Sin rumbo
Por Jafet Rodrigo Cortés Sosa
No podía creerlo, o no quería creerlo. Los caminos se difuminaban con mayor vehemencia a cada paso, mientras las huellas nos guiaban únicamente al origen de todo, y pese a nuestros esfuerzos, el futuro se volvía una incógnita más. Sólo me quedaba reaccionar a lo que había enfrente, unos segundos antes de tropezar contra arbustos, árboles y rocas. La ruta provocaba nuevas colisiones con otros entes en búsqueda de reconocimiento.
Me convertí en eso, un ser reaccionario que salía de un problema para meterse a otro; un ambulante que al día administraba el conflicto, que carecía de tiempo para planear más allá de lo que inmediatamente estaba pasando; acatante únicamente del instinto de continuar; del deber salvaje de decir que sí sin dudar, del paso siguiente, siguiente.
Existía tanta premura en actuar, que la brújula había dejado de apuntar hacia el norte desde hace tiempo; apenas existían indicios de lo que estaba sucediendo. No quedaba de otra más que improvisar o morir en el intento.
Pese a que relacionemos el concepto de planeación con gobierno u otras aristas de lo denominado como “formal” o “institucional”, ésta aplica para todas las personas por igual, sin que haya una diferencia notable en aplicarlo para nuestra vida laboral, y hacerlo para nuestra vida.
Comento lo anterior por aquella carente importancia que se le da al hecho de adelantarse a lo que puede pasar, juntar la información que tenemos y trazar la mejor ruta. No hablo de predicción, ni de ideas más profundas como la prospectiva, sino del hecho del esfuerzo en la medida de nuestras posibilidades de ordenar nuestras ideas y robustecer nuestras acciones a través del análisis previo.
En vez de imaginar tomando en cuenta lo que conocemos para definir un atisbo siquiera de lo que pasará, se ha volcado a la normalidad tirar palos de ciego, no
saber qué hacer, no tener rumbo, o peor aún, no reconocer con sinceridad que no lo tenemos, que estamos completamente y absolutamente perdidos.
Avanzamos por la inercia de hacerlo, sin fijarnos por el paso siguiente; por ello, tropezamos con mayor frecuencia, caemos al suelo sin siquiera meter las manos; nos volvemos anárquicos a las circunstancias, seres violentos que con su torpeza buscan apagar la llama que incendia todo. Dejamos a la planeación como último recurso, nos embriagamos del ahora, improvisamos lo que viene, damos indicaciones igual de erradas que nosotros; seguimos órdenes con el mapa desdibujado, sin tener seguro dónde guarecernos.
Si bien es cierto que no todo lo podemos saber, y que el futuro es devorado por un nuevo futuro sin que podamos hacer algo para salvarle, sin brújula ni rumbo, cada acción que realicemos será concebida como un palazo conducido por la esperanza de lograr algo, sin tener idea de hacia dónde vamos. Hay ciertas cuestiones que debemos aprender a no forzar, sin que esto signifique dejarlas a la suerte.
Dicen que la mejor improvisación es la que se planea, quizás eso vino de la voz de una persona que sufre de ansiedad, que quiere tener el control de todo, pero en parte proyecta algunas ideas rescatables para la vida diaria, estar listos para lo que viene y actuar naturalmente en consecuencia.
La realidad, nunca estamos lo suficientemente listos para la vida, pero sí podemos prepararnos en algunos aspectos de la vida misma, entrenar previamente lo que podamos para que no estar desprevenidos, y la batalla encarnizada que venga para nosotros y nuestros soldados, no se convierta el día de mañana en una terrible masacre.
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