EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

El tercer año arrancó a todo tren, como diría el profesor de Historia de la prensa. Amael y Gretel se constituyeron en pareja oficial. Gracias a que en la universidad se elige a la mejor brigada, al mejor cuarto, al mejor en docencia, en deportes, en cultura y al integral… si se eligieran las parejas modelos…

Se levantaban temprano, cada uno en su cuarto, por supuesto. Iban a clases, cada uno en su facultad, desde luego. En la tarde coincidían en la biblioteca y estudiaban juntos. Participaban juntos en las actividades de la FEU, en los trabajos voluntarios, en los días de la defensa, en las conmemoraciones, en las reuniones y las fiestas. Siempre juntos. Quizás por ello tuvieron que sufrir la misma suerte de una pareja admirada por ambos, la de Palinuro y Estefanía, a quienes las malas lenguas, cuya existencia es universal, acusaban porque cuando hacían el amor, lo hacían juntos.

La única excepción era el taller literario. Las tardes de sesiones Gretel se iba con sus talleristas y Amael permanecía en nuestra diminuta oficina. Yo aprovechaba para orientarlo: primero sobre periodismo y después, cuando lo seleccionaron alumno ayudante, sobre didáctica.

Cuando al flaco le daba por reflexionar se producían los mejores intercambios. En una ocasión me dejó perplejo: rechazó una invitación para participar en un evento internacional de estudiantes, un cónclave para valorar las ventajas del socialismo.

-El socialismo debe ser la realidad de todos los días. Yo que solo conozco este sistema, no veo porque tenemos que explicar tanto algo tan simple. Sobre lo evidente, no se discute.

Eso me dijo para fijar su posición. Yo no le respondí, pero pensé que por muy razonable que fuera su criterio, perder la oportunidad de viajar a la capital para intercambiar sobre cualquier tema, era simplemente un desatino.

En ocasiones se enroscaba en su caparazón y cuando lograba sacarlo de su mutismo, me confesaba que se sentía culpable de su tara, de su capacidad para predestinar acontecimientos, aunque los presagios se volvían cada día más conservadores y circunspectos. La posibilidad de ser un sujeto excepcional lo abrumaba. Quizás fue por eso que se puso de lo más contento cuando se enteró, por la lectura del cast universal de Prensa Latina, que Dante Rosales, un niño de 12 años, aprobó con nota de sobresaliente el examen de ingreso a la Universidad Mayor de San Marcos. O cuando supo, por el mismo medio, que Kouichi Cruz, quien tiene solo 13 años, cursa tres carreras relacionadas con la computación; Kouichi estudia en Córdoba, en Argentina y declaró a la prensa que en la universidad le va de lo mejor. Y se sintió muy estimulado cuando leyó en algún lado que el profesor cubano, Yusnier Viera, un joven con la cabeza llena de números, impuso dos récords Guinness . Para colmo, la nota aclaraba que Yusnier nació en la región oriental y cursó estudios de computación.

Y eso que Amael no tenía noticias de la Enciclopedia de lo maravilloso. (Por cierto, no tengo idea de dónde puede estar ese libro que un día el viejo me prestó. Ni se

dónde está, ni voy a hacer ningún esfuerzo por encontrarlo). Temo que el flaco lo lea y que la lectura en vez de ayudarlo termine por confundirlo aún más.

Reconozco que tuve la tentación de hablarle de la neurociencia – no para mostrarle mi nivel de información, sino porque tal vez el conocimiento del asunto podría darle alguna pista para su propia auto valoración- pero me arrepentí; pensé que la concepción según la cual el cerebro no es una pizarra en blanco, sino un negativo en espera de ser revelado para contar la historia de la evolución genética, lo podría inquietar y ayudaría a complicar las cosas; no quise ser el causante del desarrollo de una nueva epidemia científica para la cual carecíamos del anti virus correspondiente.

Realmente Amael me preocupaba. Creo que la conciencia de ser un héroe lo abrumaba. Lo importante, me dijo una vez, es la medianía: el talento es excepcional y solo funciona en algunas circunstancias, la medianía es colectiva y funciona siempre. La escasez del talento es tan abundante que contradice el código democrático, el criterio generalizado de que todos somos iguales, de que tenemos las mismas oportunidades.

-Entonces, no tienes por qué avergonzarte. Eres lo suficientemente valiente para menospreciar el criterio propio, le respondí.

Me miró como se mira a un vegetal.

A veces el flaco se enredaba en el análisis de temas relacionados con su personalidad y con el qué dirán. Yo trataba de disuadirlo para que abandonara el tema. Lo importante, le decía, es sentirse útil. Pero él desconfiaba y cuando su rostro se cubría de nubes, yo me hacía el que estaba en China.

En ocasiones insistía en buscar explicaciones racionales a su problema. Entonces, para que me dejara en paz, le repetía.

-No cuentes conmigo para buscarle una explicación científica a tu problema. A mi la ciencia me interesa bastante poco. Quise aprender la ciencia de los comunicadores y llegué a una conclusión que a ti no te gustará oír: terminé por comprender que la mayoría de los criterios analizados son puras especulaciones. Nada que cuando profundizas encuentras que se trata de la ciencia de la autosuficiencia.

A fuerza de ser sincero, debo confesar que me costó trabajo incorporar a Amael al equipo. Mi principal argumento: la ventaja de incluir a un estudiante ducho en informática, por añadidura medio mecánico, por poco lo arruina todo.

-Pero nada de armar y desarmar la computadora, acotó el jefe de departamento. Ustedes son privilegiados, tienen oficina, computadora con Internet para ustedes solos. ¡Cuiden lo que tienen y hagan un buen periódico! ¿Está claro?

Le respondí que estaba claro.

Admito que mi objetivo al sumar al flaco, era tenerlo cerca para estudiarlo mejor y al mismo tiempo contar en el colectivo con una contraparte porque, como repetía el doctor Juan Rafael, el que escribe para un periódico lo primero que debe hacer es buscar un lector capaz de contradecirlo.

Finalmente el jefe de departamento dijo más o menos que si y yo aproveché para hablarle de ni futura tesis. Y él para mandarme con mi presunto tutor, que era lo que yo quería.

Mi posible mentor es todo un personaje. No es muy ortodoxo en sus clases, pero el hombre sabe y el grupo lo asimila, sobre todo las niñas que conocen de su debilidad ante el sexo débil, lo cortejan para que las ayude en sus investigaciones; lo cortejan hasta el día en que sacan cinco en el examen final.

Recuerdo que en una clase habló de la construcción de personajes. Aseveró que el periodismo y la literatura eran mucho más que primos hermanos y por tanto el periodista tenía que crear personajes. Eso dijo, miró el reloj y nos orientó, para la próxima clase traer por escrito, en arial doce, un personaje bien construido.

Sospecho que el profe Rafael empezó a distinguirme desde el día en que cumplí su orientación: “El hombre tenía una actitud infinitiva hacia la vida. Sabía conjugar los verbos hacer, crear y joder”, escribí.

“Paladeaba la esperanza de que lo consideraran escritor. No el escritor del año, del mes, ni siquiera del día, sino simplemente el escritor. No el escritor nacional, internacional, ni siquiera provincial, que no era ninguna afrenta, porque en fin todos los escritores viven en una provincia, al menos en Cuba.

De oficio catador de incertidumbres, encasillado en la nómina de pago como profesor. Para unos constituye un sujeto peligroso por sus decires contradictorios y su incapacidad par ponerse de acuerdo aunque sea consigo mismo; para otros es un individuo necesario para el ejercicio de un folclor que justifica la existencia del poder y sus derivados.

Nada, que al hombre le gusta enredar las cosas. Una vez lo recibieron con una lluvia de criterios adversos algunos de los cuales, y era muy curioso, negaban el suyo con tal vehemencia que terminaban al final en un sospechoso parecido con sus dislates.

Pero tú no escarmientas, le dijeron en otra ocasión, a pesar de la andanada de críticas cuando menos se espera sales con tus ideas raras, casi siempre fruto de tu imaginación delirante. Además, no cuidas la expresión de tus argumentos. Como se te ocurrió decir lo que dijiste cuando se analizaba la entrega de computadoras que, por supuesto, no alcanzan y hay que distribuirlas poco a poco y aunque tú no tienes ninguna y escribes y la necesitas, te la negamos: con la votación te castigamos, porque hay cosas que solo se dicen en familia. De donde sacaste la idea de que tener una computadora era un problema y si es así: por qué la pediste. Eres difícil o te gusta hacerte el difícil”.

A propósito de las computadoras ese era un tema de discusión. Amael las magnificaba, yo les restaba importancia. Le explicaba que las computadoras son ambivalentes. Las posibilidades de aburrirse para un lector entrenado son enormes. El material para la selección es casi infinito. Se puede escoger un tipo de discurso como el científico, el periodístico, el literario, el económico, etc. Se puede optar por leer sobre una época, un periodo, una cultura, una corriente, un autor, un texto, etc. Mucha infoverborrea, le decía, para demostrarle que me había leído Periodismo canalla y otros artículos. Y agregaba, si eres chauvinista puedes culpar a los demás. Puedes aburrirlos y ejercitar de paso y limpiamente tus apegos nacionalistas, dispones

de abundante material; ahí esta nuestra literatura, por ejemplo, y están, claro, nuestros periódicos.

Pobre computadora. Ella no puede ofrecernos el goce que supone leer un periódico, dialogar en silencio con tus iguales. Sucede que las computadoras son simples artefactos, no tienen corazón, carecen de sentimientos, no entienden de emociones y distan mucho de ser infalibles, tienen problemas con el idioma y se enferman, y de cuando en cuando hasta se mueren.

-Sin embargo, replicaba el flaco, las cosas que hacen y dicen ciertas gentes para tener una. ¡Qué vocación de sufrimiento y de irracionalidad! Si todo eso que tú dice es cierto, ¿por qué hay gente capaz de matar al prójimo para tener una computadora?

Y cuando yo reaccionaba y le hablaba sobre los riesgos de hacer periodismo, especialmente, sobre la posibilidad de equivocarse y de buscarse rollos, él tampoco coincidía.

-Si el periodismo es el oficio más inseguro del mundo en todos lados, en unos lugares porque te ponen trabas y hasta te hacen trampas y en otros porque son más sinceros y te pegan un tiro en la cabeza; porque tanta gente, tú por ejemplo, quieren ser periodistas e irse a trabajar a cualquier país por peligroso que este sea…Yo no quiero ser periodista, pero con una computadora sería feliz.

Y esa confesión me agradó. Entendí que había obrado bien cuando gestioné su ingreso en el periódico, pero me dije que más que la computadora, la solución para el problema de mi amigo era yo.

Cuando encontré a mi tutor estaba atendiendo a una estudiante. Estuve a punto de irme. Pero no, la niña dijo tres veces que si, sonrió igual cantidad de veces, se puso de pie e inició la retirada con un movimiento de caderas prometedor. Entonces el profe se ocupó de este servidor quien, después de saludarlo, le entregó un esquema de su proyecto de tesis.

El doctor Rafael se leyó el texto, volvió sobre el inicio, me miró con una mirada indescifrable.

– En principio escribes sobre un tal fulano que, además de no tener un nombre consolidado, está vivo. El riesgo es doble. Los muertos son más dóciles. No se pueden ir y así nos evitan vergüenzas. No pueden regresar y así nos evitan atenciones.

Es verdad que hay que investigarlo todo y que no tenemos muchos genios y si muchos estudiantes, pero: ¿es necesario que lo hagas tú?… Un historiador es un pobre hombre que intenta orientarse buscando con lupa en la maraña de la manipulación para restablecer la verdad histórica; un periodista es un técnico capacitado para llevarle la contraria a la realidad y manipularla con eficiencia. No se si tú pretendes ser historiador o periodista.

¿Para qué te metes en asuntos belicosos? No te basta con mi experiencia. La experiencia ajena es siempre útil porque es aprovechable. Unas veces nos auxilia, pues actúa como señal para desbrozar el camino, otra nos dice cuál es el camino que no debemos desbrozar. Pero no te desanimes, tenemos casi dos años para definir el tema de tu tesis y sí, me agradaría ser tu tutor.

Y como amenacé con levantarme y darle un abrazo, el profe me contuvo con un ademán.

-Pero si, como parece, te gustan los temas polémicos, tienes que afilar los instrumentos: no se puede ir a cortar caña con un bisturí. Tienes que comenzar ya; leer lo último publicado sobre metodología y teoría de la investigación, incluida mi tesis doctoral aunque nadie se haya tomado el trabajo de publicarla.

Me desprendí a buscar a Amael para contarle. Lo encontré en la oficina donde hacíamos el periódico, allí donde en realidad lo conocí por segunda vez. Tenía que hablarle de mi tutor y lo hice, le narré paso a paso mi entrevista con el profe. El me escuchó en silencio y en vez de felicitarme, sin la menor misericordia, me relacionó sus últimos descubrimientos.

A pesar de mis consejos, continúa incrustado en internet que le sirve para comprobar que vivimos en el caos. Buscando en las noticias de las agencias cubanas y extranjeras se entera que, para Arnaldo Jabor, lo racional ha devenido un lujo; que según el canciller boliviano la tierra está herida de muerte; que la humanidad necesitará dos planetas por el abuso de los recursos; que los oèanos podrían quedarse sin peces en 50 años y que un representante de la ONU augura que el año próximo no será nada fácil.

Se entera que ser joven es un riesgo, que en los EEUU la ruina económica cambia de propietario, que cada dos días muere una argentina por violencia familiar, que Zimbabwe está en la mira de los halcones, que mueren 100 ghaneses diarios por malaria, que la mafia es la principal empresa italiana, que la biodiversidad está al borde de la crisis y que la pobreza es una amenaza para la paz.

Se entera de que, según Ramonet, el sistema mundial no funciona; que hay frialdad ante el calentamiento global; que los países industrializados van delante en todo y marchan a la cabeza en la crisis global; que según Chávez el mundo rechaza el fin de la historia; que Leonardo Boff considera mil formas distintas de caminar hacia Dios y que para Miguel Ríos, otro mundo mejor es posible. Se entera de miles de cosas, y se pone las manos en la cabeza.

Traté de convencerlo de que su interés por saber lo que pasaba en todas partes no era en esencia negativo; incluso podíamos admitir que era bueno; pero, como él no tenía el modo de arreglar tamaños asuntos, yo le proponía que empezáramos a trabajar en cosas más humildes como, por ejemplo, en una ponencia para el evento nacional de talleres literarios. Gracias que no se acordó de su capacidad premonitoria: hubiera destruido mi teoría en segundos.

En realidad yo no tenía mucha esperanza de que el flaco escribiera en el periódico, su habilidad para buscar información me bastaba. Mas, tampoco renunciaba a esa posibilidad. Por eso insistí en que investigáramos algún tema de conjunto. Me costó trabajo, pero lo convencí. Al final no salió una ponencia, sino una disquisición con pies y si cabeza, pero para conocerla habrá que esperar al taller.

Deja un comentario