El cambio climático en Puebla
Por Fernando Manzanilla
Hace unos días en el municipio de Puebla, así como en otras nueve ciudades del país, se registró la temperatura más alta en los últimos 77 años. Fue el jueves 9 de mayo que la capital poblana alcanzó en el termómetro los 35.2 grados Celsius, lo cual equivale a .9 grados más que lo reportado en mayo de 1947, de acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA).
Esta información confirma lo que percibimos muchos de los que vivimos en Puebla y es que el clima ha cambiado a comparación de hace algunos años, ahora se siente mucho más calor. En nuestros recuerdos han quedado aquellos tiempos en los que, sin importar la estación del año, el clima en la ciudad era mucho más templado que ahora; incluso en muchas zonas de la ciudad todavía se pueden apreciar construcciones de casas con chimeneas, preparadas para afrontar un entorno más frío.
Desafortunadamente, este incremento de la temperatura no representa una buena noticia ni para la ciudad, el estado, el país y ni mucho menos para el mundo. Cada día son más evidentes y cercanos a nuestro entorno los estragos del cambio climático y con él se vaticinan la llegada de más fenómenos naturales que pondrán en riesgo la estabilidad de la vida en el planeta.
Lo primero es considerar que las altas temperaturas pueden ser perjudiciales para la salud de las personas, ya que aumentan el riesgo de deshidratación, insolación, golpes de calor y enfermedades relacionadas con el calor.
Como ejemplo de ello, según un análisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el cambio climático es responsable desde 1970 de cerca de 150 mil muertes al año, a través del incremento en la incidencia de diarrea, malaria y malnutrición.
Asimismo, las altas temperaturas dificultan el poder conciliar el sueño y descansar adecuadamente durante la noche, lo cual puede tener un impacto negativo en el bienestar físico y mental de las familias, afectando su rendimiento diario y su calidad de vida en general, sin contar que además impacta en la economía familiar al incrementar el consumo de energía debido al uso de sistemas adicionales de refrigeración y aire acondicionado.
También, las altas temperaturas pueden afectar la agricultura y la producción de alimentos, lo que podría aumentar los precios de los productos básicos y afectar el presupuesto familiar.
Incluso, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) considera que el cambio climático pone en riesgo el suministro mundial de alimentos y con ello la seguridad alimentaria del planeta, considerando que en el mundo se debe producir 70% más comida para el año 2050, para alimentar una población global que será de 9 mil millones de personas.
Pero la salud física, mental y los alimentos no son el único problema, ya que el cambio climático repercute de manera clara en la disponibilidad del agua.
Y es que precisamente en condiciones de calor el agua tiende a evaporarse más rápidamente. Esto puede llevar a una mayor pérdida del vital líquido de los embalses, ríos y cuerpos de agua, lo que reduce la disponibilidad para el abastecimiento de las zonas urbanas. No por nada, la propia CONAGUA prevé que durante los próximos 10 años el estrés hídrico se presente en 31 de los 32 estados del país.
Por supuesto, también debemos considerar una mayor recurrencia de incendios como los que aquejan a nuestra entidad e incluso a nuestra ciudad, como el que recientemente se presentó en las inmediaciones de la zona de Flor del Bosque, en donde antes de ser liquidado arrasó con al menos 20 hectáreas forestales.
También, estos sucesos repercuten de manera directa en la calidad del aire y agravan los problemas que ya existe en la zona metropolitana generando un círculo vicioso: se combinan las altas temperaturas y los altos niveles de contaminación atmosférica en efectos negativos en la salud respiratoria de las personas, especialmente en niños y personas mayores.
Y podría seguir describiendo más y más fenómenos negativos que, desafortunadamente, ya nos son cercanos. Lo importante es que las autoridades, así como la sociedad, tengamos una clara consciencia de lo que ocurre y actuemos en consecuencia.
Estamos en un momento clave de hacer o no hacer nada por el medio ambiente, pero sin duda todas y todos, desde nuestras diferentes trincheras, podemos actuar para reducir las emisiones de CO2 y con ello lograr un mejor futuro para las nuevas generaciones.
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