El neoliberalismo reciclado
La Habana, 17 sep (PL) A veces cuesta entender que procesos sociales gastadores de toneladas de neuronas y ríos de sudor se quiebren al menor golpe de viento sin que el sílice que los compone llegue a pedernal, verbigracia el Brasil de Dilma Rousseff y la Argentina de los Kirchner.
Inmersos en esa agotadora calistenia de descubrir la lógica a lo ocurrido en uno y otro país en los que las conquistas sociales aparentan haber sido diluidas como la sal en el agua, el avance de la derecha puede aparecer como un espejismo dañino lo mismo por exceso que por defecto a la hora de evaluar los hechos.
Hay que ver el problema en su contexto para no exagerar las conquistas pírricas de la derecha y los retrocesos circunstanciales de la izquierda, ni correr el riesgo de tergiversar el rumbo de lo que todavía calificamos de una nueva Latinoamérica.
Decía mi egregio amigo Guillermo Castro en una de sus reflexiones que con independencia de factores subjetivos como los resultados electorales, el hecho es que persiste -y se agrava- una situación en la que los de arriba ya no pueden, y los de abajo ya no quieren, mantener el estado de cosas imperante.
Así, el momento neodesarrollista del ciclo de crisis da evidentes muestras de agotamiento coyuntural, mientras el neoliberal no logra recuperar la hegemonía de que alguna vez disfrutó, y debe recurrir cada vez más a la dominación sin hojas de parra.
A tales aseveraciones Guillermo añade una observación muy singular: me parece cada vez más necesario distinguir entre la contradicción principal cuyo desarrollo anima el proceso, y el aspecto principal de esa contradicción en cada etapa de su desarrollo.
En un siglo XXI que transcurre como si volara en naves cósmicas, descubrimientos como aquel de Carlos Marx de que la contradicción fundamental del sistema capitalista es la que existe entre el carácter social de la producción y la forma privada de apropiación, es decir, entre el capital y el trabajo, o la burguesía y los obreros como clases sociales, parecen lejanos meteoritos de poca o muy lejana importancia y peligrosidad.
Puede suceder que esa contradicción este opacada por el brillo fatuo de un nuevo proletariado con aspiraciones burguesas o una burguesía desplazada hacia filas proletarias por una desmesurada concentración del capital cada vez en menos manos y eso haga, como alerta Guillermo, que no se alcance a expresar con claridad la contradicción principal, que se ubica en el desarrollo del capitalismo a escala mundial.
El mayor ocultamiento de esa contradicción está en la propia evolución del capitalismo hacia un momento postrero de su fase imperialista, donde se ubica en la actualidad, en la que el sector financiero dejó de servir al industrial para abocarse de manera enloquecida a la especulación que quintuplica los niveles de rentabilidad en detrimento del sector productivo o no financiero, con lo cual terminó modificando al capitalismo real estudiado por nuestros clásicos.
Como estiman muchos economistas, el desplome del sistema de tipos de cambio fijos y controles sobre los flujos de capital abrió nuevos espacios de rentabilidad en los mercados de divisas y se comenzó a vivir en un mundo de burbujas que aún persiste y que explica en buena medida por qué los ciclos de crisis ya no son como en la época de Marx y Lenin, ni se les puede calificar de crisis cíclicas de producción, sino sistémicas o de raíz.
No es lógico que una operación bursátil de 10 segundos en cualquier bolsa de valores del mundo tenga mayor impacto que la apertura de una fábrica de tractores para crear alimentos, pero es lo que sucede.
El poder mediático neoliberal habla de la derecha actual como si fuese algo nuevo, aunque no es así. Son las mismas fuerzas que actuaban antes de la ola de gobiernos progresistas sudamericanos y solo se distinguen de aquella del siglo pasado porque no hay sonido de sables y botas.
Pero, aunque con otro maquillaje y nuevos troqueles tecnológicos, es la parte sustantiva a confrontar en la contradicción principal capital-trabajo que sigue siendo antagónica e irreconciliable pese a que a veces no lo aparente.
Solo que esa derecha está en otro estadio en relación con el siglo XX, carece de proyecto político como se observa bien claro en Argentina y Brasil y eso la inhibe de la consolidación obligada para sobrevivir. Sus fortalezas no están en sí misma, sino en las debilidades y errores de la izquierda, que no son permanentes.
Un claro ejemplo es que los gobiernos progresistas no han logrado derrotar la hegemonía del capitalismo en el plano cultural, que es una base específica de la ideología política y una columna de carga en las nuevas relaciones de producción posneoliberales.
En ese sentido, la crisis no es exclusivamente de pertinencia capitalista, sino también de las fuerzas posneoliberales y forma parte del camino empedrado que recorren desde la irrupción del comandante Hugo Chávez en la escena política, y que ya tiene como víctimas a Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay, Cristina Fernández en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, y en la salmuera de la derecha Luiz Inacio Lula Da Silva, Evo Morales y Rafael Correa, sus verdaderos trofeos de guerra.
Aunque parezca contradictorio, ese escenario supuestamente pesimista o negativo para la izquierda, en ningún momento debe calificarse de derrota en tanto y cuanto es una concreción de lo que en términos de la filosofía marxista se conoce como unidad y lucha de contrarios, y un resultado específico de la batalla que se libra en torno al aspecto principal de la contradicción capital-trabajo en el que el neodesarrollismo muestra su agotamiento coyuntural en medio de un esfuerzo de reimplantación neoliberal casi imposible de lograr por las buenas.
Lo que sucede es que el capitalismo con su crisis sistémica permanente -lo cual incluye a los países matrices como Estados Unidos- ya no tiene nada que ofrecer ni en América ni en el mundo más que violencia dinamitera, parlamentaria o financiera para sostener un modo de producción insostenible desde el punto de vista económico, social y climático.
Esa no es una verdad de Perogrullo como tampoco lo es el vaticinio de que el neoliberalismo reciclado carece de futuro.
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