EE.UU. en Afganistán: ¿la guerra infinita?
La Habana (PL) La guerra en Afganistán es uno de los asuntos más difíciles y controversiales en política exterior heredados por el presidente estadounidense Barack Obama, y parece extenderse sin límites previsibles a próximas administraciones.
Desde que su antecesor George W. Bush comenzó la contienda en octubre de 2001, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, murieron más de dos mil 370 oficiales y soldados norteamericanos, otros 20 mil resultaron heridos y varias decenas de miles de civiles fueron víctimas de la contienda.
El costo aproximado de esta guerra para los contribuyentes
norteamericanos rebasa el billón (millón de millones) de dólares, cifra que no incluye los perjuicios que ocasionan los malos manejos del Gobierno de Kabul y de los representantes del Pentágono en el terreno a la ayuda de Washington.
Informes sucesivos de la Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán (Sigar), adjunta a la Casa Blanca, señalan el nivel de desorden y corrupción que acompaña a esta aventura bélica.
De acuerdo con dicha entidad, Estados Unidos dejará abandonados armamentos y vehículos militares por un valor superior a los siete mil millones de dólares tras la retirada del grueso de sus fuerzas.
Los militares norteamericanos destruyeron unas 77 mil toneladas de vehículos y otros equipos, porque resultan obsoletos o debido a los altos costos de su traslado hacia territorio continental estadounidense, según The Washington Post.
Otro elemento del aspecto financiero es que la coalición liderada por Washington construyó unas fuerzas de seguridad en ese país de 352 mil soldados, que necesitan una asignación anual de cinco mil millones de dólares, cifra muy superior a los fondos que maneja el Gobierno de Kabul.
En este contexto, Obama anunció el 15 de octubre su decisión de mantener los nueve mil 800 militares que están en Afganistán y reducir esa cantidad a cinco mil 500 a principios de 2017, los que estarán ubicados principalmente en Kabul, Bagram, Kandahar y Jalalabad.
Para materializar este plan, Estados Unidos gastará cerca de 15 mil millones de dólares al año, destinados a albergar las tropas en esas cuatro localidades, lo que significa un incremento de cinco mil millones en relación con lo que preveía la idea original de dejar mil hombres en Kabul después de 2017.
Obama aclaró que son los afganos quienes tienen que garantizar la estabilidad, a pesar de que su ejército aún carece de capacidades esenciales.
El gobernante señaló que esta es una decisión vital para la
seguridad nacional norteamericana y que su Gobierno discutirá con sus aliados y socios sobre la mejor manera de continuar la ayuda a las autoridades afganas.
Por su parte, el senador republicano John McCain expresó su
complacencia con la decisión de Obama de posponer la salida de las tropas, pero señaló que las cifras anunciadas resultan insuficientes para cumplir las misiones previstas.
El diario The New York Times señaló que esta medida del Presidente parece reconocer que las fuerzas de seguridad afganas no están todavía listas para neutralizar las actividades del movimiento talibán.
El Times cuestionó la honestidad de los informes del Pentágono sobre lo que ocurre en esa nación asiática y al respecto citó informes de Naciones Unidas que describen un panorama aún más sombrío de una insurgencia con un alto nivel de expansión.
No es la primera vez que el influyente rotativo neoyorquino se refiere al tema, pues el 9 de marzo de 2015, cuando se valoraban los primeros elementos del plan que ahora anunció Obama, alertó que la prolongación de la presencia militar estadounidense en Afganistán durante un año sería un error.
Existen muy pocas evidencias de que esa extensión, o incluso la estancia indefinida de las tropas allí, puedan significar la derrota de los grupos insurgentes y la garantía de que el Gobierno afgano funcione como debe hacerlo, añadió el rotativo en esa ocasión.
Según documentos oficiales, el ejército afgano perdió en 2014 más de 17 mil militares y empleados civiles como resultado de deserciones, muertes en combate y expulsiones, por lo que su nivel de completamiento está muy por debajo de lo previsto.
Para el secretario de Defensa, Ashton Carter, el éxito de la
decisión de Obama podrá medirse en los próximos meses, en primer lugar por la capacidad que tengan estas tropas para luchar contra el terrorismo.
Otro indicador sería la efectividad de las operaciones de las fuerzas de seguridad afganas en términos de sus posibilidades de mantener la estabilidad.
En los medios académicos la medida del jefe de la Casa Blanca es vista con un nivel apreciable de escepticismo, en particular por expertos que desde hace muchos años monitorean el conflicto en la nación asiática.
Tal es el caso de Anthony Cordesman, especialista del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS), con sede en Washington D.C., quien estima que la Casa Blanca necesita elaborar una estrategia político militar realista, valorar sus riesgos, costos y si realmente resultaría beneficiosa.
Además, Cordesman considera que el Congreso y los medios de
difusión deben presionar de forma real y efectiva al Ejecutivo para que este trabaje en dicho proyecto de manera transparente, y permita el tipo de debate y revisión que decidirá si Estados Unidos debe hacer un compromiso serio en Afganistán.
La cifra de cinco mil 500 efectivos puede ser una fórmula para que cuando el gobernante deje su cargo en 2017 no resulte demasiado evidente el fracaso de esta opción, que no es una estrategia, sino un esfuerzo político, añade Cordesman en un artículo publicado el 23 de octubre en el sitio digital del CSIS.
Por otra parte, el doctor Binoy Kampmark, profesor de la Universidad de Cambridge, estima que los efectivos militares que Estados Unidos mantendrá en Afganistán en los próximos meses serán insuficientes para implementar una estrategia contrainsurgente viable y prolongada.
Según Kampmark, la permanencia de la ciudad de Kunduz en manos del movimiento talibán durante dos semanas en septiembre fue una prueba del papel ridículo del Pentágono.
Además, este hecho aterrorizó a los políticos que Washington
auspicia en Kabul, añade el texto, publicado en la página en Internet de la institución académica canadiense Global Research.
El experto estima que la creciente presencia del movimiento talibán en todo el país ya resulta normal, evidente y difícil de evitar, mientras las tropas estadounidenses siguen su apoyo al Gobierno «disfuncional de Ashraf Ghani, un modelo de antigobernabilidad y de robo institucionalizado».
Los funcionarios y medios de prensa especializados apenas hablan de cómo quedan ahora los planes que tenía la CIA desde 2013 de reducir sus bases clandestinas y oficiales operativos en Afganistán, después que llegó a tener allí sus propias prisiones, grupos paramilitares y aeronaves teledirigidas.
La iniciativa de esta agencia de espionaje estaba dirigida hace apenas dos años, a trasladar el grueso sus recursos humanos y materiales hacia otros teatros de operaciones más complicados, y dejar en suelo afgano apenas seis de sus instalaciones para apoyar a los militares estadounidenses.
La decisión de Obama de mantener varios miles de efectivos hasta 2017 pudiera impactar este programa de reducciones de la CIA, porque el mando militar necesita quizás más que nunca un flujo constante de información sobre las acciones y capacidades del adversario.
En fin, la realidad en el campo de batalla se impuso y provocó que el jefe de la Casa Blanca reconsiderara su promesa -al parecer incumplible en las condiciones actuales- de retirar casi todas las unidades de Afganistán.
Lo que hizo el mandatario fue reajustar la presencia castrense allí, quizás con el objetivo de deshacerse de las presiones de quienes en el Congreso y su propia administración rechazaron la posibilidad de llevar a casa el grueso de los efectivos antes de enero de 2017.
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