Es tiempo del “voto compensatorio” para que no muera la democracia
Por Francisco Tomás González Cabañas
Estimamos que en nuestros tiempos modernos, en relación a la política, o lo político, el ciudadano percibe que para ser atendido, contemplado, amparado, escuchado, contenido, devuelto en esa cesión de derechos que ha hecho, para que hayan edificado esas letras muertas que dan en llamar leyes, normativas y que supuestamente conformarían o conforman la base de un estado de derecho y de una comunidad democrática, tiene enfrente, y no como aliados, como servidores, a la clase política, presta a mutilar las expectativas y las posibilidades del hombre común, por la lógica de que el estado omnipresente para pocos es la contracara obligada del estado ausente para muchos. De aquí es la necesidad de una compensación, o del surgimiento, desde esa opción del que no tiene, del que no es contemplado que hago uso de un voto (el momento electoral como eje simbólico de lo democrático) compensatorio.
Desde hace décadas que tanto la ciencia política, como el enfoque de lo político desde lo filosófico, se debe o debe, resignificar el contrato social, redefinir el principio de igualdad, y acotar el significante extenso y polisémico de lo de democrático, para consignarle un valor diferente, sobre todo para aquellos que el estado los tiene para la obligación sin velar por sus derechos, para que en la jornada electoral, a estos invisibilizados se los empodere con el valor de cinco (5) a cada uno de sus votos, dignificándolos para sacarlos del estado de víctimas que impone el prebendedarismo, la compra de votos o los bolsones de mercadería (una práctica muy extendida en Latinoamérica) que en definitiva carcome y deslegitima la democracia actual que se pretende, como finalidad restaurar el contrato social y reconstruir el principio de igualdad de acuerdo a categorías aún no transitadas.
Podríamos realizar una arqueología del concepto democracia, en definitiva algo en lo que ocupan tiempo y hojas, destacados autores de todo el campo de humanidades, sin embargo, a los efectos de no generar un texto árido y estrictamente académico, cumpliendo con nuestra metodología de transitar de lo universal a lo particular, destacaremos el término de lo democrático, de acuerdo a como lo conciben los autores contemporáneos y más destacados por el sistema editorial y mediático especializado que los sitúa como actuales luminarias del pensar.
Nos encontramos con Tzvetan Todorov en su libro “Los enemigos íntimos de la democracia” en donde desde el título mismo escogido ya nos plantea, la situación problemática o amenazante en la que se encuentra nuestro sistema de democrático, aspectos que irá detallando y pormenorizando capítulo a capítulo en su obra, que por las razones expuestas, no la trabajamos como cita textual (nos interesa el referenciar la integralidad del texto, el pensamiento vivo y sintetizado como expresión) sin embargo y como elemento a distinguir, el pensador búlgaro, partiendo de Malthus, también hace referencia a la necesidad de resituar o resignificar el principio de igualdad, señalando que es de imposible cumplimiento, dado que no alcanzarían los recursos del mundo para que todos comiéramos como debemos comer, por tanto lo democrático se sostiene en la expectativa, de que esto mismo ocurra alguna vez, y esta concepción, lo hubo de expresar, sobre todo en diferentes entrevistas periodísticas, Jacques Derrida, definiendo lo democrático como aquello que siempre está por cumplirse pero que no sucede nunca, y esa expectativa, es la que debemos revitalizar, empoderando a quiénes tienen por generaciones el estado ausente, en sus casas, en sus trabajos, en lo cotidiano de sus vidas y que perversamente se les dice que valen igual que cualquier otro, y en tiempos de elección se le pone un precio, mediante dinero o mercadería, para torcerles la voluntad.
Si bien no es su especialidad en el campo de las humanidades, otro de los pensadores más destacados por el sistema intelectual, Slavoj Zizek, en sus artículos diseminados ante situaciones políticas complejas, desparrama su interpretación de lo moderno, considerando necesaria la “extensión” de lo democrático (también como Todorov, desde el título de sus textos plantea como concibe y en qué situación concibe la cuestión política, por ejemplo “La democracia es el enemigo”) claro que las concepciones neomarxistas, comienzan a aparecer, y de allí como para no caer en tópicos densamente trillados, pues necesariamente deberíamos recaer en Marx, es que dimensionamos lo democrático, como aquello que trasunta o que arropa, que contempla, develándolo, o sosteniéndolo, al poder, como término, como palabra, como totalidad. De esta manera también lo contempla, la llamada “Escuela Italiana” con exponentes de la talla, de Marramao, Espósito o Agamben, que independientemente de sus respectivas líneas filosóficas de las que parten, no dejan de iniciar el camino de sus consideraciones desde la necesidad de reconstrucción, o desandamiento de lo democrático, del tránsito hacia otras aguas del mismo. Hablamos en el inicio de no hacer una arqueología de lo terminológico, y sí alguien lo hizo fue Michel Foucault, que determina que el poder sigue estando o anidando en aquella representación por la galería, que requiere el formalismo de un contrato social pero que no puede ser redefinido, pues no determina lo que es necesariamente democrático hoy. Es decir, el poder está y no está en la democracia, ni siquiera por un fallo de esta como sistema, sino por definición lógica de lo que es el poder, sin embargo en este juego, quién cree detentar ese manejo del poder, la clase política, aun sabiendo que por más que tenga las validaciones legítimas de lo democrático, debe seguir haciéndole creer a las masas que representa, que tiene ese poder, que detrás de la democracia, está el poder, por más que sepa que no es así. En este punto, debemos cuidarnos, nuevamente de no continuar la ramificación que el tema nos propone en sí mismo, tan solo haremos una mención genérica, pues consideramos importante al menos el subrayado. Nos encontramos ante “la mentira” en la política, lo no cierto o no válido, que se plantea, necesariamente como lo opuesto y que sí no es bien manejado, termina percudiendo el sistema de lo democrático. Es decir sí la mentira, o la situación de no verdad, se descubre, por la masa ante el manejo de su dirigencia, la que padece en términos generales es la democracia (las grandes revueltas o protestas modernas, se generan a partir de este incordio, cuando se descubre, devela, de aquí la importancia de lo mediático, de lo mentiroso, corrupto de los políticos y la política) pero apartándonos de esto, avanzaremos acerca de esta situación de naturalidad que le consignamos a esa mentira o no verdad como condición necesaria y suficiente para la existencia de lo democrático.
La legitimidad, surge como producto, como resultante, entre el juego, perversamente natural del encantamiento (concepto tomado de la catedrática de la Sorbona Florencia Di Rocco en su texto académico «Las manzanas doradas del jardín de las Hespérides», en donde se deduce esta necesidad consustancial de encantar, seducir, convencer, de la que necesariamente parten algunos políticos o la política, independientemente que luego esto se reconvierta o se transforme en otra cosa) con la incertidumbre (la razón o principio del mal, como revisión significativa de la ausencia del bien o lo contrario de lo bueno) de tal coerción, la legitimidad se nutre, es hija de la necesidad de que todo un pueblo crea lo imposible de que un gobernante le pueda dar la tranquilidad de que habite una comunidad en donde todos los problemas estén resueltos o ni siquiera se presenten.
Finalmente, la representatividad que genera lo democrático o lo subyacente de esto mismo, en donde no reside, necesariamente o sempiternamente el poder, para validarse, para legitimarse, disputa el juego entre encantamiento e incertidumbre y de allí es que obtenemos, ya como miembros de una comunidad, procesos democráticos más válidos, más aceptados que otros que incluso fenecen en estas mismas crisis, a las que arriban por no resolver acertada o atinadamente lo arriba mencionado. Aquí es donde consideramos que nuestras democracias modernas, necesitan lo que planteamos, a los efectos de que se relegitimen y sigan siendo válidas para las mayorías, independientemente de los conflictos que necesariamente deban atravesar.
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