Egipto y la estrepitosa pugna por el futuro político

El Cairo (PL) A una mayoría de los egipcios les ocurre como a los hispanos con el Quijote: lo elogian, pero nunca lo han leído, según una encuesta difundida en este país norteafricano, convulsionado por una estrepitosa pugna política.

El 74 por ciento de los entrevistados por la firma encuestadora Baseera anunciaron su voto positivo, pero más de la mitad del total, el 59 por ciento, admitieron que se han abstenido de analizarla.

Una minoría, 14 por ciento, afirman que la van a rechazar, y los indecisos, el segmento que adversarios y partidarios se disputan, alcanza el 23 por ciento.

En las avenidas más céntricas de esta capital y del resto del país han aparecido carteles que instan a aprobar el texto, elaborado por un panel de 50 expertos sobre la vigente desde fines de 2012 tras ser aprobada en referendo, a pesar de cuestionamientos de medios laicos que la calificaban de islamizante.

Constituyentes representantes de las mujeres y la infancia, así como de entidades laicas, acusaron a los miembros islamistas de imponer en la Carta Magna de 2012 artículos que violaban derechos elementales de esos sectores, entre ellos hacer de la Sharia (ley islámica) la base de la jurisprudencia. El proyecto fue refrendado por el presidente islamista Mohamed Morsi, quien en noviembre de 2012 emitió una Declaración Constitucional que hacía irreversibles sus decretos, una decisión que le costó un súbito descenso de popularidad y una oposición más acerba.

Ese fue el verdadero golpe de Estado, declaró a Prensa Latina el destacado escritor egipcio Alaa Al Aswani, un connotado opositor del ex presidente Hosni Mubarak, cuyo criterio comparten personalidades y movimientos influyentes de la escena política egipcia.

Como dato curioso el sondeo señala que los niveles de educación no influyeron en la intención de voto, otra evidencia de la polarización existente entre seguidores y adversarios de la ilegalizada Hermandad Musulmana y partidos afines, agrupados ahora en la Coalición Nacional de Apoyo a la Legitimidad (CNAL).

En las persistentes manifestaciones callejeras contra las autoridades interinas instaladas tras la deposición del presidente islamista Mohamed Morsi convocadas por la CNAL, es común que los participantes arranquen las pancartas, las cuales en letras blancas sobre fondo rojo exhortan a darle el visto bueno al texto.

Otro segmento de los participantes en el sondeo a tener en cuenta, de 13 por ciento, consideran que su voto influirá poco en el curso de los acontecimientos futuros del país, sumergido en una ola de violencia que ha causado más de mil muertos desde la defenestración de Morsi el pasado 3 de julio.

Ese estado de ánimo preocupa tanto a islamistas como a progubernamentales, necesitados de aval para imponerse en la convulsa escena política local, signada hasta hace poco por la interrogante sobre la participación o no en los programados comicios presidenciales del ministro de Defensa general Abdel Fattah El Sisi.

El velo sobre las intenciones del general, que cabalga en la cresta de una ola de popularidad por ser el arquitecto del derrocamiento de Morsi, se levantó el 10 de enero cuando el militar declaró que «si mi pueblo y mi Ejército me lo piden, no tendré más alternativa que aceptar la candidatura presidencial».

El posesivo «mi Ejército» no pasó inadvertido pues implica que cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas, un instrumento de poder en cualquier país, pero que en Egipto resulta decisivo, como demuestra la historia desde el derrocamiento de la monarquía del rey Farouk por los oficiales libres en 1952.

Lo que puede seguir a las ambiguas formulaciones del general de 59 años es la convocatoria a manifestaciones nacionales en apoyo a su postulación en los comicios presidenciales que deben ser convocados en fecha tan temprana como el próximo mes de abril.

Al Sisi es un militar y piensa como tal: una multitud volcada en las calles pidiéndole que se presente como candidato cumpliría el doble propósito de evidenciar el apoyo de una mayoría de sus conciudadanos y deslegitimaría las protestas casi cotidianas de sus adversarios islamistas.

Es una táctica de éxito ya probado pues en julio del año pasado el general pidió, y obtuvo, «un mandato popular para erradicar el terrorismo», en alusión sesgada al demantelamiento de sendos campamentos de protesta islamistas en esta capital y en la colindante provincia meridional de Giza.

La madrugada del 14 al 15 de agosto de 2012, fuerzas combinadas del Ejército y el Ministerio del Interior egipcios apoyadas por helicópteros dispersaron a las decenas de miles de islamistas que pedían la reposición de Morsi en una operación que causó 600 muertos y más de mil heridos, según cifras de aceptación universal.

Los residentes en el distrito de Ciudad Nasser, donde radicaba la mayor de las vigilias, saludaron la desaparición del campamento, cuyos participantes alteraban el orden y provocaban altercados con adversarios de la HM que protestaban por su presencia.

El alto número de víctimas apenas provocó reacciones internas, excepción hecha de la renuncia del vicepresidente encargado de las relaciones exteriores en el Gobierno interino y premio Nobel de la Paz Mohamed El Baradei, de baja influencia en la escena política local.

Desde ese entonces el general El Sisi ha dado muestras de capacidad para ejercer su autoridad con mano dura, rasgo grato a influyentes sectores de la población deseosos de retornar a cierta normalidad después de tres años de disturbios y parálisis que tienen a este país al borde del colapso económico.

En el ámbito internacional, el general, cuya imagen aparece con frecuencia al lado de la del extinto Gamal Abdel Nasser, cuenta con el espaldarazo de Arabia Saudita, Kuwait y Emiratos Arabes Unidos, que le han prometido hasta 15 mil millones de dólares en donaciones y préstamos blandos.

Pero antes de llegar a los comicios presidenciales, el general Al Sisi tiene que atravesar su Rubicón, el referendo constitucional programado para los días 14 y 15 de enero, una primera y decisiva batalla cuyos resultados le allanarían el camino a la victoria en la contienda presidencial.

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