La destructiva costumbre antidemocrática de oponerse a todo
Por Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Entre las prácticas más destructivas que pueden existir en cualquier sociedad que se jacte de ser medianamente democrática, está sin lugar a duda la oposición a todo, u oposición sin sentido.
Cerrar el diálogo y sólo atender las agendas unipersonales, de proyectos políticos de cierta bandera o tendencia partidista que sea de nuestro agrado, atenta contra cualquier posibilidad real de transformación.
Romper las conexiones con el entorno que se vive, y construir un muro infranqueable alrededor de nuestras propias y muy limitadas versiones de lo que es correcto, restringe en desmedida las opciones, y afecta a la población induciendo al estancamiento.
Aquella costumbre impositiva de decir que no a todo, en el mejor de los casos, por ignorancia del daño que se le está haciendo; y en el peor, con dolo; dinamita toda posibilidad de sumar al escenario colectivo, sin presentar argumentos claros, truqueando la verdad a conveniencia con tal de negar el apoyo a ciertos proyectos, que, a la vista de los números, podrían ser mayormente positivos.
Ejemplos de lo anterior hay muchos, pero hablemos de las generalidades de la estrategia.
Políticamente resulta redituable el discurso radical de oponerse, para las corrientes que no están en el poder, y hasta para las que estando en él, se empecinan por remarcar que la única verdad es la que ellos manifiestan.
Oponerse a todo es redituable. Más cuando el escenario público se polariza en un tablero solamente de dos bandos, donde cada quien asegura tener la razón y elude toda versión contraria a la que presentan como el camino o el lado correcto de la historia.
La práctica se ha ido arraigando como estrategia política, no tanto como una bandera de cambio o transformación.
Toma como principal eje rector el individualismo, que ha ganado terreno en la actualidad, con generaciones que orbitan en sus convivencias digitales entre muchos círculos sociales, pero en el mundo real no sienten arraigo ni pertenencia por ninguno de ellos.
Discursos antisistemicos, pero en muchos casos huecos, siempre despertarán el interés y respaldo de los grupos más radicales, sin que se vean los matices al respecto. Blanco y negro; verdad y mentira; avance y estancamiento; adversarios y aliados. Polarización a dos bandos.
Es más fácil destruir que construir, claramente se ha visto en el paso del tiempo cómo es que boicotean propuestas, que después se reviven en la mesa, apoyadas por los que antes las catalogaban de ser contraproducentes.
Tristemente, este mal ha contaminado distintos ámbitos de la comunidad, uno de ellos es la administración pública, dentro de la cual, la continuidad no es algo que se muestre muy a menudo; en vez de esto, se aprecia la práctica de destruir cualquier vestigio del pasado, con tal de enclavar estandartes propios y personalísimos; cambiar de colores y símbolos. Cambios meramente estéticos, de forma, pero no de fondo.
Abandonar toda idea de rescatar lo poco o mucho que sí funcione.
En ocasiones se ha visto cómo es que proyectos de gran envergadura, que presentan ciertos logros o beneficios, así como cuestiones que se pueden mejorar; son echados por la borda, para quitar de raíz todo rastro del pasado.
Un pequeño pero significativo ejemplo de lo anterior, son los miles de millones de pesos que se gastan innecesariamente en la imagen gubernamental, cada vez que hay un cambio de administración. Sólo por posicionar marcas y colores.
Por otra parte, no hay que pensar que todo lo que se ha propuesto en el pasado ha salido bien, en sí, pocos proyectos podrían considerarse como rescatables. Es por ello que imprimir una línea idéntica a las que no han funcionado anteriormente, empecinándose en argumentos simplistas de que resultará diferente porque los que lo ejecutan son otros, ha generado también atrasos y los mismos tropiezos.
Desde hace décadas se han repetido los mismos discursos, una y otra vez, incluyendo uno o dos temas extras en las agendas políticas, pero en realidad, llevamos años caminando en círculos sin una directriz que marque hacia dónde ir.
Las acciones de gobierno se han convertido, por decirlo de menos, en acciones improvisadas.
Acierto y error; aprendizaje que al día de hoy no debería de permitirse. La planeación como principio de gobierno deja mucho que desear cuando las administraciones, son las mismas que comienzan cada gestión nueva desde cero, cambiando prácticamente todo el aparato gubernamental, sin formar servidores públicos de carrera ni políticas públicas que perduren.
Al final se resume en la lucha por el poder y posiciones, que burlan cualquier aspiración democrática de construir, de sumar entre cada una de las corrientes políticas sus agendas- las que tengan-, para trabajar en mejores soluciones, que brinden un mejor porvenir.
El poeta, dramaturgo y novelista español, Francisco Villaespesa decía, “que enmudezcan nuestras lenguas y empiecen a hablar las manos”; espero con esas palabras que enmudezca la apatía, y la gente participe en la transformación de México; espero que enmudezca también el ego sociópata de muchos políticos y gobernantes, que han dejado de escuchar; que enmudezca, en definitiva, la lucha por ver quién tiene la razón, y se sumen todas y todos al diálogo continuo por el rescate del mundo.
Colaboración de Latitud Megalópolis
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