El Sendero de los Iluminados: Libres en Plenitud
Por Alan Prado
A lo largo de los siglos, la sociedad se ha ido desmoronando poco a poco, como un antiguo castillo que pierde sus piedras con el tiempo.
A pesar de los impresionantes avances de la tecnología, los hilos de la manipulación, el yugo del control y las sombras de la corrupción siguen tejiendo su densosa red en el entramado de nuestra sociedad.
Es hora de transformarse y este es el instante perfecto, pues la sociedad ha despertado con una claridad renovada.
Esta transformación engloba no solo la esfera social, sino que se extiende a lo cultural, económico e incluso a lo político. La clave radica en infundir a nuestra comunidad principios éticos y morales, así como virtudes fundamentales.
A medida que estos valores se transmitan gradualmente a la población, podremos generar un cambio profundo mediante la educación y el despertar espiritual.
A lo largo de la historia, ha sido la fuerza de la voluntad la que ha impulsado estas exigencias de cambio. La fragilidad nunca obtuvo del mundo el privilegio de prevalecer. Por ello, hemos tomado la firme decisión de convertir a nuestra organización en un modelo viviente, capaz de llevar a cabo lo que proclamamos.
Muchos de nuestros políticos plebeyos suelen ver al Estado y sus instituciones como meros instrumentos al servicio de sus intereses. Sin embargo, nosotros hemos dado un paso al lado de esa mentalidad; en lugar de limitarnos a observar, hemos decidido analizar la sociedad desde la perspectiva del Estado.
De este modo, entendemos que es en el seno de la propia sociedad donde debemos forjar las herramientas y las defensas necesarias para alcanzar nuestras metas. El derecho no es algo externo que buscamos afuera, sino que reside en nuestro interior; solo a través de nuestra propia fortaleza podremos descubrirlo. Así es como hemos comenzado a formar en esta organización a aquellos que serán la esencia del Estado futuro: hombres que se liberen de su entorno y dejen atrás las trivialidades de una existencia que parecen significativas pero que no lo son. Hombres que se reencuentren con sí mismos para abrazar una nueva misión.
Un mar de ciudadanos, provenientes de todos los rincones y estratos de la sociedad, observa con un dolor profundo cómo los lazos que unen a nuestra nación se deshilachan en medio del estruendo de ambiciones políticas mezquinas, intereses económicos desmedidos y conflictos ideológicos.
Al igual que en muchas ocasiones a lo largo de nuestra historia, el horizonte se presenta cargado de discordia y desolación. Nuestro país se encuentra atrapado en una miseria humana espantosa, que trasciende lo material y se manifiesta en el alma misma de su gente. Catalizados por un esfuerzo monumental de voluntad y una lucha intensa, enfrentamos las enormes falacias que han sido tejidas a lo largo de la historia.
Estas mentiras han utilizado métodos insidiosos para envenenar y desmantelar el alma humana, comenzando por la familia y erosionando los cimientos de nuestra moralidad, mientras ocultan la auténtica sabiduría.
Es curioso observar cómo a las personas les fascina discutir la moral. Sin duda, la moralidad no es más que un juego de auto-sugestión. Lo que se requiere es una profunda reflexión interior. No se debe impartir lecciones de moral, se debe mostrar cómo descubrir tu voz interior. Esto genera un sentimiento de repulsión en las personas, aseguran que en nosotros no reside el amor.
En esencia, nuestra postura se debe basar en rechazar tanto la hipocresía como la debilidad. En lugar de ocultarnos tras velos, nosotros despojamos todas las máscaras.
Las religiones, que deberían haberse erigido como puentes de unión, se transformaron en barreras que nos separan. En vez de cultivar el entendimiento y restaurar la paz a través del reconocimiento de la interconexión esencial que une a todos los seres, sembraron aún más violencia y odio, profundizando las divisiones entre las personas, las distintas religiones e incluso entre los propios fieles de una misma fe. Se transformaron en auténticas corrientes de pensamiento, estructuras de creencias que permitían a las personas encontrar su reflejo y, así, elevar una ilusión de identidad propia. A través de tales argumentos, podían probar que ellos eran los que «tenían la verdad», mientras que los otros estaban «errados».
De esta manera, definían su identidad en contraste con sus adversarios: los «diferentes», los «incrédulos» o los «creyentes imperfectos».
Con frecuencia, se sentían autorizados a eliminarlos, convencidos de que su causa lo justificaba.
El ser humano moldeó a «Dios» según el reflejo de su propia esencia. Lo que debería ser eterno, infinito e incognoscible se convirtió en un ídolo mental, un objeto de fe al que debíamos rendir culto, ya sea como «mi dios» o «nuestro dios».
En esencia, el deseo más profundo de la persona común se resume en una sola búsqueda: la felicidad. En esta travesía que avanza día tras día, lleva consigo la convicción de que, de algún modo y en algún momento, hallará la anhelada satisfacción en los detalles y momentos que componen su realidad.
Sin embargo, hay un instante en el que el ser humano se siente completamente agotado, tanto en cuerpo como en mente, de esta interminable búsqueda, solo para darse cuenta de que el final nunca llega.
Descubre, asombrado, que en las profundidades de cada placer se esconden las semillas del sufrimiento y la angustia. En esta fase, su búsqueda se transforma en un viaje al interior, una exploración de esa felicidad que no depende de lo material.
Aquellos que habitan cómodamente en la ilusión no toleran la verdad y la claridad; estas les resultan violentas y les provocan furia, desbordándolos de ira.
Carecen de la sinceridad necesaria para reconocer que están atrapados en el error; su ignorancia los ha dejado aturdidos.
La frustración de no poder someter a otros saca a relucir la maldad en quienes son adictos al poder.
Las ofensas de las sombras se convierten en un distintivo de honor para los hijos de la Luz.
Es la alerta que nos indica que avanzamos por el rumbo adecuado.
El cristianismo, con su maestría en ilusiones, junto a las fábulas que lo acompañan, encadena al hombre en un aire de cadenas ligeras.
En este estado, se siente vil cada vez que desea abrazar a su Bestia interna, encender los fuegos primordiales de la vida, o alzar la voz contra una multitud hipócrita que esconde su verdadero rostro, mientras de su interior brota la mezquindad y la cobardía.
El fuego inextinguible arde en cada uno de nosotros; es vital reconocer la oscuridad como un escudo que nos protege de una luz engañosa, de aquellos que solo pretenden desorientarnos para manipular nuestro destino.
Aquí y por la eternidad, es esencial levantarse por encima de aquellos que intentan dominarte o dirigir tus elecciones. Debemos sentir un profundo orgullo por ser parte de las feroces legiones revolucionarias que jamás se someterán ante nadie.
No somos simples ovejas, somos dragones que surcan el cielo de un mundo infinito.
Que las huestes rebeldes sean testigos del monumental instante de la gran transformación.
Abracemos la libertad en su máxima expresión, libres de todas las cadenas que nos restringen.
Soy el Soñador, el Legislador y el Maestro de mi propia esencia.
Cualquiera que intente desacreditar mis verdades irrefutables no tiene cabida en mi mundo y será apartado sin titubeos.
Las multitudes audaces y transformadoras atestiguen el gran momento.
¡Así se establece la ley!
Alan Prado (AMEP 11:11).
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