Dicho sea de paso: Un porvenir de miedo

Para Alejandro,
el mejor hermano que alguien pueda tener.

Charles Gaulle decía que «dado que un político nunca cree lo que dice, se sorprende cuando otros le creen».

Yo, sin ser político, me voy sorprendiendo a menudo de cómo esta sociedad mexicana, tan vejada y maltratada históricamente por sus gobiernos, se va creyendo las falacias que últimamente viene difundiendo esta administración, sin darse cuenta del engaño y, sobre todo, sin reaccionar ante la mentira.

Y es que en ocasiones resulta muy difícil entender de qué país nos habla el presidente Peña Nieto en ese discurso optimista que no deja de presentar a las reformas estructurales como la panacea y los fundamentos de un mejor país que no se ve por ningún lado.

La realidad es muy diferente, pues es evidente que las reformas no han dado los resultados que se esperaban, por errores tanto en su propio contenido, como en su implementación, por lo que éstas, que deberían de ser el antídoto contra este estancamiento, no han marcado ninguna diferencia.

Esta administración, al igual que muchas otras, va cayendo en el conformismo mediocre de presumir como un logro la estabilidad económica y los bajísimos niveles de crecimiento, olvidando no sólo la promesa de que el PIB se incrementaría a estas fechas a tasas del 5 por ciento, sino dejando de lado la imperiosa necesidad de crecer económicamente, como una medida esencial para abatir eficazmente la pobreza.

El gobierno del Presidente Peña Nieto parece no entender lo ineficaces que son los programas sociales, como el instrumento para acabar con ese lastre que tiene atrapada a la mitad de la población, pues están diseñados para administrar el problema y obtener rédito político, sin solucionarlo.

Nuestro país, decía un analista hace poco, necesita tasas de crecimiento superiores al 5 por ciento para abatir significativamente la pobreza, pero el crecimiento debe ser constante, no dos o tres años, sino una generación completa. Si México quiere ser considerado una Nación desarrollada, deberá crecer 6 por ciento o más durante treinta años.

El presumir el mediocre crecimiento económico, nos muestra una vez más el conformismo de esta administración. Hace unos días Luis Miguel González decía en su Caja Fuerte: «Decir que crecemos más que los países de la OCDE es una buena noticia, pero requiere un asterisco. Las naciones de esta organización han alcanzado los más altos niveles de desarrollo humano y cuentan con bajos niveles de rezago social. Países como Francia, Alemania o Canadá no necesitan crecer con altas tasas de PIB. La inmensa mayoría de su población vive bien o muy bien.»

El 2.5por ciento que creció el PIB nacional en 2015 no sólo es muestra de una economía débil, sino que no es un dato digno de presumirse en un contexto internacional.

Si bien la mayor o menor actividad económica de un país depende de muchos factores y los gobiernos no tienen o no deberían de tener mayor relevancia, lo cierto es que, en nuestro país el gobierno no utiliza los medios a su alcance para incentivar el mercado interno y, por ende, favorecer el crecimiento económico. La inversión pública en infraestructura es el principal instrumento con que cuenta el gobierno para incentivar el crecimiento y al sector privado.

Cada que el gobierno ha tenido que recortar su gasto, lo primero que se ajusta es el gasto de inversión. En enero de este año, la inversión pública fue de 51,377 millones de pesos, una caída de 33.5 por ciento respecto al año anterior y el monto más bajo desde 1991. La inversión física presupuestaria, que en 2014 representó 4.6por ciento del PIB, en 2015 cayó 4.1 por ciento.

Don Luis Foncerrada, Director del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado y uno de los más sensatos economistas que he leído o escuchado, decía que para crecer a tasas del 4 por ciento, se necesita que del presupuesto de Egresos de la Federación se destine más del 25 por ciento al gasto en inversión y que represente al menos el 7 por ciento del PIB, pero actualmente la inversión es 20 por ciento del presupuesto y entre 3 y 4.5 por ciento del PIB.

Esto nos muestra que la reforma fiscal fue un gran fracaso, porque no contempló una nueva política presupuestaria. Es evidente la necesidad de impulsar iniciativas para reestructurar y reorientar el gasto público, pues a pesar de que el monto de éste se incrementa cada año y en los últimos 3 años creció 30 por ciento como proporción del PIB, no marca diferencia, pues no influye ni en el crecimiento económico ni en la generación de empleos.

Pero en este sentido, debe reconocerse que también es urgente que se establezcan controles más estrictos en el ejercicio del presupuesto y combatir efectivamente la corrupción, para que la aplicación del gasto sea honesta y transparente y así tenga el impacto económico y social que México requiere.

Por otro lado, el fracaso de la Reforma Hacendaria se materializa en el hecho de que el gobierno incrementó notablemente sus ingresos, en un entorno internacional muy deprimido, a costa de haber frenado a la economía mexicana.

La deficiente actuación de la administración pública, tiene efectos concretos en determinados asuntos, respecto de los cuales los paliativos se presentan como si fueran las milagrosas soluciones.

PEMEX anunció que obtuvo una línea de crédito con la banca de desarrollo por 15,000 millones de pesos, para cubrir deudas según dijo José Antonio González Anaya, con alrededor de 1,300 empresas con las que se tienen adeudos hasta por 80 millones de pesos.

Además, se debió pensar en las grandes empresas, pues estas también tienen derecho a cobrar y de sus pagos dependen cientos de empresas pequeñas. Por ejemplo, a una subsidiaria de ICA PEMEX le debe al rededor de 100 millones de dólares, no tiene fecha para pagarle y ya sabemos que la constructora atraviesa una difícil situación en la que ya ha suspendido sus pagos. Por cierto, el gobierno federal en su conjunto, le adeuda a ICA 36,000 millones de pesos.

Gran parte de este problema administrativo del gobierno, se debe a que no se ha buscado que prevalezca la capacidad sobre la amistad en la selección de los miembros del gabinete.

El escándalo que se armó por la fotografía publicada por Ernesto Nemer, entraña la verdadera realidad de este país, donde un niño trabaja en el olvido de la autoridad municipal, estatal, la SEDESOL y toda esa burocracia que, en teoría, debería de atenderlo, para que pudiera estar en la escuela como los niños de su edad. El cambio de dependencia del primo político del presidente, hacia la titularidad de PROFECO, demuestra que esta democracia de parientes tiene un gobierno tan grande, que siempre tendrá lugar para los amigos sin importar mucho sus capacidades.

Hace unas semanas leí en un libro de Tomas Borges que me obsequiaron, sobre el emperador romano Cayo Julio César Germánico, Calígula, que soñaba con fornicar a la luna y en un arrebato de locura nombró cónsul a su caballo «Incitatus» y se reflexionaba que estas aberraciones no son muy lejanas de las que ocurren en el México moderno, donde no se castiga al corrupto y se premia al inepto, siempre y cuando sea parte «del equipo».

México no avanza y es necesario que las cosas cambien, pues hoy vamos en la ruta mediocre hacia un porvenir que da miedo.

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