pacíficas entre los Estados».
Ecuador ratificó el TIAR en 1950, justo cuando Washington insuflaba el anticomunismo para contraponerlo a la Unión Soviética y al nuevo campo socialista que se iba fortaleciendo en Europa tras la victoria contra el fascismo.
Para entonces el presidente Harry Truman ordenaba la fabricación de la bomba de hidrógeno e imponía el TIAR en el hemisferio, donde pululaba más de un dictador a la sombra de los intereses de la United Fruit Company, la «Mamita Yunai».
Resultaba cuando menos paradójico que las repúblicas latinoamericanas se pusieran a resguardo de un pacto con la potencia hemisférica que más había intervenido militarmente en el continente, con invasiones a Cuba, Haití, Nicaragua y luego contra República Dominicana.
El TIAR es un «instrumento obsoleto al servicio de intereses hegemónicos, nunca sirvió para la defensa de nuestros países, sino para agredirnos», consignó en Twitter el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño.
El propio titular del Exterior refirió que ese pacto con Washington «no evitó la agresión británica a Argentina en 1982», durante la guerra por la soberanía de las islas Malvinas.
Lo que ocurrió en la realidad fue una franca violación a la letra del tratado, por el cual los países del continente, léase en particular Estados Unidos, debían enfrentar juntos la amenaza de una potencia extracontinental, en este caso Reino Unido.
En la guerra de las Malvinas, la Armada británica contó con información suministrada por Estados Unidos para el despliegue y maniobras de sus barcos y aviones de guerra. Con soportes de este tipo, Reino Unido hundió el crucero Belgrano, con saldo de más de 300 víctimas fatales.
Washington optó por su aliado en la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN) y ex imperio colonial, antes que hacer honor a un pacto que fue concebido para atajar la «amenaza comunista» y no para defender la soberanía de los pueblos latinoamericanos.
Según Correa, el TIAR comenzó a morir en la guerra de las Malvinas. Pero quizás su enfermedad congénita empezó a ser crónica en 1954, cuando la CIA derrocó al presidente Jacobo Arbenz en Guatemala.
Y de seguro sus síntomas se agravaron en abril de 1961 en las arenas de Playa Girón, donde los cubanos vencieron la invasión mercenaria organizada y armada por Washington, y propinaron lo que denominan la primera derrota militar del imperialismo yanki en América Latina.
A estas alturas, México, Perú, Nicaragua, Bolivia, Venezuela y Ecuador renunciaron al TIAR, que se antoja cual muerto insepulto en un continente donde se consolida el cambio de época definido por Rafael Correa, refrendado recientemente en La Habana durante la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
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