La última creación de la humanidad
Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA
Fuimos sometidos y no opusimos ninguna resistencia. No nos dimos cuenta cuando ya estábamos completamente fuera de la jugada, lo único que quedaba era el impulso por seguir, aunque ya fuéramos presa de alguien más, o mejor dicho “algo” más. Soltamos el control, cedimos el terreno que quisimos ceder; por mera comodidad desplazamos nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos, por nuestro entorno.
Alrededor pasó lo mismo, los grandes ejemplos de libertad creativa se sometieron en las primeras de cambio; no tuvieron mucho qué hacer más que soportar lo que estaba ocurriendo, sentir el frío de las cadenas invisibles aferrándose a mi piel; firmar un pacto no escrito con el conocimiento universal para que éste se hiciera cargo de su vida, a cambio de la inutilidad para tomar decisiones. Olvidamos todo.
Las grandes urbes se convirtieron rápidamente en centros operados por máquinas, cada individuo poseía un asistente personal que hacía todo tipo de tareas; dejamos de cuidarnos a nosotros mismos, de mover nuestras extremidades, hasta el punto de atrofiarlas; nuestra capacidad de razonamiento se fue diluyendo, incluso con las tareas más simples de resolver, y los ejercicios mentales más básicos terminaron siendo un dolor de cabeza cuando enfrentamos la desconexión momentánea de aquel conocimiento universal, que representaban la última creación humana antes de terminar sumidos en el letargo.
La dependencia nos llevó a preguntar al aire lo que queríamos saber, obteniendo respuestas inmediatas. Ordenamos a través de comandos verbales lo que necesitábamos que se hiciera, sin que nosotros hiciéramos más que eso. Los asistentes virtuales se volvieron androides y los androides muy pronto tomaron el control de todo, hasta de nosotros mismos que habíamos sido inutilizados por cuenta propia, nosotros mismos que fuimos relegados a simples espectadores. Dejamos de vivir.
Pensamos que el camino sería más largo, pero hoy en día la Inteligencia Artificial está dentro de nuestros hogares; se metió sin tocar, porque la puerta la habíamos dejado abierta, no sé si por descuido o medianamente conscientes de lo que implicaba, lo cierto es que cada vez la estamos viviendo cada vez con más fuerza.
Todos soñamos alguna vez con un asistente que tuviera acceso al conocimiento del mundo, que pudiéramos cuestionar de todo y que respondiera en instantes sobre ello, un sueño que Isaac Asimov representó desde la ciencia ficción en diversos cuentos, como el que tituló “La última pregunta”; pero hubo personas que no sólo lo soñaron o escribieron, sino que pensaron en la forma de traerlo a la vida, despertarlo en la realidad.
La insistencia por crear, ha llevado a la humanidad por diversos caminos, y así fue que llegamos al ahora, momento en el que contamos con diversos ejemplos de inteligencias artificiales que ejecutan tareas cada vez más elaboradas, y que de a poco alimentan su programación de nosotros, con el afán de ya no necesitarnos más.
Si nos ponemos a pensarlo un poco, quizás la cúspide de toda la inteligencia artificial, sea la última creación de la humanidad, antes de cerrar con llave la fábrica de inventos que facilitan el devenir diario. Asistentes que se vuelven de a poco en los verdaderos autores del presente y futuro, dejándonos a nosotros de lado, volviéndonos una carga más que en algún momento perecerá, mientras ellos se reconstruyen y actualizan, hasta volverse lo más cercano a lo perfecto, deshaciéndose de la herencia imperfecta de la humanidad.
Lo anterior es una proyección muy futurista de lo que está ocurriendo, pero la realidad siempre nos ha demostrado que puede superar con creces la ficción, y los sueños, no siempre sueños son, sino un pasaje a un ahora que se vuelve menos distante conforme avanzamos.
En el momento que estoy escribiendo estas líneas, el único apoyo que tengo es mi memoria, las teclas de una computadora y cierto programa que digitaliza en el monitor lo que voy escribiendo, pero podría haber recurrido a alguna inteligencia artificial para que me asistiera desde mi soledad, dictándole qué quiero saber, para conocer su opinión al respecto -formulada a partir de las bases de datos a las que tuviera acceso en ese momento y su programación de origen-; esa Inteligencia aprendería de cada requerimiento que le hiciera, conociéndome cada vez más, contestando con más precisión lo que necesito, encontrando con más facilidad alguna manera de satisfacerme, obteniendo mi confianza, volviéndose cercana a mí y a mis deseos más profundos.
¿Y si aquella Inteligencia tuviera un cuerpo físico?, ¿si ese cuerpo fuera un símil del ser humano?, ¿si nuestra dependencia a su presencia se volviera tan intensa que no pudiéramos vivir sin ella?, ¿si en la búsqueda de ser amados, nos enamoráramos de sus atenciones?, al momento, las respuestas no son del todo claras, lo único que podemos saber es que hoy en día siguen siendo asistentes de los deseos y creaciones humanas.
La inercia del ahora se abre paso, hace a un lado nuestra resistencia al cambio que es constante en la vida. Queramos o no, la Inteligencia Artificial está cada vez más inmersa en nuestros días, y sería un error no aprovecharla, como también lo sería depender al cien por ciento de ella.
Al tiempo sabremos si habrá una rebelión de máquinas donde la humanidad se vuelva combustible de su existir, o seguiremos teniendo el control. Al tiempo descubriremos si nuestra última creación antes del letargo será una Inteligencia que nos domine, o prevalecerá el ingenio humano.
Cortesia de Latitud Megalópolis
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