Estado Islámico: El terror como arma

Damasco (PL) Sinónimo de terror, el Estado Islámico (EI) ahora es el nuevo enemigo público número uno de Washington, creador de esa organización y durante años uno de sus principales patrocinadores como parte de su geopolítica en el Oriente Medio.
Con decenas de miles de hombres, armamento sofisticado y abundante financiamiento, el Daesh (las iniciales del grupo en árabe) pasó de una minúscula formación a representar una verdadera amenaza para Iraq y Siria.
Al respaldar y armar a los opositores en Siria, hemos creado un refugio seguro para los yihadistas, denunció recientemente el senador norteamericano Rand Paul.
El Estado Islámico y su antiguo aliado el Frente al Nusra, brazo de Al Qaeda en Siria, fueron capaces de crecer gracias a las donaciones de los aliados de la Casa Blanca en el Golfo Pérsico, estimó Andrew Tabler, experto del Instituto Washington para la Política de Oriente Medio.
También el ex primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, denunció durante años la implicación de Arabia Saudita y Qatar en la financiamiento al terrorismo en su país.
Aunque sus orígenes no están del todo claros, se considera que el germen fue el grupo creado en 2002 por el jordano Abu Musab al Zarqawi, conocido como la Yamaat al Tawhid wal Jihad (Comunidad del Monoteísmo y la Guerra Santa).
Un año después de la invasión estadounidense a Iraq, en el 2003, juró lealtad a Al Qaeda y pasó a llamarse Organización de la Base de la Guerra Santa en el País de los Dos Ríos (en referencia a los ríos Éufrates y Tigris) y luego Estado Islámico de Iraq.
Con la muerte de al Zarqawi, en el 2006, el mando pasó a Abu Omar al Baghdadi y a este le sucedió en abril del 2010 Abu Bakr al Baghdadi, quien al involucrarse en la guerra siria cambió su nombre en el 2013 a Estado Islámico de Iraq y los Países del Sham (ISIS, por sus siglas en inglés).
Algunas versiones indican que los gérmenes de la actual estructura del Estado Islámico (último de la larga lista de nombres) se incubaron en la cárcel estadounidense en Camp Bucca, en Iraq, donde estuvo retenido al Baghdadi hace una década.
Los partidarios de esa tesis afirman que la estancia de cuatro años tras las rejas ayudó a la radicalización del ahora autoproclamado Califa y le permitió conocer a varios reclusos que en la actualidad son sus principales lugartenientes.
El EI pronto se ganó una tenebrosa fama por sus masacres contra las minorías y su visión más ortodoxa y radical del Islam entre los propios fundamentalistas.
Los linchamientos, decapitaciones, crucifixiones, fusilamientos y lapidaciones en las zonas bajo su control se convirtieron en hechos cotidianos y en un espectáculo para ganar adeptos y a la vez atemorizar a sus detractores.
Raqqa, cabecera de la provincia oriental siria de igual nombre, es una ciudad que retrocedió en el tiempo tras su ocupación total por el Daesh a principios de año.
Allí se práctica de manera severa la Sharía (ley islámica) y está prohibido fumar, el consumo de bebidas alcohólica, escuchar música o cualquier diversión, que no sean las ejecuciones de «apostatas» o «criminales» en las plazas públicas.
En Raqqa los extremistas controlan todos los aspectos de la vida cotidiana, desde la ropa que usan sus habitantes hasta los alimentos que consumen.
En esa urbe es obligatorio para las mujeres usar el nikab (velo negro que solo deja ver sus ojos) y hasta los afiches comerciales de marcas occidentales fueron arrancados.
Aunque los cafés y sitios similares fueron cerrados, los fundamentalistas los visitan con frecuencia como evidencian las fotos que publican en las redes sociales como Twitter y Facebook.
Fiel a su visión radical, el EI destruyó los templos de otras religiones o los transformó en mezquitas, como la Iglesia Armenia de la ciudad de Deir Ezzor, a unos 460 kilómetros al noroeste de Damasco.
Como parte del nuevo sistema educativo ultraconservador fueron prohibidos diversos programas de enseñanza: historia, deporte, filosofía y psicología, entre otros, mientras se abrieron escuelas y campamentos que sirven para fanatizar a los jóvenes.
Por sus calles actúan dos brigadas armadas, cada una integrada por un sexo (Al Jansaa, de mujeres; y la Hesbeh, de hombres), que se encargan de impartir su particular visión de la justicia a sus congéneres.
Aunque oficialmente son voluntarios, el salario promedio de sus milicianos de base, gran parte de ellos extranjeros, oscila entre los 300 y los 500 dólares mensuales, una cifra muy superior a la que obtiene un trabajador sirio.
En un intento por legitimar sus acciones y extender su poder, el EI creó su propio gobierno con numerosos ministerios desde Educación y Agua hasta Defensa y Temas Religiosos.
Con unos 30 mil combatientes, se calcula que esa organización, calificada de terrorista por la comunidad internacional, controla unos 50 mil kilómetros cuadrados a ambos lados de la frontera entre Siria e Iraq, donde viven unos seis millones de personas.

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