Desafío

*Un Nuevo Partido

*La Pulverización

*No hay “Singular”

Hagamos una ecuación política simple: a mayor número de partidos, menor posibilidad de que gobierne la mayoría pulverizada. Es sencilla y no requiere de cursos de postgrado ni nada por el estilo; sólo otear la realidad y confirmarlo: a partir de los comicios de 1997, cuando el PRI perdió el Distrito Federal y su posición mayoritaria en la Cámara baja –amen de que su candidato presidencial, tres años antes, se situó por debajo del cincuenta por ciento de los votantes, alcanzando sólo el 48 por ciento so pretexto del vandalismo político de 1994-, son escasas las elecciones en donde se observa lo que suele llamarse “mayoría absoluta”. Una de ellas fue Tamaulipas, en 2010, tras el artero asesinato del médico Rodolfo Torre Cantú en las vísperas de la jornada electoral, reemplazado éste por su hermano Egidio copado, maniatado, con escaso poder de liderazgo; la otra cara del cofrade asesinado y bajo sospecha, además, de haber formado parte de la conjura.

Pero lo de Tamaulipas se debió, en buena medida… al alto abstencionismo. Así que, aun con una sólida mayoría en las papeletas, Egidio no puede presumir sino de haber sido electo por el veinte por ciento de la ciudadanía tamaulipeca a pesar de obtener el setenta por ciento de los sufragios de una atemorizada población que ahora observa hasta dónde llegó la temeridad priísta al improvisar candidato bajo la emergencia –sin siquiera el menor consenso-, dejando el crimen precedente en los archivos, para salir del paso digo. Ahora, como en el caso de Michoacán que se inscribe en otro contexto, la entidad fronteriza de las “cuereras”, las jaibas y un periodismo que ha sido libre e incisivo desde hace muchas décadas, está ya en un punto de ingobernabilidad que, por ahora, parece irreversible aun cuando ponga cara larga el mandatario estatal surgido desde la sangre, la misma sangre, de su hermano Rodolfo.

Cuento el episodio, uno más entre tantos en donde reina la impunidad, porque creo, con firmeza, que la solución para el mañana no es armar partidos y más partidos, algunos con evidente sabor familiar como el Verde, y otros con inclinaciones gremiales, como el PANAL, cuya única finalidad es dividir sin aportar, escindir para apostar por conquistar el poder guiando a una minoría un tanto por encima de las demás. Según entiendo a la democracia ésta deviene del sentido mayoritario y no de las victoria de alguna sección con más habilidades para manejar los comicios y a los órganos rectores de los procesos. Ésta es la razón por la cual el Instituto Federal Electoral ahora estrena presidente consejero cada mes en espera de la reforma que habrá de cambiarle una letra al organismo como ocurrió con el viejo PNR que acabó siendo PRI como ya recordamos.

Es evidente la descomposición política y más, mucho más, la ausencia de liderazgos. Fíjense: bastó con que a Andrés Manuel López Obrador le diera un infarto, al parecer más severo de cuanto se dijo, para que el movimiento de protesta contra la reforma energética se desbalagara penosamente, además por haberle dado la imagen de un relevo dinástico, mandando a su hijo a dar la cara por él, poco apreciado por los convocados y francamente rechazado por los dirigentes colaterales. De allí la confirmación del indiscutible liderazgo opositor que ofrece Andrés Manuel, acaso el último surgido como tal aun cuando tenga tantos malquerientes –algunos ganados a pulso y sin ninguna necesidad- y se pegue a sus pantalones cierta escoria ex priísta tan mal oliente que no puede disimular su procedencia y sus intenciones. Pero, al parecer, el dirigente tiene las narices taponeadas y no le lega el tufo insoportable de quienes fueron antes pesadillas para la izquierda. Ni siquiera es necesario ya nombrar sus apellidos; los sabemos todos.

Ahora, López Obrador se levantó de la cama, contra las indicaciones médicas -¿cuándo comenzaremos a investigar si los males de los dirigentes latinoamericanos tienen conexiones perversas entre sí?-, para volver a la palestra y tratar de sacar adelante el registro de un nuevo partido, MORENA, aun cuando ya tiene el aval de veintiún asambleas estatales pero no los militantes suficientes –va poco más de la mitad en este renglón y el tiempo se extingue al final de este mes-. Quizá esta perspectiva sea la que haya provocado la tensión precedente al colapso de su salud tras muchos años de andar, de mitin en mitin, proclamando la ineficacia del sistema electoral y las argucias para mantenerlo alejado de la victoria como si se tratara de una garrapata. Dicen que el problema está en que, de llegar a la Presidencia, permanecería en ella cuanto le viniera en gana al estilo de otros mandatarios sudamericanos.

Uno de los hermanos de Andrés –me guardo quien para no provocar un cataclismo familiar-, llegó a decir sobre la presunta perspectiva presidencial del mismo:

–Seguro será un buen presidente… los primeros seis años.

El mensaje es directo y claro. En un tiempo en el que reverdece la figura de Don Porfirio –Díaz Mori, no Muñoz Ledo-, por aquello de los sueños reeleccionistas –la muerte de la utopía revolucionaria en síntesis, aunque parezca increíble que ya la popularidad no sirva para medir los liderazgos en contraposición con los afanes democráticos-, la sugerencia de permanecer en el poder, porque un sexenio no basta sobre todo, es tomada con pasmosa tranquilidad por grupos de intelectuales, de diversos signos, y por una población ahíta confundida con una interrogante tendenciosa:

–¿Preferirías vivir en una dictadura –o una autocracia como la del priísmo hegemónico- si ésta te asegura sustento, techo y trabajo?

Con esta misma pregunta otros pueblos han bajado la cabeza penosamente hasta caer en la ignominia de no tener derechos, ni libertades, ni justicia… ni sueños. El propio mártir Francisco Madero lo expresó así en “La Sucesión Presidencial en 1910”, cuando las condiciones existenciales de los mexicanos no eran muy distintas a las actuales y la política se cernía al debate sobre la legitimidad de la reelección en ausencia de liderazgos que pudieran competir con la figura “egregia” del porfiriato que tanto agradaba a los gobernantes de su tiempo, desde el presidente estadounidense Taft, quien fue de los pocos con mentalidad social de su país, hasta el autócrata káiser alemán que se descubrió ante el mexicano a las puertas de Berlín. ¿Y por qué? Sencillo: vendía la estabilidad de México, sepultando muy abajo a sus muertos, como seguro de buen gobierno aunque su fuerza estribara en una ficticia popularidad entre la alta sociedad metropolitana y la de las distintas capitales estatales.

Desde el comienzo de su mandato, hace más de trece meses, el señor peña nieto animó a su equipo a hacer lo posible para merecer la posibilidad de reformar la Constitución posibilitando su propia reelección; de hecho, la vindicación calculada de Díaz Mori es parte de la estratagema y la reciente iniciativa política para posibilitar la reelección directa de los legisladores el primer paso hacia el ideal presidencialista de la permanencia, siquiera, durante dos sexenios continuos y hasta tres mediando un periodo entre cada uno. Con ello fracasaría el propósito de renovación y nos asfixiaría el autoritarismo que acapara funciones y doblega voluntades por la inercia de la lacayunería.

En pocas palabras: el millón de mexicanos muertos durante la “bola” –si bien 700 mil como consecuencia de la pandemia de influenza española, elevada por las precarias condiciones de salud prevalecientes, otro de los graves males acarreados desde la Europa saqueadora-, fueron sacrificados inútilmente sin siquiera la redención de la justicia para los asesinos que se dijeron caudillos, en algún momento, en la búsqueda incesante, más bien la conquista, de la Presidencia. Los hechos son irrefutables.

Debate

La pulverización partidista conviene, siempre, a quienes mantienen el poder político en las manos y ven disminuidas las simpatías generales, dicen, como consecuencia del desgaste que genera el ejercicio del mismo, sobre todo en su primer nivel. Es como una maldición que sólo se aprecia desde arriba: por cumplir con el deber de imponer decisiones, debe enfrentarse el enfado general contra reformas y acuerdos, tomados sin el menor consenso contrariando así al ideal democrático, y sufrir por ello las consecuencias de la “ingratitud” pública y de la soledad que hiere en los amplios salones de la residencia oficial. Algunos pueden hasta lagrimar por ello o llorar abiertamente sin cesar.

Es tanto el alboroto y la sed de poder que se dan casos como el del gobernador de Chiapas, el imberbe Manuel Velasco Coello –nieto del ilustre doctor Manuel Velasco Suárez y sobrino del nefasto “fiscal de hierro”, Javier Coello Trejo, una amalgama poco feliz y escasamente enaltecedora-, que se gastó una millonada para promocionarse a través de una entrevista bastante insulsa, en una revista de las llamadas “del corazón”, que jamás había exaltado tanto a una figura política. Y luego se dio el lujo de “celebrar”, como lo hizo también peña nieto, el vigésimo aniversario del EZLN, acaso por ser un ejemplo para el establishment al convertirse en la única “guerrilla pacifista” de la historia. Toda una proeza, sólo capaz de realizarla los mexicanos.

Pero, de verdad, ¿requerimos más partidos políticos o, en realidad, clamamos por la aparición de nuevos líderes que no busquen su pasajera celebridad o las riquezas que emanan de la simulación? Esta es la interrogante a responder por cada uno de nosotros, amables lectores, antes de que seamos víctimas también del engaño mayor.

La Anécdota

El “viejo”, Adolfo Ruiz Cortines, cumplió sesenta y tres años al terminar el mes, diciembre de 1952, en el que asumió la Presidencia de la República; y contaba con casi sesenta y nueve al dejar el cargo. Viviría quince más hasta su muerte, en su Veracruz natal, llevando siempre el estigma de haber sido colaboracionista con las tropas estadounidenses de ocupación en 1914, cuando él contaba apenas con veinticinco años.

Era un viejo ladino y sabio que acuñó algunas sentencias inolvidables; por ejemplo, sobre el pluralismo de los mexicanos, dijo:

–Hay que hablar siempre de los mexicanos, no del mexicano; siempre en plural, nunca en singular. Porque en este país cada cabeza es un mundo.

Me temo que tenía razón.

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WEB: www.rafael-loretdemola.mx

E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com

¿QUEREMOS LOS MEXICANOS SEGUIRNOS PULVERIZANDO EN ARAS DE LAS AMBICIONES POLÍTICAS? MÁS BIEN CREO QUE, CADA VEZ, ES MÁS COMPLEJA LA DECISIÓN DE ELEGIR A NUESTROS GOBERNANTES ENTRE UN PUÑADO DE PERSONAJES CUYAS HISTORIAS NEGRAS, JAMÁS CONTADAS POR ELLOS CON PRECISIÓN, DESDIBUJAN SUS EXALTADAS VIRTUDES DE CAMPAÑA. SIEMPRE HE SOSTENIDO QUE LOS HOMBRES PÚBLICOS –SEAN POLÍTICOS O PERIODISTAS-, DEBEN ENARBOLAR SIEMPRE LA AUTORIDAD MORAL COMO EMBLEMA DE GARANTÍA PARA QUIENES LOS ELIGEN O LOS LEEN, ESCUCHAN Y OBSERVAN. LOS ENGAÑOS SON MENORES EN LA MEDIDA EN QUE LA SOCIEDAD EVOLUCIONA Y RECLAMA JUSTICIA. ¿PARA QUÉ HABLAR DE REELECCIÓN A SABIENDAS DE QUE NO HAY LIDERAZGOS CONVINCENTES? LA SOBERBIA, POR DESGRACIA, CIEGA A QUIENES SE PRETENDEN REDENTORES.

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