No importa que robe, pero que salpique
La corrupción ha sido el cáncer que ha minado poco a poco el espíritu de solidaridad que caracterizó por largo tiempo al pueblo mexicano.
Año tras año, sexenio tras sexenio, los gobernantes en turno, afirmaron con una convicción digna de credibilidad, que combatiría la corrupción y sin embargo, año tras año, sexenio tras sexenio, fueron saliendo a la luz, monumentales actos de corrupción que contradecían sus afirmaciones.
Frente a cada acto de corrupción, la sociedad esperaba, como es natural, la aplicación de la ley, el castigo respectivo para los infractores, sin embargo, la fragilidad de las leyes, su uso torcido o simplemente el desdén y/o complicidad de las autoridades fueron consolidando un estado de impunidad ante la ausencia de castigos para los delincuentes.
La impunidad, fue generando la idea de que robar, engañar, defraudar o desfalcar eran actos equivalentes a una simple travesura. La corrupción, bajo esta perspectiva, fue invadiendo cada uno de los sectores de la nación y poco a poco, naturalizó la condición al grado de considerarla como un medio viable de progreso.
Es increíble cómo, a partir de la aparición del PNR, partido que después mudaría al PRI, fueron consolidando la corrupción.
Cientos de casos de monumentales desfalcos, de parte de funcionarios de diferentes niveles de gobierno, pueden citarse como muestra de lo que aquí se señala. La corrupción, fue erigida a lo largo de ochenta años como el modus vivendi por excelencia de la clase política, que con cada acto de latrocinio fue conformando la cleptocracia.
Durante años, ser elegido como funcionario público era equivalente a sacarse la lotería porque invariablemente, con sus honrosas excepciones, los elegidos llegaron a amasar fortunas increíbles, al amparo de sus puestos.
Hoy día, el latrocinio, permea todas las esferas de la sociedad. Son tan pocos los actos de honestidad que cuando eventualmente se llega a dar uno, los medios y las personas en general lo destacan como un hecho insólito y digno de ser imitado.
Lo anteriormente expuesto, fue hecho a fin de tratar de comprender la postura de una parte de la sociedad ante la serie de acciones tomadas por parte del presente gobierno federal, para combatir el enorme robo a la nación.
Desde hace tres sexenios, los gobiernos en turno, han venido documentando el robo de hidrocarburos en los ductos y en las mismas refinerías.
La sustracción de miles de litros de gasolina y diésel ha beneficiado ilegalmente los bolsillos de algunos funcionarios y de gente ajena a la empresa, en perjuicio de la nación. No obstante que los datos daban cuenta de los millonarios hurtos, los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto, cuya obligación es la de salvaguardar los intereses del país, optaron por archivar los datos y permitir negligentemente el crecimiento exponencial del robo.
Las cosas seguirían su curso, de no haber llegado Obrador a la presidencia. A los pocos días de la toma de su toma de posesión, decide atender el asunto y de manera imprevista, ordena cerrar los ductos y tomar por parte del ejército, el control de las refinerías.
Cómo era de suponerse, el cierre de los ductos, impidió el suministro de los energéticos, originando el desabasto en las terminales y por añadidura en las gasolineras de las ciudades donde prevalecía el robo de combustibles.
Con el desabasto, se generaron grandes filas de automovilistas y con ello las molestias previsibles.
Las molestias, sin embargo, no generaron un rechazo generalizado a las medidas tomadas.
A manera de reivindicación, la sociedad reaccionó favorablemente a dichas acciones. Diversas encuestadoras dieron cuenta del apoyo a las acciones del gobierno a fin de abatir el huachicoleo.
No obstante, el apoyo mayoritario, ha habido un sector de la población que no sólo reprueba las medidas tomadas, sino que insta al gobierno a reabrir los ductos, porque según su consideración, es preferible sufrir el robo de combustibles a padecer la incomodidad que ha representado el conseguir la gasolina que requiere para llevar a cabo sus actividades cotidianas.
Sin ánimo de descalificar a ese sector que justifica el latrocinio, veo con tristeza que su postura se ajusta de manera perfecta al título que encabeza la nota: no importa que roben …pero que salpiquen.