Variedades

por Víctor M. Navarro

Revisando la ceremonia del Tercer Informe, podríamos remontarnos a aquellos tiempos del presidencialismo exacerbado, todos los poderes sumisos al ejecutivo ejecutan a la perfección un guión manido y aburrido (tanto que una de nuestras actrices nacionales roncó a rienda suelta), las cifras y los datos manipulados y maquillados a conveniencia, los aplausos como única posibilidad de marco crítico, una excelente puesta en escena de la simulación política mexicana.

En la entrega anterior decíamos que los mexicanos comunes y corrientes, la sociedad civil, vivimos una realidad muy distinta a la que nos presentan los actores de nuestra política nacional, o sea estamos regidos por la simulación.

Cito: “El sistema político mexicano es un sistema de simulación. No es mi lucubración, no es mi imaginación: son hechos concretos y no queremos verlos, porque es más favorable, al menos desde el propio sistema, vivir en la irrealidad, en la ficción, inventando que tenemos una democracia”.

La anterior es una cita del escritor y periodista Sergio González Rodríguez quien recientemente ha publicado en editorial Grijalbo El robo del siglo, libro que al autor define como novela política sin ficción. En el año 2006, durante el mandato de Vicente Fox (uno de los presidente más torpes pero no menos ambicioso de nuestra historia), se llevó a cabo el decomiso más grande de todos los tiempos: 205 millones de dólares que tenía en su poder el empresario farmacéutico de origen chino Zhenil Ye Gon. El dinero nunca apareció y el caso, como tantos otros en este país, quedó en la nebulosa del olvido.

Con motivo de dicha publicación, Gerado Lammers entrevistó al autor en el periódico El Universal, la plática lleva a derroteros donde la reflexión, el análisis puntual y la concreción sobre salen en cada respuesta:”Este Estado tiene un pie en la legalidad y otro en la ilegalidad, y así funciona; puede simular que respeta la ley: Puede simular que hay un estado de derecho. No podemos hablar de un estado de derecho con un absoluto índice de impunidad de los delitos. Estamos hablando del 98 al 99% de impunidad de todos los delitos que se cometen en México. Esto no es un estado de derecho, sino de criminalidad que el propio Estado formal y convencional no puede contener”.

El robo del siglo permite replantearnos a partir de un hecho trascendental en nuestra política, que no hay la voluntad para esclarecer estos hechos delictivos cuando las preguntas medulares no las responde la autoridad: “¿de dónde provenía ese dinero? ¿es cierta o falsa la versión del protagonista de los hechos acerca de que ese dinero le fue dado o en custodia?, ¿qué pasa con los grupos políticos de los que habla el depositario del dinero?, ¿con qué fines estaba guardado?. Y

ahí empieza la investigación: en tratar de resolver, si no las preguntas, sí, desde luego el marco que las emite. ¿Por qué hacerlo siete años después? Porque creo que lo mismo que hubo hace siete años, lo hay en nuestra vida pública: un déficit de información por parte de nuestras instituciones; un déficit de investigación, al menos en hasta donde se conoce; un déficit de resolución en cuanto a la responsabilidad institucional…”

Preguntas sustanciales, con sus variantes, a las cuales nunca responden los actores de nuestro sistema político mexicano, porque muchas de las respuestas van intrínsecamente unidas a su práctica de gobierno: el caso de la guardería ABC, el enriquecimiento ilícito de gobernadores y políticos, el caso Gordillo, el caso Acteal y la situación en Guerrero, las redes del narcotráfico, los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, las matanza de campesinos, la fuga del Chapo, la Casa Blanca, la debacle del sector salud, la corrupción policiaca.

Frente a una realidad que a todos los mexicanos nos deja en la orfandad, las declaraciones públicas de políticos y dirigentes, el tercer Informe, “las verdades históricas” y demás palabrería resultan ofensivas; una afrenta que robustece la falta de respeto a un pueblo que necesita más que nunca respuestas y no demagogia.

Recurrimos nuevamente a las “Perlas Japonesas” del maestro Nikito Nipongo, tan actuales como el dinosaurio que nos gobierna.

Los caciques se sostienen no por un milagro, sino por varios millones.

Nada hay tan tonto como quejarse ante las autoridades de los desmanes de las autoridades.

Llaman funcionario honrado al que roba elegantemente.

A las autoridades les encanta hablar de los felices tiempos futuros.

A medida que se sube, los peldaños del poder se tornan más pavorosos: es malo el policía, pero es peor el comandante; es malo el comandante pero es peor su jefe…y así, sucesivamente.

Tratándose de dientes o de funcionarios, siempre muerden más los de arriba que los de abajo.

¡Cuánta injusticia procura el procurador de Justicia!

Pocos funcionarios funcionan.

La cuenta pública se maneja privadamente.

Fiel a los conceptos, el gobierno mantiene desaparecidos a los desaparecidos.

Nuestros gobiernos de inconcientes han destrozado a México concientemente.

De las esperanzas de principios del sexenio quedan en sus finales sólo basura y ceniza.

Ahora exíjase que los gobernadores también escuchen año tras año el informe de sus gobernados.

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