¿QUIEN PUEDE CREERLE AL PRESIDENTE?
Se dice que el mítico personaje conocido como el filósofo de Güemez, dijo alguna vez que «La confianza dura hasta que se acaba».
Esa es, para mí, la razón de la crisis de desconfianza e incredulidad de la que la semana pasada hablaba el Presidente de la República. A poco más de dos años del inicio del periodo de Peña Nieto, ya se acabó la confianza que se tenía en él.
Y es que hemos llegado a un punto en la vida nacional en la que el presidente es el primero que ha perdido la credibilidad y quien va generando la desconfianza.
Hoy, quién puede creer al presidente Peña Nieto cuando habla de crecimiento y progreso económico, cuando los números lo desmienten. El crecimiento del PIB es mediocre, por decir lo menos y, por mucho que se diga, México no es un país muy atractivo a los ojos de los inversionistas extranjeros. En 2014, aunque la captación de inversión extranjera directa fue por arriba de los 22 mil millones de dólares, sólo un poco mas de 3 mil millones fueron nuevas inversiones, es decir, las tan prometidas y esperadas inversiones millonarias que vendrían por la aprobación de las reformas estructurales, siguen siendo una ilusión.
La pérdida del valor de nuestro peso es un lastre que comienza a hacer estragos en nuestra economía, siendo las más grandes empresas las que resisten la devaluación en sus finanzas. Si bien es cierto que al debilitarse nuestra moneda se amplían las oportunidades de exportación, el alto nivel de apalancamiento en dólares de muchas empresas, además del consecuente aumento en el costo de las materias primas, comenzará a generar presiones inflacionarias y no es exagerado el pensar en una contracción de los empleos.
La realidad desmiente el discurso del gobierno. Como podemos creer y confiar, cuando es evidente que falta estrategia para superar la tempestad financiera y que sólo son las falsas promesas el antídoto gubernamental a la crisis, pues la prioridad presidencial son los resultados de la elección legislativa de junio.
Vivimos en una situación artificialmente sostenida, una burbuja que a partir de la segunda mitad de este año habrá de reventar.
La administración del presidente Peña Nieto está dando un manejo electoral de los recursos, situación que se verá incrementada a lo largo de estos meses, generando un crecimiento irreal provocado por un aceleramiento del gasto público.
Para entender esto, sólo es cuestión de ver que el gasto presupuestario en enero de 2015 ascendió a 460,800 millones de pesos, 18.1% más que en enero del año pasado, a pesar de que se anunció un recorte presupuestario.
No se entiende que, cuando se dice que se deben de reducir gastos, la secretaría de salud gasta 338.8% más que en enero de 30114 y gobernación 136.6% más.
Solventar estos gastos, ante la caída en los precios del petróleo y el declive en la producción de crudo, es algo que parecería difícil, pero este gobierno se está acostumbrando, como en los viejos tiempos, a vivir de prestado. El déficit del sector público, en enero, fue de 91,544.3 millones de pesos.
Enrique Peña Nieto retoma como patrón de conducta, la estrategia del candidato. Se reúne en eventos con público a modo, se presta para la foto y el abrazo, pero tiene una audiencia a la que puede encantar, pero que no llega a convencer. Intenta crecer en imagen, pero no puede ofrecer resultados. Promete imposibles y presume lo inexistente.
En su evento en Jalisco, el pasado 27 de febrero, fue evidente el hueco en las gradas, a pesar de que en las imágenes previas, la gente se abalanzaba buscando una selfie. Peña Nieto es una buena imagen, pero no pasa de ahí; se convirtió en un tipo que no tiene mucho que decir, ni muchos que lo quieran escuchar.
No es congruente, pues mientras llama a los gobernadores a no nadar de a muertito, su actuación es la de un cadáver flotante.
Las negociaciones con la disidencia magisterial son las que fomentan los paros, plantones, marchas, toma de casetas y la extorsión de la CNTE a su gobierno, un gobierno incapaz e impotente, que no se atreve a cumplir con su principal obligación, imponer la fuerza de la ley.
De muy poco le sirve al presidente el hablar de un Estado de Derecho que él mismo no ha sabido restablecer y de una fuerza del estado que no ha sabido utilizar, pues el poder se ejerce, no se pregona. Este país, requiere que su presidente se decida a actuar, que se salga del papel de gran legislador, para ser un verdadero poder ejecutivo.
Peña Nieto debe comprender que el ejercicio del gobierno requiere que mas que tener pantalones, hay que tenerlos bien puestos.
No es la reacción airada del ejecutivo la que logrará cambiar la realidad. Las palabras del Santo Padre, pidiendo que no se «mexicanizara» la Republica Argentina, son duras, pero son sinceras de un hombre que no quiere ver un su patria, la tragedia que el gobierno parece no ver en la nuestra.
Soy católico practicante, firme creyente de la infalibilidad del Papa, que ve en la nota diplomática del gobierno federal, el descontento de que el vicario de Dios, opine sobre la administración de un infierno.
Y es que en los hechos, el estado mexicano está de cabeza, con autoridades que crean entuertos legales para enredar el combate a la corrupción, antes que unirse al grito que pide poner fin a tanta impunidad.
No se tomaron alternativas viables que podían generar mayor transparencia y permitir un seguimiento en línea y en tiempo real, del ejercicio del gasto público, sino que, en el nuevo sistema anticorrupción, se dan enredos en nuevos organismos, donde se irá perdiendo el rastro de todas las corruptelas. Se olvidaron de lograr lo básico, que el corrupto termine en la cárcel y que el dinero de todos, no sea para unos cuantos.
El sistema actual requiere de cambios que hagan funcionar las reformas logradas. Fomentar la transparencia y ponerle fin a la impunidad, son las principales tareas del gobierno. No es posible que un revoltoso agreda a un policía, este lo detenga y quede con el coraje de verlo salir libre, porque la negociación política pudo más que la fuerza de la ley.
Es el momento de cambiar el rumbo, a Peña Nieto ya no le alcanza con andar prometiendo, porque en dos años nos demostró, con sus compromisos incumplidos, signados ante notario, que su firma vale menos que el papel en que la puso.
El PRI no traerá ese cambio de ruta, ni con sus dinosaurios, no los cirqueros, que serán sus próximos legisladores.
La situación exige mirar la realidad y escuchar ideas realizables, los sueños guajiros del ejecutivo, han dejado de ser opción y por eso es el clima de desconfianza, pues hoy, ¿Quien puede creerle al presidente?.
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