EL SELLO DE LA MEDIOCRIDAD
Aldous Huxley, el conocido novelista inglés, dijo una vez, con gran sentido común, que “los hechos no dejan de existir, solo porque sean ignorados”.
Quizá sea el momento de recordar esas palabras y, una vez disminuida la euforia en que se envolvió el gobierno por la detención de Joaquín Guzmán Loera, se proceda a retomar los difíciles asuntos que se encuentran pendientes en la agenda nacional.
Y es que el gobierno debería ser sensato y ser el único que no crea en su propaganda y el primero en preguntarse ¿y después de “el chapo”, qué?
Porque más allá de los aplausos que se consiguieron, tanto al interior del país, como por parte de otras naciones, la situación nacional no cambia mucho.
Si se piensa que el cártel de Sinaloa se ha descabezado, se está en un grave error. La organización delictiva muestra que se encuentra conformada, en el aspecto operativo, más como una empresa que como un cártel. Con un proceso de sucesión de mandos que les permitió, no solo que el control fuera tomado rápidamente por el sucesor, sino que incluso pudieran organizar una serie de marchas para exigir la libertad del capo recién detenido. Una verdadera burla a la debilidad del gobierno.
La violencia no ha disminuido y está llegando a un punto muy riesgoso en ciudades donde antes no se derramaba tanta sangre. El Estado de México y la misma capital de la república, son ahora el campo de batalla entre más de dos grupos delincuenciales que pelean el control de las plazas.
La detención del capo sinaloense, ha sido bien explotada mediáticamente por el publicista presidencial, pero solo se centra en haber apresado a un hombre muy buscado, sin hacer referencia a lo que es realmente importante: de qué manera contribuye esa detención a lograr un México en paz y sobre todo, si la detención de Joaquín Guzmán Loera, facilitará la investigación, detención y enjuiciamiento de la amplia red de cómplices y protectores del cártel de Sinaloa, que se fue tejiendo con funcionarios públicos. Si esto no se da, la detención de Guzmán Loera no será muy distinta, en la trascendencia real, a la de cualquier delincuente que, ante su ausencia, solo será sustituido por otro, que tendrá medio camino andado, al poder aprovecharse de la estructura creada por su antecesor.
Superada la algarabía por la recaptura del prófugo, es necesario voltear a ver las situaciones que afectan a la totalidad de los mexicanos.
En los aspectos económicos, el gobierno sigue empecinado en su falso discurso y en pretender ver lo bueno de unas decisiones que, francamente, no traen nada bueno.
El inicio del 2014, no ha podido ser peor. De inicio, es preocupante que el crecimiento del PIB en 2013 fuera de solo 1.06%, muy por debajo de lo previsto a inicios del año pasado y es nada comparado con la promesa del entonces candidato Enrique Peña Nieto.
Este dato se relaciona directamente, con otro aún más preocupante. El año pasado, se crearon apenas poco más de 400,000 empleos. El dato es triste, porque la tasa de desempleo abierto es alta y representa que un gran número de mexicanos, al no encontrar empleo, se integren a la economía informal –esa que no paga impuestos- o que engrosen las filas de la delincuencia.
La ineficiencia del gobierno en el manejo del gasto, contrasta con los buenos resultados que presume al momento de recaudar. La persecución fiscal funciona, aun cuando no se quiera o no se sepa gastar lo recaudado.
Vemos malos resultados, también consecuencia del gran golpe a la industria de la construcción, con una nueva política de vivienda, que en los hechos sustituyo a la anterior por un experimento en el que se disminuyó el valor de las grandes vivienderas, con la consecuente pérdida de empleos.
En otro aspecto, quizá más indignante, es el hecho de que aún y cuando se anunció un ambicioso Programa Nacional de Infraestructura, el propio gobierno ha retrasado su implementación, por sus propias deficiencias para ejercer el gasto.
Con estos antecedentes la acusación vuelve a ser la misma. El gobierno de Peña Nieto esconde, en un falso discurso, su mediocridad. El optimista discurso sobre la situación económica, pretende desviar la atención de la realidad económica.
Y es que como bien decía Gustave Le Bon, “uno de los hábitos más peligrosos de los hombres políticos mediocres, es prometer todo aquello que saben que no pueden cumplir”. Pero quizá, mas allá de la mediocridad, queda el amargo sabor de esa mala leche, con la que se firmó ante notario lo que de compromisos, pasaron a ser mentiras.
El gran problema no es solamente no crecer, sino que a lo poco que tenemos, los impuestos le dan un zarpazo y la inflación le da otro. Incontenible esta, llego en la primera quincena de febrero a un 4.25% a tasa anual.
Nuestra realidad se complica, si a esto le aumentamos la crisis de seguridad, que como le decía, no se resuelve con la detención de Joaquín Guzmán Loera. Datos extraoficiales indican que en 2013 se cometieron 1,695 secuestros. Este número se puede fácilmente triplicar si se consideran aquellos que no fueron denunciados.
México se sigue bañando en sangre. 18,143 homicidios dolosos el año pasado, son muestra de que el “México en paz”, está muy distante y la afirmación de que Peña Nieto lo está consiguiendo, es más falsa que el beso de una suegra.
El “México sin hambre” es una idea romántica, irreal y mentirosa generada por el gobierno de la república.
Y se entiende que todo esté de esta manera, porque la élite política del país, la conforman un grupo de corruptos, ya sean engominados, decrépitos o vendidos.
Desde aquel que un día mando al diablo a las instituciones y hoy pretende absorber de ellas, todo el presupuesto que pueda conseguir para su propio partido político. O también aquellos artistas del “moche”, que están institucionalizando la corrupción y pretenden retener la dirigencia de Acción Nacional, al que han hecho pasar, no de gobierno a oposición, sino de oposición a cómplice gubernamental.
No cabe duda que son el tipo de personas que demuestran que, como decía Louis Dumur, “la política es el arte de servirse de los hombres, haciéndoles creer que se les sirve a ellos”.
La oposición actual, está en riesgo de convertirse en un patético apéndice del ejecutivo, mientras que la oposición que viene, de la mano de López Obrador, tienen la mentalidad de Nietzsche y son políticos que dividen a la humanidad en dos clases: los instrumentos y los enemigos.
Sin cambios en la realidad política, económica y social del país, el gobierno seguirá en la ruta del fracaso. Los escasos logros obtenidos, son producto más de la inercia o de la casualidad, que de la estrategia, pues la actuación del gobierno de Peña Nieto, aún con la conveniente detención del Chapo, sigue dándose con el sello de la mediocridad.
Síganme en twitter: @niniodeoro
Deja un comentario