Correo no deseado
Por Francisco Tomás González Cabañas
Desde que decidimos incidir en el espacio público, mediante la red de redes, realidad potenciada pandemia mediante, ejecutamos la acción de distribuir nuestras producciones, enviando por este medio o camino, a determinadas direcciones electrónicas lo elaborado. En un trabajo previo de dar lectura, sobre todo de instituciones públicas que brindaban en el éter virtual las cuentas de personalidades vinculadas al quehacer, político, cultural y filosófico, cuando no, a hombres y mujeres de labor pública, registramos tales correos para ofrecer, bajo la noción de don, de entrega desinteresada en el vínculo material nuestras producciones. Sin esperar nada a cambio, a lo sumo tal vez, un ida y vuelta en el campo de las ideas, han sido incontables los vínculos forjados por esta suerte de librar botellas al mar que cada tanto vuelven en un mensaje, en una respuesta, en un agradecimiento, en una crítica constructiva, o incluso en una o varias refutaciones de lo pensado y luego volcado al papel para ser ofrecido cómo lo mejor que tenemos que son las palabras donde reside el alma o el espíritu. Sin embargo, también recibimos, en una proporción infinitamente menor, pero real al fin, expresiones acusatorias o difamatorias ante este proceder. Cómo sí la humanidad no tuviese suficientes problemas, los que habitamos en este margen del mundo hundidos en una pobreza que cubre a la mitad de la población por sólo resaltar uno de los tantos y tristes aspectos, cada tanto llegan las miserables respuestas, por parte de seres cegados por la irracionalidad del odio, la inquina y la envidia. En términos prácticos, les resultaría más efectivo ir hasta el botón de consignar esta dirección de correo electrónico cómo no deseado, bloquearlo o pedir la desuscripción. En un boletín que insistimos, lo elaboramos desde la buena fé de acopiar direcciones de instituciones que dan a conocer sus labores en forma pública, con el ánimo de un intercambio desde el pliegue de lo humano.
Escondidos detrás de corazas que se dicen o se pretenden, disponer un rótulo de lo absoluto, de cómo establecer lo correcto, lo que debe ser y por tanto, usurpando una autoridad supuesta de lo que está mal y lo que está bien en términos de intercambio intelectual bajo correspondencia electrónica, atentan y violentan el derecho sagrado a la libertad de expresión. Esta agresividad concreta y manifiesta que podría estar encuadrada en un delito definido en la normativa internacional, debe ser contrarrestada en forma clara, prístina y contundente.
Nos vemos en la obligación de dejar por sentado, el espíritu que nos mueve y moviliza a hacer lo que hacemos y naturalmente el poder comunicarlo, independientemente de que alguien en el desquicio de sentirse incomodado nos quiera acusar de hacerles estos reiterados regalos de dejarles en la puerta de sus mentes y en el proscenio de sus corazones, estas palabras.
Tener la irrefrenable necesidad existencial de escaparle a las estructuras, debe ser una de las peores condenas espirituales esparcidas en los nodos vasculares de la humanidad. Sentir la disciplina de un orden escolar, laboral, o de las reglas de juego, dictadas o sostenidas por supuestas mayorías, sean estas en el ámbito de lo religioso, de lo ocioso, de lo cultural, de lo recreativo, o de lo que rayos fuere, como si se tratase de un taladro, que nos perfora, que nos veja, que nos sodomiza en cualquiera de nuestras sensibles partes, debe constituirse sin duda alguna en una de las más grandes calamidades que nos pueda haber tocado, en lo que sin ambages se convertirá en un espantoso calvario que concluirá cuando se extinga la finitud a la que estamos sometidos.
Pero el esfuerzo, uno más, debería estar también en rehuir del espacio de victimización. Sin por ello transformarnos en victimarios. A todos los que se sienten en plenitud con su condición humana, siendo partes de colectivos, de cualquier naturaleza e índole, nuestra más y profunda admiración, como veneración.
El no poder compartir esta perspectiva de vida, lejos de ser una posición que deba ser promovida, imitada o militada, debe ser expuesta y visibilizada, como la apertura que alcanzó en siglos de desventura, la humanidad, como para tolerar la estupidez, o en todo caso la compasión ante los enfermos terminales afectados por este mal.
Arrojarse, o volver a hacerlo, o regresar en todo caso, al vacío desesperado, al desmadre de nuestra irracionalidad o nuestra racionalidad parcial, carente o contradictoria, no es un malabarismo que pueda hacer cualquiera, posiblemente tampoco sea necesario el hacerlo, mucho menos debe ser festejado, como decíamos, pero tampoco, criminalizado, ni categorizado, ni señalado.
En nombre de tan buenas intenciones, sobre todos quiénes nos dicen, amar, querer o hasta admirar, nos pretenden, encarrilar, estructurar, hacernos funcionar, bajo las pétreas reglas del engranaje en el que son felices. Posiblemente, algo de temor también los afecte, condicionándolos, cierta inseguridad, cierto sinsabor, cuando esas rigideces, ese mundo disciplinar se les cae encima de sus cabezas. Probablemente, en esos hiatos, se pregunten acerca de nuestros saltos, de lo que llamamos libertad y no de estar condicionados a los absolutos que carecen de sentido.
La carrera insensata por el diez escolarizado, el que proviene de la historia vergonzante que destruyó con fines y la unicidad de un dios, misiones, mediante, la tierra sin mal, el mismísimo edén más allá de su semántica. El cordero sindicado como tal, que se descarría cuando se sale de este absurdo laberinto, que supuestamente garantizaría, trabajo, dinero y felicidad. Animalejo al cuál se lo enajena de su capacidad de pensar y razonar, para enfilado, encolumnado, manso a rebencazos, se lo conduzca, obediente a la cámara de gas, al matadero que dan en llamar las horas reloj para cumplir tareas autómatas, vanas, cuando no, armas eficaces en pos de profundizar un atroz ecocidio. En las raras excepciones de felicidad formal, hacerlo cantar en el templo, vestido como se lo demandan, con el blanco reluciente, al son del villancico, o en los tiempos discordantes, también de riguroso blanco, al enfermarse su cuerpo, en la clínica o el hospital, o en el peor de los casos, sí enferma de actitud o de comportamiento, recluido en la negrura desquiciante de la prisión o de las enajenaciones que producen las adicciones.
Plantarse con algo que sea parecido a un camino propio, a una aventura no tan trillada, a un sendero poco explorado, es pegar ese salto al vacío, que da derecho a todos y cada uno de los transeúntes de esta vida, que te señalen con todos y cada uno de los epítetos que alguien les haya enseñado en alguna de sus aburridas y autómatas clases para que terminen siendo todos iguales y cortados por la misma tijera, diseñado por un único molde. Robotizados, automatizados, hijos dilectos de un algoritmo mejorado en la contradictoria lógica que propone la insensatez de la inteligencia artificial.
Está mal visto, hacer política desde un lugar que no sea un partido, como periodismo desde una empresa o dispositivo que no sean los existentes, también filosofar políticamente, sin estar sujeto a los teóricos que señorean desde hace años tanto en universidades como en movimientos ideológicos. Está tan mal visto que ni siquiera te dan el me gusta en la red social, como sí lo harían con el cuerpo escultural, en tiempos en donde se dice estar contra la cosificación y la materialidad. Está tan mal visto, que sólo se redimirán ante tu testimonio en la vida, como si fuese que uno buscase autoridad, cuando corporalmente, y digan pobrecito, no tuvimos tiempo de comprenderlo o de valorarlo. Está tan mal visto, que lejos de invitarte a sus eventos, culturales, de pensamiento o sus supuestos espacios reflexivos en donde comunican, sus reiteradas sandeces insustanciales, sus matices insensatos de egos insaciables, hacen todo lo posible, para excluirte, para hacerte a un lado y hasta agachan la cabeza, al cruzarte, para no darte el gusto de su saludo, como si para uno, esos rostros iguales, significase algo importante o interesante. Está tan mal visto, que sólo te dan esa doble tilde azul, haciéndote entender que no tienen ninguna respuesta para lo que propones, ofreces, pensas o consideras, en relación a un tema público al que le hayas dedicado tiempo, traducido en una iniciativa o proyecto.
No hay respuestas, claro, no debería haber palabras tampoco. Ni logos disuelto ni poético. Ni olvidos de ser, ni tampoco el olvido democrático, de pretensiones vanas de que el hombre, puede ser todos los hombres en diferentes planos y tiempo.
Esto ya ha sido escrito, como refutado. Sigan con el manual, nosotros continuaremos, lateralizados, donde reverdece todo lo que no es, no ha sido, ni será, y que por tanto, nunca ha tenido principio, ni tampoco, tendrá final, mucho menos una lógica entendida en los términos aprisionados y esquematizados que no permiten al humano, ser.
Es tan insensato reaccionar a un correo no deseado, desde la perspectiva que somos productos, precisamente y redundantemente, por una causa u origen que no tiene que ver con un deseo propio. Cada uno de nosotros, arribamos a este espacio en el tiempo que fuese, por el deseo de quiénes nos han concebido (en forma natural o artificial), por el deseo de un ser superior o de la casualidad, por algo que llega sin que lo pidamos. Somos y seremos lo que hacemos a partir de tal don o regalo.
Deja un comentario