Francisco Tomas Gonzalez

La toma del poder mediante la palabra.

Por Francisco Tomas Gonzalez Cabañas

“El lenguaje devino medio de comunicación, al igual que el automóvil sirve sólo al transporte y, sino, no es nada. El lenguaje es instrumento de transmisión de opiniones apenas consideradas y ni siquiera creídas de los días que se alternan y de su cotidianeidad. El lenguaje nada más tiene de la esencia de la palabra, hasta perdió pronto la inesencia. Y tampoco la recuperará a través de un cuidado del lenguaje. Pues también así, y por entero, definitivamente, su origen de la palabra ha sido sepultado. La palabra es claro del ser. Todos los rebuscamientos de los escritores y escribas son sólo últimos descaminamientos de un ciego accionar” (“La historia del Ser. Heidegger, M. Editorial El hilo de Ariadna, Parágrafo 144. Buenos Aires. 2013).
Sí bien no iremos por la senda heideggeriana de atacar el olvido del ser, al menos pretenderemos recordar que el concepto neural del poder, como expresión principal y última de la política, se constituye en el lenguaje, en el logos, en la palabra, y que sí bien, tomarlo, asirlo, cabalgarlo, es decididamente imposible, el llegar hacia el poder, mediante la palabra, tanto como definición y también como método, es algo que se ha realizado muy poco y en esta peculiaridad es donde nos detendremos.
Esta es la senda que nos interesa, para indagarla, cuestionarla, evidenciarla, y en caso de que corresponda, invitar a que sea transitada, una y otra vez, por los que persiguen poder, por los que persiguen, en definitiva por los que son en cuanto seres de poder, o seres en cuanto tal.
«Jesús de Nazaret, al ser interrogado por el gobernador Romano, admitió ser un rey, mas agregó: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad». Pilato preguntó entonces: «¿Qué es la verdad?» Es evidente que el incrédulo ro- mano no esperaba respuesta al interrogante: el justo, de todos modos, tampoco la dio. Lo fundamental de su misión como rey mesiánico no era dar testimonio de la verdad. Jesús había nacido para dar testimonio de la Justicia, de esa Justicia que deseaba se realizara en el reino de Dios. Y por esa Justicia fue muerto en la cruz» (“¿Qué es la justicia?. Kelsen, H). El supuesto diálogo, entre Poncio Pilato y Jesús de Nazaret, le sirve a Kelsen, para graficar que el hijo de Dios, por más que hubiera de responder que estaba allí para dar testimonio de la verdad, y al ser inquirido, específicamente acerca de que es la verdad, no hubo de responder nada, exige de tal manera al hecho citado que, finaliza la referencia, preguntándose, algo que considera aún más importante qué la verdad, ni más ni menos ¿ Qué es la justicia?.
Sus referencias conceptuales se plasman renglón seguido, cuando menciona a Platón y a Kant, forzando textualmente al primero, párrafos después, estableciendo que su teoría de las ideas, era en verdad una búsqueda para responder de qué se trataba la justicia (a diferencia de la mayoría de las consideraciones del pensamiento platónico que lo ubican como un predecesor de la metafísica o de la filosofía política). De hecho, considera, en lo que podría ser una obsesión teórica, lo primordial en el ser humano, en una conversión entre semántica y conceptual, acerca de la búsqueda de la justicia, cómo en verdad o en profundidad la búsqueda de la felicidad.
La justicia es palmariamente la verdad concisa y efectiva en un cuerpo social. El poder judicial, por tanto, en vez de estar conformado (única o prioritariamente por abogados o matriculados en derecho) debiera estar nutrido por filósofos, sean estos pertenecientes al mundo académico o no, pero buscadores de la verdad al final. No cómo aspecto excluyente pero sí como condición necesaria, todos los que conformen o continúen dentro de un poder judicial en sus pináculos, deben continuar o empezar una búsqueda de la verdad en cuanto tal, sea mediante el rigor académico o por intermedio de las farragosas lecturas de autores que hablan de la filosofía en su sentido lato.
Todos y cada uno de los reductos en donde la filosofía sea enseñada o propalada, debe tener como objetivo este principio consustanciado con su ejercitación de la que los propios integrantes de las unidades filosóficas, han olvidado. Los filósofos o pretendientes a serlo, tienen como tarea deontológica en sus respectivas comunidades, la conformación del poder judicial. De la manera en que los abogados, le han usurpado a la filosofía, la integración que disrumpe el principio de igualdad (alguien que pretende ser juez, debe saber derecho, más no así alguien que pretenda ser ministro de salud, está obligado normativamente a ser médico, o quién pretenda gobernar matriculado en ciencias políticas) nadie, ni los filósofos, se han preguntado, sí acaso, ¿antes que conocer de derecho, quién juzga no debe tener principales conocimientos o experiencia en la búsqueda por conocer la verdad en cuanto tal?
Antes que las discusiones como las posiciones bizantinas a las que se someten a los estudiantes e interesados en la filosofía y que estos se dejan someter, olvidándose de su ulterioridad como buscadores de la verdad, este método de ir por la integración de un poder no tiene por objeto un interés corporativo o laboral.
Qué los filósofos, se hagan de sí, de un espacio que en la comunidad, les corresponde, les ha sido birlado (los abogados podrán integrarlo en cuanto a que busquen la verdad, en caso de que sigan siendo abogados, es decir que procuren resolver instancias secundarias que ellos mismos, crean y recrean, que lo sigan haciendo sin la concupiscencia del estado) generará, como si fuese poco, que la política se redefina, precisamente como la autenticación del ser que busca su verdad o que impere una justicia en la sociedad en su aquí y ahora.
Cuando Platón señaló el estado gobernado por la figura del rey filósofo, habló de un ideal pero no en los términos que podemos pensarlo hoy (gobierno, administración, gobernanza, decisiones acerca de sí el ciudadano debe plantar soja o trigo por citar un ejemplo) sino de la consecución de un gobernante que acompañe a sus gobernados a la procura del bien como posesión, o traducción de la justicia o la verdad.
A este olvido, de la filosofía, que gobernar es ir por el bien, la justicia y la verdad, se le agrego en nuestro occidente secular la conformación del poder instituido, mediante una instrumentación, que devino en tríada por el valor simbólico del tres y que determino, casi sin querer, una especie de lógica de contrapesos, en donde los poderes judiciales, legislativos y ejecutivos serían la interactuación de nuestras institucionalidades.
Al pueblo se le brindó la posibilidad supuesta de que eligiera, en dos de esos poderes, haciéndose oculto, el poder en teoría menos poderoso, pero en su traducción, el de mayor poder, es decir al que la ciudadanía no elige en forma directa, el judicial.
Verdad y método. ¿Cómo funcionaría o funciona lo expresado en términos concretos y específicos?.
Sí mediante el logos, normativizado o colegido, por derecho internacional u organismos que agrupan a la mayoría de las naciones, establecemos no sólo principios que determinan por ejemplo los derechos elementales del hombre, sino índices e informes que nos permiten saber en qué países, por ejemplo estos se incumplen flagrantemente, entonces se debe aplicar, sin temor a caer en injerencismos o tutelamientos que no correspondan, esta fuerza, este poder, esta verdad, para que en tales lugares los gobiernos dejen de ser tales, suprimidores y mediante una intervención de un comité de notables, al cabo de cien días establecer una demarquía en dicho lugar para que la búsqueda de la verdad social o colectiva, al menos lo determine la suerte.
De acuerdo a tales parámetros, Eritrea sería un país en donde las calamidades que no aceptamos desde lo teórico y consensual o normativamente establecido, se llevan a cabo, infligiendo no sólo sufrimiento cotidiano en tal lugar, sino nuestra complicidad pasiva y oprobiosa que derriba la utilidad tanto del derecho, su aplicación como del concepto de la solidaridad humana.
Una comisión de voluntarios, en nombre de todos los que decimos creer en estos valores de occidente (es decir en el valor del logos o de la palabra) una vez llegados hasta allí (el aporte para el traslado y demás lo pueden hacer de sobra, la cantidad de organizaciones y fundaciones en el mundo que con fines sociales, políticos o benéficos trafican sus manejos financieros en sendos paraísos fiscales) a los oprobiosos gobernantes, que están al mando de las calamidades a las que hacen padecer al pueblo, se les da unas horas para que se retiren amistosamente, caso contrario la intervención podría ser más contundente y palmaria (en Occidente la última ratio es la violencia) y al término de cien días, la comisión al mando, establece una demarquía (un gobierno que elige a sus integrantes por sorteo) para que al menos sea la suerte (nada más democrático que el azar) quién fije las pautas de tal lugar en el mundo, que de ser el de mayor índice de calamidades pasaría a ser el que busque la verdad, por intermedio de la suerte que le depare quién resulte ser elegido como gobernante.
Por supuesto que lo más probable (en verdad no podemos determinar el grado de probabilidad sólo lo expresamos en términos literarios) es que la comisión no sea tenida en cuenta o corra riesgo de ser exterminada, al plantear, mediante la palabra, la consecución del poder, o enseñar para que necesitamos del mismo.
Bien valdría la demostración. No sólo que el poder, fácilmente se puede tomar mediante la palabra, sino que la reacción, al ser tan contundente como violenta, estaría ratificando que el poder político, sólo tiene como razón de ser una verdad supuesta que no es tal, ni mucho menos pretende a través de la misma el bien o la justicia, dado que la condición de la verdad es su perspectiva dinámica, cuestionable, nunca aprehensible ni mucho menos absoluta. La verdad o su búsqueda, se construye cotidianamente en los recovecos del transitar humano que tiene un logos que se siente en el pensar para ser socializado en su devenir político, como regla, como punto de partida o de llegada. El buscador de verdades es en definitiva quién gobierna mucho más allá del mando, sea este real, simbólico o imaginario.

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