Agadés: Puerta del desierto

El Sahara no fue ajeno al comercio de esclavos. Agadés es la puerta del Sahara, el mayor desierto del mundo cuando se parte de Niamey, capital de Níger, una de las naciones que limita por el sur con esa inmensidad de arena de millón y medio de kilómetros cuadrados.

Los otros países con presencia del Sahara son, en la franja sur, el denominado Sahel, Malí, Chad y Burkina Faso; por el norte Mauritania, prácticamente inmerso en la arena; en el Mahgreb Argelia, Túnez y Marruecos, y más al este Libia, Egipto y Sudán del Norte.

En Agadés la vida declina cuando el sol alcanza el cenit. Por la mañana los mercados bullen de gente, mientras que al medio día se sumen en un profundo letargo para volver a renacer cuando cae la noche.

En otras ciudades como Jartún, capital de Sudán del Norte, ocurre de igual manera; a mitad del día la ciudad duerme.

En el mercado se venden sillas de montar camellos, sandalias de cuero, cruces de plata que se utilizan como amuletos y otros artículos artesanales.

Durante las horas de ajetreo la actividad sólo merma en los momentos en que el harmatán entra en la ciudad, ese viento que corre por las callejuelas, que silva en los marcos de las ventanas, que bate las puertas hasta convertirse en tormenta de arena.

Mientras se aguarda a que termine, se tiene la impresión de que el desierto está próximo a ganar su centenario combate contra Agadés, su lucha por recuperar el territorio de piedra y arena que la voluntad del hombre convirtió en urbe.

De la tormenta la ciudad se despierta como de un sueño vespertino: somnolienta, distante, pero extrañamente lúcida y renovada. Desde el minarete de su magnífica mezquita, la edificación más alta a miles de kilómetros a la redonda, se observa ese despertar.

El templo religioso rivaliza con el de Tombuctú, donde en la antigüedad funcionó un centro cultural y científico con una importante universidad y cientos de estudiantes, y con la de Djenné, la mayor construcción de adobe del mundo. Ambas se levantan en la vecina Malí.

Las voces del glorioso pasado de Agadés parecen escucharse con fuerza en sus calles de tierra aprisionadas por sus modestas casas de adobe, que dejan la impresión de haberse detenido en el tiempo, cuando por la urbe pasaban buena parte de las riquezas del norte de África.

A través del desierto los mercaderes árabes procedentes del Mediterráneo intercambiaban sus productos con oro y esclavos procedentes del «país de los negros». Así llamaban a los habitantes del África Subsahariana.

La trata de esclavos tuvo sus características diferentes a
las que más tarde practicaban traficantes europeos hacia América y el Caribe.

EL UNIVERSO TUAREG

Como hace siglos, las caravanas de tuareg siguen viajando de Agadés a Bilma para comprar la sal que luego intercambiaban en otras regiones del país.

La monótona rutina de la caravana se rompe cuando alcanza uno de los pocos oasis, alrededor de los cuales se cultivan tomates, cebollas y zanahorias.

Se considera al tuareg uno de los pueblos africanos más mitificados.

Es de raza bereber pero con abundante mestizaje con negros sudaneses (tal denominación se dio a los pueblos de toda la franja sur del Sahara, desde Senegal hasta Sudán del Norte. Se caracterizan por una elevada estatura, piel morena y ojos oscuros. Poseen su propia lengua, Tamahaq.

Son conocidos por el sobrenombre de hombres azules, debido al color azul de los velos que cubren la cabeza (tagelmust) y el rostro (anagad) y que impregnan de ese color su cara. También son uno de los pueblos más amenazados culturalmente, como resultado de los procesos de colonización y de independencia poscolonial.

Si se mira un mapa del Sahara y el Sahel, la región natural de los tuareg, se comprueba que las fronteras que separan los cinco países de la zona (Malí, Bukina Faso, Níger, Libia y Argelia) son totalmente artificiales.

Hasta el siglo XIX los tuareg, de la misma forma que los pueblos trashumantes, no conocían las fronteras nacionales, y desarrollaban su actividad ganadera y comercial libremente en la inmensa región.

Los tuareg no piensan migrar; ese es su universo, la arena, el polvo, la roca, la caravana. En las angostas callejuelas del casco antiguo de Agadés, se les diferencia de otros grupos étnicos no sólo por sus velos y turbantes, sino por la altivez y elegancia de sus movimientos.

Cada uno de sus gestos delata la íntima certeza de ser los señores del desierto. Elemento esencial de su cultura es ser un pueblo libre. Fueron los últimos habitantes de la región en ser doblegados por los colonizadores franceses.

En 1992 protagonizaron una rebelión contra el gobierno central de Níger que duró tres años y en la que cientos de tuareg perdieron la vida luchando porque se respeten sus derechos fundamentales.

Una vez al año se celebra el tabaski, festival musulmán en que los tuareg organizan carreras de camellos por las callejuelas de Agadés, ocasión en la que se canta y se baila, se bebe y se come, y el sultán sale de su residencia para presidir las fiestas.

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