CONMISERACIÓN
“No nos preocupemos de que nuestros hijos no nos escuchen; preocupémonos porque siempre nos están observando.”
Robert Fulghem
Es el final del año escolar, el adolescente ingresa a la dirección escoltado por ambos padres. En las manos de los tutores, el reporte final de calificaciones donde se ven las asignaturas que reprobó (una, dos, tres, cuatro, cinco o… ¡seis!). Casi de inmediato, ante la mirada perdida del menor, comienza a caer sobre el escritorio del director la arenga de justificaciones al pobre desempeño de su hijo.
“No se concentra”, “no recibe la atención del maestro”, “no le quiso revisar el trabajo”, “estuvo enfermo”, “no se integra al grupo”, etc., hasta llegar a los “fue mi culpa”, “no he podido comprarle el material”, etc.
Las presentes generaciones se caracterizan por recibir demasiada conmiseración, lastima o compasión por los niños, niñas y jóvenes a quienes sus padres sobreprotegen y/o justifican sin permitirles asumir la responsabilidad de sus actos. No importa lo que hagan o dejen de hacer siempre existirá una explicación o justificación a sus actos y la reacción solo aparece cuando es demasiado tarde. Y, cuando nos percatamos que las dificultades que aparecen en el camino, las respuestas cambian de perspectiva: “en casa le damos todo”, “su único trabajo es estudiar”, etc.
Tenemos una generación de padres que se han propuesto que sus hijos “no sufran lo que ellos lo padecieron en su juventud”, que vivieron un tipo de educación familiar más férrea, carente de los avances tecnológicos de hoy día y con un entorno sociocultural muy diferente al actual.
El reto no es diferente para el docente, los alumnos que había en las aulas son completamente diferentes a los que llegan hoy día y ni hablar de los padres de estos estudiantes. Hoy surge la necesidad de adaptar las técnicas de aprendizaje y la didáctica a las necesidades actuales, de comprender que las necesidades de formación y de educación de los alumnos actuales es muy diferente a la que se necesitaba hace 10 años, o hace 5 años e incluso son diferentes a los de el ciclo escolar anterior.
El maestro vive la diaria empresa de intentar trabajar con el padre de familia que impide que el estudiante asuma su responsabilidad, que justifica su pereza y desidia, que lo consiente mas allá de los límites, que lo sobreprotege y entorpece su proceso formativo. La interacción del docente y el padre de familia asemeja mas una lucha de poder que una comunión en beneficio de los jóvenes.
Reconocer en el maestro a un aliado y no a un enemigo es el principio del cambio, consolidar un pacto de no agresión que tenga como fin que la juventud rebelde y desorientada, canalice su energía en la consolidación de un nuevo México.
Llegar al fin del ciclo escolar y ver las calificaciones debe ser el inicio de un proceso de reflexión por parte de los actores del proceso, del estudiante, del maestro y del padre de familia, para que cada quien asuma su parte de responsabilidad, sus aciertos e identifique las áreas de oportunidad y efectúe los cambios necesarios para mejorar. Que la experiencia sea detonante de la mejora educativa no en el carácter punitivo que siempre damos a los números en una boleta de calificaciones, sino en el aspecto formativo donde, con el análisis adecuado, nos dará las pautas para la mejora que estamos necesitando.
Nuestros niños, niñas y jóvenes no merecen ser etiquetados con números, tampoco necesitan nuestra conmiseración, necesitan la libertad de tomar decisiones informadas y vivir la experiencia de asumir la consecuencia de sus actos. Resultará un futuro prometedor.
«La fuerza de la juventud en este movimiento es una señal de esperanza.»
Gandhi
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