CRUZADA CONTRA EL HAMBRE

Por Rafael Maldonado T

 

Toda medida gubernamental que procure eliminar, o al menos paliar, el hambre de los millones de mexicanos que la padecen, merece el apoyo de la sociedad. Y el 21 del pasado enero se hizo público el decreto presidencial que establece el Sistema Nacional para la Cruzada contra el Hambre, con un llamado para que todos colaboremos en el proyecto.

El sentimiento de solidaridad nos emociona y entusiasma, pero la experiencia nos aconseja precaución y cautela. Muchos grupos, poderosos y ricos, medran con el dolor de los pobres y organizan colectas de fondos para su propio beneficio, sin que de sus arcas salga un mendrugo que mitigue las necesidades de los grupos más vulnerables de la población.

Se cuentan por miles las instituciones civiles, religiosas y gubernamentales que tienen por objeto la filantropía y la caridad. Su labor es cuestionable por ineficaz, dado que la pobreza y el hambre crecen y se diseminan a la vista de todos. A pesar del lujo y del dispendio mostrados en sus costosas campañas de publicidad, modernos edificios y flotillas de vehículos al servicio de su dirección.

El asunto del hambre que sufre ese enorme sector de la población requiere identificar y solucionar los factores que la causan. Sería inaceptable un nuevo intento oficial de cubrir y enmascarar su miseria ancestral. Como cuando algunos funcionarios se adornan repartiendo computadoras y estufas, o cubriendo con cemento el piso de los jacales, en aislados parajes montañosos o desérticos de la geografía nacional.

Atendiendo a las cifras divulgadas por el gobierno, nuestro país cuenta a la fecha con casi 165 mil millones de dólares en su reserva, ocupa el lugar número once entre las naciones con mejor situación económica, tiene entre sus pobladores a media docena que adornan las listas de famosos por la enormidad de su fortuna, entre ellos al hombre más rico del mundo. Las sucursales en México producen las mayores utilidades para los bancos extranjeros que operan aquí. Sus litorales, su clima, sus recursos naturales, la biósfera y el subsuelo, son suculento bocado disputado por la voracidad del capital internacional. Entonces, ¿por qué persiste el hambre en nuestro país, y cuál es la mejor solución?

Sin recurrir a los misteriosos e incomprensibles análisis de los expertos doctores en economía que diagnostican catarritos y pronostican crecimientos negativos en sus indicadores, podemos dejar volar la imaginación:

De cuánto dinero podríamos disponer contra la pobreza y el hambre si pudiéramos ahorrar los gastos de la llamada guerra contra la delincuencia, que ha producido alrededor de 100,000 mexicanos muertos, y que ocupa un número aproximado de quinientos mil elementos, entre policías y militares, entrenados y pertrechados con un costoso equipo que incluye todo tipo de aeronaves, desde helicópteros hasta aviones supersónicos; transportes marinos y terrestres, desde bicicletas y caballos hasta vehículos de guerra blindados y artillados; armas mortales, que van desde escopetas hasta lanza granadas y misiles; sistemas de comunicación, desde teléfonos hasta satélites artificiales; indumentaria personal, desde pasamontañas, toletes y zapatos a prueba de pisotones hasta corazas antibombas y trajes a prueba de radiación atómica.

Toda esa parafernalia se podría cambiar por aperos de labranza y herramientas de producción. ¿Se imagina usted?

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