Desafío: Lágrimas de Mandatario

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Las brújulas de la geopolítica parecen enloquecidas; giran en distintas direcciones y no parece haber remedio para ellas en tanto los poseedores de las mismas no manifiesten su propósito de enmendarlas y corregirlas. No hay, para decirlo de otra manera, un idioma común ni mucho menos. Al contrario: la disparidad de posiciones entre la clase política y la sociedad es tan variada como los abanicos hechos en China o en la España de los Borbones –con sangre mexicana, no se les olvide-, coloreados con infinidad de escenas y matices que favorecen la manipulación visual: las copias son tan buenas como las auténticas.

Por ejemplo, la demanda de un retiro presidencial es tan ruidosa que sólo tiene dos amortiguadores para frenarla: la incertidumbre sobre cuál sería el reemplazo y el revoloteo de un golpe de Estado militar como parapeto contra los audaces solicitantes, cada vez más numerosos aunque no todos se sumen a las manifestaciones y las marchas bajo el basamento de que el deber es cuidar y preservar a las familias de la amenazas de fuera cundo éstas son puestas en mayor riesgo si se apuesta por la inercia.

La pregunta recurrente, hija de la incertidumbre matrimoniada con el miedo, es quién se ocuparía de la Presidencia en caso de una licencia promovida por el actual mandatario. Los caminos son muy claros: el Congreso designaría a un presidente provisional para dar finalización al período, sin especificar filiaciones ni condiciones específicas, esto es cualquiera podría ser su procedencia sin matices necesariamente partidistas. Así lo señala el artículo 84 para el caso de que el Congreso estuviere en período de sesiones; de lo contrario habría un breve interinato, con el aval de la Comisión Permanente, en tanto se reuniese el pleno.

¿Quiere lo anterior decir que se impondría a un peñista como su sustituto en caso de una ausencia definitiva del mandatario en funciones? No, desde luego. Tómese en cuenta que la virtual salida de peña nieto del poder sería una victoria social, de la ciudadanía en su conjunto, de tan grandes alcances que la soberanía popular habría de recuperar sus verdaderas dimensiones para impedir, claro, una grotesca imposición pactada por la partidocracia. De irse el presidente actual, quien lo reemplace, de ser impuesto por un grupo parlamentario y con perfiles inadecuados, duraría menos que la infame actuación del cobarde y rastrero Pedro Lascuráin Paredes, quien ocupó la silla por cuarenta y cinco minutos para cederla luego, arrinconado, al usurpador Victoriano Huerta en el trágico febrero de 1913.

El temor no cabe en este punto; tampoco la obcecación por creer que el ejército arrasaría cualquier manifestación popular, atizado por los genocidios cometidos, porque, en este caso –tras la repulsa por los descalabros presidenciales de este mes-, tendría que arrojarse al noventa por cierto de los mexicanos a la fosa común para imponer el término del periodo constitucional contradiciendo, en este punto, uno de los postulados más trascendentes de la Carta Magna: el pueblo tiene, en cualquier momento, el derecho de modificar la forma de su gobierno; dicho esto incluso más allá de las urnas.

Los pronunciamientos son claros. Si los órganos y voceros oficiales insisten en tener la razón y se creen los apoyos virtuales de sus esbirros, citados una y otra vez para hacer marco a la discursiva torpe y pretendidamente justificante –esto es para insistir en causas triviales para intentar amainar una tormenta que no cede-, entonces qué demuestren sus apoyos, convocando a los mexicanos a apoyar a peña; no lo hacen, claro, porque ni los burócratas ni no pocos priístas de cepa acudirían en su defensa. ¿No es ésta razón suficiente para medir el alcance de la mayoría que legitima?

En la perspectiva, pues, tenemos a un mandatario mexicano sin autoridad moral ni apoyo –salvo, hasta este momento, el de la fuerza militar-, y a un sujeto barbaján próximo a tomar la Casa Blanca, ilegítimo también si se valora el hackeo electoral con la signatura rusa, en un duelo permanente que coloca a la soberanía nacional como una suerte de trofeo para los vencedores. Nadie, dentro de nuestro gobierno, ha dado respuesta y salida a este panorama turbio. Es una vergüenza que nunca será borrada.

Por ello es necesario, lo repetimos una vez más, que cada uno reflexiones sobre cuál es el papel de unos y otros en esta hora crítica: permanecer en el ocio conformista o participar abierta, contundentemente –no sólo acudiendo a las manifestaciones minadas sino aplicando la desobediencia civil como claman infinidad de voces-, antes de que se adelanten los violentos quienes lanzan amenazas a tutiplén acaso para inhibir la fuerza de una ciudadanía unida.

De eso se trata, no de correr hacia el despoblado dejando los espacios en manos de grupúsculos gubernamentales y de sus respectivos cómplices, incluyendo los jefes de los cárteles conocidos.

Sí, estamos en un punto de no retorno y ante esta situación, el presidente y su gabinete no reculan sino atizan más las hogueras de la inconformidad. Los discursos altaneros –“¿y ustedes qué harían?”-, la negligencia de las propias actuaciones del mandatario y sus colaboradores, sobre todo las mentiras una y otra vez expuestas, legitiman no al gobierno sino a quienes enarbolan los pendones de la protesta y exigen un fin de una administración rebasada por sus propias decisiones. No hay sitio alguno, siquiera, para arrepentimientos baladíes sino que es necesario un inmediato cambio del timonel, con la fuerza de la soberanía popular.

La brújula de peña conduce a los arrecifes en donde encallan los cobardes; la de la sociedad dirige hacia la necesidad de rectificar el camino con un cambio estructural, no sólo de partidos con alternancias de por medio sino de sistema con todo y la fusión insana del presidencialismo con la partidocracia. Los gobiernos estatales, sin recursos, igualmente se han refugiado en una burocratización extrema para frenar las obras públicas –otros insisten en realizar inversiones supérfluas que nadie aprueba para evadir las demandas sobre la ausencia de justicia social-, en una extraña rebatiña que coloca al gobierno federal en un lado y a los mandatarios estatales en otro para tratar de sobrevivir a la peor crisis estructural en cien años, mayor incluso a la que siguió a la burda matanza de Tlatelolco hace ya cuarenta y ocho años. Medio siglo casi de traiciones, vaivenes y mentiras “institucionales”. Ningún pueblo soporta tanto.

Debate

Es aberrante el comportamiento de los dirigentes supuestamente opositores, sobre todo los de la derecha, panistas, quienes quieren llevar agua a su molino aprovechando el desbordamiento de los ríos de la civilidad. La tal Margarita, pretensa precandidata presidencial, sin el mínimo pudor por alcanzar una venganza personal contra su marido –si bien se cuida de cuestionarlo por una especie de decoro basado en la hipocresía-, salió a cuestionar la carestía de la gasolina sin medir siquiera quien comenzó la escalada, precisamente su consorte mientras permanecía arrinconado, mediocre como es, por una guerra por él inventada con saldos sangrientos inadmisibles. Para fortuna suya la comparación con peña es el único argumento que le permite respirar.

Sólo que, a partir del inminente primero de febrero, el autoritario y represor poblano, Rafael Moreno Valle, como ya anunció, se sumará a las huestes de presidenciables compitiendo con la dama de larga cola –jamás olvidemos lo sucedido en la guardería ABC de Hermosillo, por la cual, de nuevo, se enfilan las acusaciones hacia el infame Eduardo Bours Castelo, ex gobernador de Sonora y priísta, acaso para darle una salida a la señora de marras. Una jugada a triple banda con el apoyo mediático, igualmente tortuoso, manipulado desde Los Pinos: más vale el PAN, al observarse la caía del PRI, que el arribazón de la izquierda. Un seguro tan oxidado que no permite apostar por la decencia.

Pero también Andrés Manuel y su MORENA han actuado con irresponsabilidad notable: exigen un hasta aquí pero apoyan la permanencia de peña para que sea éste el fiel de la balanza electoral por encima de los demás rectores de la contienda presidencial en 2018. Esto es: tratan de ponerse, tardíamente por cierto, debajo de los reflectores pero sin salirse del cauce por el cual han transitado, en 2006 y 2012, hacia el fraude y la impotencia, con las mismas reglas el juego político del establishment.

Me resulta irrazonable una postura así tras los descalabros y la larga campaña de López Obrador que ya se extiende a más de una década, sin reglas ni limitaciones salvo las multas preconcebidas de un INE igualmente minado por la parcialidad.
No avizoramos salidas por estas vías entrampadas.

La Anécdota

Las lágrimas, en los dirigentes, son el aviso del fracaso. Barack Obama no fue capaz de detener, con sus supuestas simpatías –de las cuales dudo-, la llegada de Trump, el xenófobo perverso y fascista –no soporta siquiera una postura contraria y arremete contra quienes lo critican-, y ahora pretende deslindarse cual él fue factor importantísimo en la derrota de los demócratas en noviembre pasado. ¿No fue él quien advirtió a peña que meditara sobre la posibilidad de una victoria de Trump semanas antes de la visita de éste a Los Pinos en las vísperas del IV Informe, en agosto pasado?

Los llorones han acabado bajo el caos. Recordemos a josé lópez portillo y su llanto desmedido cuando habló de los desposeídos a quienes pidió perdón sin darles ninguna otra oportunidad. Y hasta a Pancho Villa, el genial guerrillero, ante la tumba de Madero a quien no fue capaz de defender con la fuerza de la revolución. Todos ellos mordieron el polvo –a Villa le costó la vida, asesinado en Parral años después, el 20 de julio de 1923-, y no pudieron ganar la principal de sus batallas: la de la historia.

La tragedia de los mexicanos se forja en la amalgama de la inercia y el conformismo.
¡Ni un paso atrás! Si caemos habremos perdido nuestra esencia y no podremos ver de frente a las generaciones del futuro.

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