Desafío: Sociopatía de Trump
*Sociopatía de Trump
*La Perrita “Frida”
Por Rafael Loret de Mola
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La sociopatía –no confundir con psicopatía-, es un mal mental que lleva a quienes lo padecen a no tener interés por otras personas aunque convivan con ellas y compartan ideales semejantes. En este sentido, claro, el anaranjado “pato” Donald Trump Macleod, puede evolucionar a tal grado, si continúa con su mandato, que podrá negar hasta su personal visión del racismo y hasta postularte como defensor en el fútbol americano en donde los profesionales, de acuerdo a los cálculos del célebre doctor nigeriano Ben Omalu, reciben 70 mil golpes en el cerebro, en promedio, durante sus respectivas carreras. De allí que, no pocos, sean propensos a la enfermedad bautizada como ETC, casi un largo etcétera que contrapone los intereses de la mafia deportiva con los de la vida humana.
Trump es así. Hablador, provocador, ofensivo y, por encima de todo, preso de una peculiar xenofobia que acaso deriva de alguna conflictiva relación con su madre, inmigrante como tantos que llegan a los Estados Unidos creyéndola el paraíso por la incesante propaganda de Holliwood y las series televisivas para encontrarse con el drama del racismo, el maltrato de cuantos se sienten superiores y, para colmo, un gobierno que pretende enmendar la imagen de una nación que gobernó un hombre negro sólo para exaltar más el racismo y hasta la misoginia –a Michelle Obama le han dicho que es transexual en papel masculino-, en la cúspide de los horrores mentales.
Trump suena a bomba y huele a degradación. No es explicable que casi la mitad del electorado estadounidense –tres millones menos que los sufragantes en pro de Hillary Clinton-, haya votado por el odio, el rencor y la discriminación acentuada, además contra los derechos humanos elementales como el de la salud cuyo cauce debiera ser universal y el concepto de igualdad que engloba a todos, no solamente los nacidos en la Unión Americana en donde sólo se asimila lo malo, como los fraudes electorales inducidos desde las infiltraciones de Rusia, sin que se cambien los momios y se corrijan las desviaciones.
México, siquiera, tiene el discutible honor de haber proveído de la maquinaria fraudulenta a su vecino del norte –acaso por ello se tiene tanta gratitud por fox y peña, hermanados por los ultrajes electorales, y se les brindan condecoraciones y espaldarazos a pesar de haber dividido su nación, tanto, que ahora nueve de cada diez mexicanos los detestan; cuando menos al mexiquense.
No es un asunto cualquiera que los científicos apunten hacia la sociopatía de Trump y debiera ser un indicativo de la necesidad de forzarlo hacia una salida, como se hizo con Nixon por sus tropelías del Watergate a pesar de sus cualidades políticas, hacia la comodidad de su edificio de Nueva York: ya cumplió su capricho, el de ser presidente de la Unión, y ahora debe darse cuenta de que sirve para cualquier cosa… menos para presidente. Fuera de la Casa Blanca, estamos seguros, le irá bastante mejor. Pero, por favor, ¡qué se vaya!
La Anécdota
Los animalistas, alimentados por las modas anglosajonas y la cursilería de igualar a las mascotas con los seres humanos otorgándoles derechos similares –una cosa es el respeto a la vida y otra muy diferente reducir a la humanidad para exaltar a la fauna-, premiaron a la perrita “Frida”, adiestrada para oler el calor vital incluso bajo varios metros de escombro aprovechando sus dotes singulares, con honores máximos –la legación japonesa le entregó una medalla con la figura de una perra con idénticas cualidades y sin tener los ojos rasgados-, mientras miles de mujeres y hombres, quienes se jugaron la existencia en la búsqueda de sus congéneres, pasaban desapercibidos individualmente y sólo elogiados de manera general. Increíble.
No faltó quien, en su delirio animal, honrara a otro animalito por haber sido “maltratado” por el hombre al ser educado para salvar a los humanos de las catástrofes, como si debiera ser al revés: esto es, adiestrar a mujeres y hombres para salvar a los cuadrípedos antes que a sus hijos. Seamos un poco sensatos y valoremos, de acuerdo al principio de la racionalidad, a los seres que pueblan el planeta.
En fin; que no puedo quitarme de la cabeza, ni lo haré, la idea de que el círculo de la vida debe darse de acuerdo a la simbiosis exacta entre naturaleza y el hombre –incluida la mujer, por supuesto-; cualquiera otra cosa es demagogia barata o un comienzo de sociopatía… como la de Trump.
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