La «Cultura del Dopaje», apresada en su propia telaraña

La Habana (PL).- Como un pájaro del mal, el dopaje vuela sobre el deporte contemporáneo; deja caer sus excrecencias para alimentar a tramposos sin escrúpulos con sueños de grandeza y de enriquecimiento ilícito.
El intento por mejorar el rendimiento deportivo a través del uso de sustancias farmacológicas y la utilización de diversos métodos, enmascarados o no, integran en la actualidad lo que algunos autores llaman la «cultura del dopaje».
Criterios como «crear espectáculo a precio de todo»; «las competiciones deportivos son sobrehumanas», «soy dueño de mi cuerpo y puedo hacer con él lo que mejor me plazca», entre otros, intentan buscarle una razón a ese sistema en detrimento de los valores que el deporte limpio debe promover.
El doping es ante todo una punta de lanza que atenta contra el carácter humanista del deporte, una actividad plena del hombre enraizada en los conceptos más amplios de libertad, calidad de vida, formación del carácter y de gozo familiar.
En la actualidad ningún deporte de los llamados de alto rendimiento escapa a ese flagelo y pese a la fuerte campaña internacional llevada a cabo por gobiernos, instituciones y personalidades, aún queda mucha tela por donde cortar.
Enriquecido por métodos de enmascaramientos contemporáneos, el dopaje exhibe una envidiable salud y el mundo de los tramposos cada día empaña con notas discordantes el bello espectáculo de la mente y el músculo.
Formar en los deportistas una actitud humanista contraria a esa perversidad moral es un deber de primer nivel que tiene consecuencias éticas sociales y económicas. UNA MIRADA A LA HISTORIA
Aunque algunos autores refieren que en un principio solo se dopaba a los animales con fines investigativos, la inmensa mayoría de los ejemplos y situaciones se refieren a las carreras de caballos y perros.
Sin embargo, las pocas pesquisas realizadas por falta de documentación sobre el tema, dejan al descubierto evidencias que prueban en diferentes períodos de la historia el uso de ciertas sustancias para aumentar la velocidad y la fuerza de las personas al realizar actividades físicas.
Uno de esos antecedentes históricos podría ubicarse en la antigua China, donde se masticaba una pequeña rama del árbol Ma-Huang, planta que tiene como uno de sus componentes la efedrina, que provoca distintos efectos en el organismo humano: el aumento del estado de alerta y el rendimiento, la reducción de la sensación de fatiga y la disminución del peso corporal.
En la Grecia Antigua era común el empleo de estimulantes entre los corredores de fondo, saltadores y luchadores que participaban en los Antiguos Juegos Olímpicos.
Los atletas no solo comían carnes y testículos de animales antes de las competencias con el fin de aumentar sus capacidades, sino también pan con fines analgésicos y bebidas herbarias para incrementar su fuerza y resistencia.
Durante el imperio romano se registra el empleo de sustancias estimulantes por los corredores de cuadrigas, que las suministraban a sus caballos para aumentar la velocidad en las carreras. También en este período los gladiadores utilizaban sustancias para aumentar su masa muscular y la resistencia en el combate.
En la América precolombina se utilizaba la hoja de coca para retardar el cansancio, la apetencia y la sed, usualmente en largas caminatas, combates entre tribus y festividades mítico-religiosas.
Conocedores del tema coinciden en destacar que la poca literatura existente de ese período histórico hace difícil la búsqueda de documentos con datos referentes al dopaje y aseguran que los conocimientos se mantenían en secreto por atletas, entrenadores y otras personas implicadas en estos hechos.
UN COMBATE CUEPO A CUERPO
Aun pesa en la conciencia de deporte mundial el escándalo protagonizado por el velocista canadiense Ben Johnson durante los Juegos Olímpicos de Seúl-1988.
Johnson ganó la medalla de oro en los 100 metros planos con tiempo de 10 segundos pero su marca fue eliminada y su presea retirada tras practicarle una prueba de orina en la que se descubrieron restos de estanozol.
El hecho conmovió al planeta y fue una de las víctimas más encumbradas del deporte contemporáneo que aún no encuentra una luz en la noche oscura del dopaje.
Sin embargo, el caso del ciclista estadounidense Lance Amstrong, descubrió todo un sistema de utilización de sustancias prohibidas en el que el uso de influencias, expectativas monetarias, fama y el insuficiente control de las autoridades del ciclismo contribuyeron a su desarrollo.
Se asegura que ese método, emanado desde hace ya algunos años sufrió muchas modificaciones para mantenerse vigente y aun vive dentro del «pelotón» de ciclistas.
Un informe de la Comisión Independiente para la Reforma del Ciclismo (CIRC), indica que muchos aspectos de la lucha contra el doping mejoraron, pero todavía extiende sus garras entre los ciclistas de forma menos endémica que en el pasado.
Destaca la CIRC que aunque muchos individuos, equipos y personal técnico hacen lo posible para lograr un deporte sin dopaje, la «cultura del doping» continúa existiendo en el ciclismo, ahora mucho más enmascarada y con niveles de rendimiento inferiores a los años de Amstrong.
El uso de pequeñas dosis de productos prohibidos, la utilización de medicamentos para oxigenar los músculos, las terapias de ozono, o las combinaciones de tranquilizantes y antidepresivos, entre otros, enriquecen el arsenal de los tramposos y dificultan su descubrimiento.
El deporte es mucho más que un concepto, es ganar honestamente y la cooperación y el valor son esenciales para que sobreviva como una actividad positiva del alma y el es

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