Encarcelamos la posibilidad del libre albedrío
Por Francisco Tomás González Cabañas
Somos las partículas desvanecidas en el aire que no pueden reintegrar lo sólido. Bajo el título “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”. Marshall Berman brindó el diagnóstico más acabado y preciso acerca del siglo XX. Como herederos forzosos de tal época y en pleno presente continuo, ante la dificultad de pensar, conceptualizar y tomar distancia para reflexionar y filosofar acerca lo que nos esta ocurriendo, lo debemos intentar, así sea lo único y lo más insensato y atribulado de falto de sentido tal antojadiza pretensión.
¿Acaso podemos consensuar o plantear algún tipo de mecanismo que determine cómo constituir lo colectivo, de que manera o bajo que preceptos, o perceptos en tónica deleuziana, en caso de que lo queramos o deseemos, definir las prioridades que reconviertan el espacio de lo público, dinamitado, detonado y desintegrado?
Berman para analizar lo que consagró en los anales de las ciencias políticas, referenció como síntomas, las vivencias del personaje del Fausto, de Goethe. Hoy algo así sería imposible. Leer se tornó en algo tan perjudicial como antigregario. En breve, en alguna disposición normativa será consagrado como un crimen de lesa humanidad.
Así como en un momento de la historia, la palabra hablada, patrimonio de los dioses, instó a los hombres a qué al no poder recordarla, desarrollaran la palabra escrita, generando la subversión por obediencia (es decir queriendo cumplir a rajatabla, patearon el tablero) tal vez nos encontremos en un proceso análogo.
Ya los signos, es decir las palabras, significan cada vez menos conceptos mediante los cuáles nos podamos entender mínimamente entre los humanos.
Lo común se ha desintegrado tanto que el vuelo de cada una de las partículas construye un viaje en donde lo cuántico anida en la semiótica de nuestras consideraciones que se precian de expresar algo, lo que fuere. No existe nada elemental o punto de partida básico, la vocal a utilizar determina la supuesta posición ideológica o ideologizada, que en verdad tampoco representa nada diferente, diverso o contrapuesto.
Certificado de defunción para los filosofemas, epiqueremas, aporemas y sofismas, pues el razonamiento se desintegra en la validación de su propia existencia, despojada de argumentos y de perspectivas hacia lo otro o lo común.
Reina la manifestación por ella misma, errabundas experiencias de lo sucinto, de lo epocal, de lo efímero, de lo que no tiene ni correlato ni traducción.
Somos esa dispersión de lo múltiple que describió Berman. Sólo que el circuito se va deteniendo. Cada vez, es más difícil que nos volvamos a reconstituir en lo sólido para volver a desvanecernos en esa dispersión, también narrada por Eugenio Trías.
Estamos regresando al acto, que deja de ser mediatizado por la razón argumental, por la palabra. Las emociones al no poder discernirlas de las sensaciones, estallan cuál cóctel lapidario para los últimos resquicios en donde se va desvaneciendo la idea que tuvimos de nosotros mismos.
En el híper realismo de haber desintegrado la imaginación y de no poder simbolizar, nos cuesta entender que morimos, y de allí que nos resulte tan sencillo matar, agredir y dejar fluir el odio y lo venal para sentenciar al otro como el enemigo o rival a vencer, con el que en nada nos podemos integrar.
Lo más probable es que seamos el sueño inconfesable de un ser impensado que despertará sin haber recordado esta experiencia.
Aquel horizonte despoblado de preguntas en donde las palabras son caricias y el destino una simple partida de azar de un gobernante asediado por las hordas de los que dice representar y bien gobernar.
Es lo que te tocó y ante lo que te rebelas, tu destino es necesidad y el azar la canción elegida para no llorar la falta y no angustiarte por lo que vendrá, que es ni más ni menos tu elección, de tu individualidad con respecto a los otros.
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