El prisionero con la voluntad de hierro
Pretoria (PL) En el invierno de 1964, Nelson Mandela llegó a la prisión de Robben Island donde pasó 18 de sus 27 años de encarcelamiento. La mayor parte del tiempo estuvo confinado en una pequeña celda, el piso era la cama y un cubo servía de retrete.
Podía escribir una carta cada seis meses, todos los días se vio obligado a realizar trabajos forzados en una cantera bajo el sol más candente y se le permitió recibir a un visitante durante 30 minutos una vez al año.
Fuera de la isla reclusorio, el pueblo sudafricano vivía en otro martirio. La legislación del apartheid, introducida por el conservador Partido Nacional en 1948, clasificaba a la población según el color de la piel y el nivel de rizado del cabello.
La política oficial de la época instauró documentos de identidad para cuatro grupos raciales: negro, blanco, coloreado e indio. Más tarde esta última etnia fue subdividida en varios acápites.
El régimen segregacionista abolió la representación política no blanca, los negros fueron privados de su ciudadanía, devinieron extranjeros en su propia tierra y fueron obligados a vivir encerrados en los llamados bantustanes.
Con el patrocinio del clérigo protestante Francois Malan y el primer ministro Hendrik Verwoerd, el apartheid se afianzó en la segunda mitad del siglo XX, y fueron segregadas también la educación, la atención médica y las playas, entre otros servicios públicos.
Si un ciudadano negro caía herido o enfermo en plena calle y pasaba una ambulancia para blancos, no lo recogía. El sudafricano negro tenía que aguardar a que acudiera una ambulancia para negros y entonces quizás podía llegar al hospital.
El Acta de Educación Bantú, de 1953, proporcionó a los negros instituciones de instrucción pública con una calidad 10 veces inferior a la de los blancos. A los niños no se les enseñó matemáticas porque -decía Verwoerd- «en la práctica de sus vidas jamás la van a usar».
«Nos enfrentábamos a un sistema oprobioso, seriamente levantado sobre espurias bases legales, por eso elegimos como líder a Nelson Mandela, el mejor hombre para manejar la situación y quien encajaba a la perfección para el liderazgo», dijo en una ocasión Walter Sisulu.
Durante casi tres décadas de injusta condena y a través de su inteligencia y carisma personal, Mandela emergió como el dirigente supremo que ganaría las grandes batallas políticas en pos de una nueva Sudáfrica.
Fallecido el 5 de diciembre de 2013, el arquitecto de la Nación del Arcoiris fue honrado por su pueblo durante dos semanas a la usanza tradicional nacional de cantos, danzas, y lágrimas para el héroe que sacrificó familia y amores por el ideal de un país multirracial.
El largo camino de luchas, tropiezos y victorias que recorrió Tata Madiba para llevar la libertad plena fue coronado además con una ovación unánime del planeta, que lo saludó como al mejor de los hijos de África.
«No juzguen a nadie por sus éxitos, sino por la cantidad de veces que cayó y volvió a levantarse. Muchas metas parecen imposibles hasta que se alcanzan», sentenció en uno de sus discursos Mandela, Premio Nobel de la Paz en 1993.
Más de 100 mil personas rindieron homenaje al primer presidente negro sudafricano durante los tres días que su cuerpo fue velado en la sede ejecutiva de Union Buildings, en Pretoria, donde fungió como Jefe de Estado entre 1994 y 1999.
El 10 de diciembre en Johannesburgo, el deceso de Madiba reunió a casi un centenar de dignatarios, ministros y otras personalidades internacionales en el Estadio FNB, que además acogió a 85 mil compatriotas suyos de las nueve provincias.
Estuvieron presentes tantos jefes de Estado, cancilleres y delegaciones extranjeras en Soccer City que un comentarista político apuntó que la Organización de Naciones Unidas pudo haber sesionado en Soweto.
El presidente cubano, Raúl Castro, destacó en aquel servicio memorial que Nelson Mandela fue un ejemplo de integridad y perseverancia en la lucha por reducir la pobreza en el mundo.
Raúl Castro fue uno de los principales oradores que participaron en el homenaje organizado por el gobierno y familiares del estadista en el sudoeste de Johannesburgo.
El mandatario cubano, quien fue ovacionado al entrar a la instalación deportiva, formuló una exhortación global a la concertación de esfuerzos entre todas las naciones, como el llamado que siempre Mandela preconizó, acentuó.
Ciudadanos comunes, transeúntes ocasionales, residentes de villas rurales, sudafricanos todos, coincidieron en elogiar el colosal legado político-social que dejó Nelson Mandela como herencia inconmensurable para su pueblo y el mundo.
Madiba es mi héroe supremo por muchas razones obvias, por ejemplo rescató a mi país y a mis compatriotas de la vergüenza internacional en que nos había sumido el régimen segregacionista, subrayó Beanca Newhoudt.
En diálogo con Prensa Latina, la joven rubia afrikaner de ojos verdes recordó que en tiempos del apartheid los sudafricanos blancos eran generalmente vistos, cuando viajaban a otras naciones, como los nuevos nazis de la posguerra.
¿Qué es eso de la separación poblacional por razas? Eso es injusto, absurdo y, sobre todo, estúpido. Menos mal que existió un Mandela, ahora mira a mi esposo aquí, él es un búlgaro de piel quemada, comentó Beanca.
Yo solo tengo 23 años, pero por las cosas que mi tío-abuelo me contó acerca de cómo era este país antes de 1990, propongo que Madiba sea glorificado por el Vaticano como un nuevo Santo. No sé que pensará el Santo Padre sobre eso, dijo la estudiante Hasina Sithole.
He venido aquí (a Union Buildings) desde muy lejos y bajo la lluvia porque creo que mi padre (Mandela) se lo merecía, el mío es un ínfimo sacrificio comparado con lo que él hizo por nosotros, los negros africanos», comentó el anciano Modimo Chauke.
En opinión de Njanji Hambekahle, la obra de Nelson Mandela es impresionante porque resalta incluso en una tierra que vio nacer a otros gigantes de la lucha contra el apartheid como Steve Biko, Oliver Tambo, o Sisulo.
Vine a participar en las ceremonias porque a través de mi mayor tributo a Mandela, también va mi recordación y agradecimiento a Tambo, Sisulo y a Biko, el primero que nos enseñó a pensar en la liberación, opinó Hambekahle.
Ante una pregunta de Prensa Latina, Sikhumbuzo Lumadi, vecino de Arcadia, en Pretoria, solamente proclamó: «ÂíMandela rebelde, Mandela luchador, Madiba por siempre. A los racistas que queden en el mundo les digo: lean y repasen bien este ejemplo de ser humano!», dijo.
Mandela fue un combatiente inquebrantable e incorruptible. En 1962, durante un viaje por Europa, pudo haberse quedado a vivir en Reino Unido, comenzar una nueva vida, tal vez trabajar como abogado, apuntó Poopedi Ncube.
«Sin embargo, Tata regresó a nuestro país, a luchar aquí por y junto a nosotros. Nuestro padre regresó a sabiendas que la policía racista lo iba a arrestar, e incluso podrían condenarlo a muerte», subrayó Ncube en un momento de fuerte e íntima emoción.
El presidente Jacob Zuma declaró 10 días de luto en diciembre por la muerte del icono antirracista sudafricano, cuyo deceso tuvo una impresionante repercusión internacional y cientos de miles de mensajes de condolencias fueron remitidos a sus familiares.
El Premio Nobel de la Paz Mandela fue investido en 1994 como el primer jefe de Estado negro en las primeras elecciones multirraciales de Sudáfrica, y fungió en Union Buildings hasta 1999, cuando entregó voluntariamente el ejecutivo a Thabo Mbeki.
Durante los largos años que cumplió prisión por enfrentar al régimen del apartheid, el gobierno segregacionista le propuso en tres ocasiones la anulación de la condena a cambio de renunciar a sus ideales.
Nelson Mandela rechazó todos los ofrecimientos y siempre subrayó que la libertad y la justicia para su pueblo estaban primero y por encima de la vida personal.
Fue sepultado en la mañana del domingo 15 de diciembre en la comunidad campestre de Qunu, Eastern Cape, donde transcurrieron los primeros años de su infancia como niño elegido por la tribu Xhosa, clan Thembu, para convertirse en un futuro rey.
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