DICHO SEA DE PASO: EL PODER DE LOS IMPOTENTES
De acuerdo al pensamiento del escritor norteamericano, James Russell Lowell, «la democracia otorga a cada uno de los hombres, el derecho a ser el opresor de sí mismo».
Los mexicanos tendremos este domingo siete de Junio, la posibilidad de elegir el futuro de nuestro país y el destino de nuestras condiciones personales, que en gran medida dependen de la gestión del gobierno.
En más de una ocasión he recibido comentarios, sobre todo en redes sociales, en los que me preguntan no sólo por quién votar, sino también si hay que votar o no.
Creo que sería demasiada arrogancia, el pretender indicar a los demás cuál debe ser el sentido de su voto, además de que faltaría al deber, como guardián de mi mala fama de ser un predicador del egoísmo puro si lo hiciera. Lo que sí puedo hacer, es comentar los elementos que consideré para tomar una decisión este siete de Junio.
Como primer punto, pienso en la situación económica del país.
En realidad, nuestro México padece un severo estancamiento. Nuestras tasas de crecimiento son miserables. En el último trimestre reportado, el primero de este 2015, sólo alcanzamos a crecer 0.4% en comparación con el cuarto trimestre de 2014.
La perspectiva de crecimiento para este año, como en los dos años anteriores, ya ha sido recortada y el escaso crecimiento se ha sostenido en el sector exportador, incentivado por la devaluación de nuestra moneda. El consumo interno ha caído, lo que refleja que hacia adentro, la economía está muy deprimida.
Si bien el número de empleos parece crecer, no podemos perder de vista que un gran porcentaje de los trabajadores mexicanos está subempleado y un 58% se encuentra en la economía informal.
Muestra evidente de la mala situación económica es el alza en la tasa de morosidad de los acreditados bancarios.
Los créditos personales tienen una elevada tasa de incumplimiento. No olvidemos que si la gente no paga, es por dos cosas: Porque no quiere, lo que evidenciaría una deficiente cultura financiera, que nos dicen ha mejorado, o porque no puede, lo que hace sentir los efectos de una economía que no avanza, que está estanca. Esto es una realidad que el gobierno no ve, pero que el ciudadano sí siente.
La brecha de la desigualdad en el país es enorme y cada día va haciéndose más grande. Según el último informe de la OCDE, en nuestro país el ingreso del 10% más rico de la población, es 30.5 veces mayor que el del 10% más pobre.
Mucha responsabilidad de que la situación del país no cambie, es atribuible a una tóxica reforma fiscal impulsada por el PRI, con sus satélites y el PRD.
Reforma fiscal que fue diseñada para exprimir al ciudadano, desincentivar la inversión y que como consecuencia, frenó el crecimiento y estancó la economía.
Reforma que no cambió la situación de los más pobres, pues siguen siendo beneficiarios de cientos de programas asistencialistas que sólo sostienen la pobreza, pero no la combaten y ni mucho menos la erradican.
PRI y PRD tienen en sus filas a ese tipo de políticos a los que se refiere Su Santidad, el Papa Francisco, «que a la gente la empobrecen, para que luego voten por quienes los hundieron en la pobreza».
Descarto a estos partidos para darles un voto, igual que descarto a MORENA, el partido creado por Andrés Manuel López Obrador, porque basan su propuesta en la dádiva y la limosna que emanan del presupuesto. Rechazo a los que se dicen «progresistas», porque como decía Gordon Liddy, «Ahora resulta que «progresistas» son aquellos que se sienten enormemente solidarios con el prójimo y entonces pretenden ayudarle, no con su dinero, sino con el nuestro».
Pienso también en el México corrupto que padecemos día a día.
Creo que el sistema está mal, tan mal que los partidos políticos, lejos de ser entidades de interés público, se han convertido en colectivos de malhechores, en lucha por la apropiación del erario público.
Al decidir mi voto, pienso en el PRI y las casas de los funcionarios públicos, adquiridas en condiciones por demás sospechosas, los contratos de obra con grupo HIGA y los audioescándalos de OHL y sus negocios en el Estado de México.
Pero pienso también en el PAN y los moches o sus fiestas con «señoritas» de muy dudosa reputación. No paso por alto los oscuros contratos de obra en el Distrito Federal, la corrupción en las delegaciones controladas por el PRD y los pactos con informales en la capital, que se multiplicaron en los tiempos en que gobernaba López Obrador, quien pregona siempre una defensa de los pobres y nos ha demostrado que, como dice el líder cetemista, Joaquín Gamboa Pascoe, «En México, es mejor negocio defender al pobre que explotarlo».
Esta triste reseña no dificulta mi elección. Creo que hay un interés real de alguien para combatir la corrupción, más allá de la vacilada priista que es el recién creado Sistema Nacional Anticorrupción, promulgado por el Presidente Peña Nieto.
Quiero un México honesto y transparente, donde se pueda auditar el gasto público en tiempo real, las licitaciones sean claras y los corruptos vayan a la cárcel.
Creo que, como afirmaba Theodore Roosevelt, «La primera tarea del arte de gobernar, es destruir ese gobierno invisible. Contaminar esa alianza terrible entre los negocios corruptos y los políticos corruptos».
Para votar, quiero pensar en propuestas y no en promesas.
Aunque el presidente y su partido van pregonando por todos lados las reformas estructurales implementadas en estos dos años, la verdad es que no han pasado de ser promesas, pues los beneficios obtenidos son mínimos. Las reformas no han detonado crecimiento, ni han atraído inversión.
A pesar de que Enrique Peña Nieto les atribuye grandes logros y presume espectaculares números en captación de Inversión Extranjera Directa, hay que tomar en cuenta que el repunte de la IED del primer trimestre de 2015, fue posible por la adquisición de Iusacell/Unefón, por parte de AT&T, en 2 mil 37 Millones de dólares, inversión que no genera expansión, ni nuevos empleos. Sin esta compra, la Inversión Extranjera Directa de este trimestre, hubiese caído 284.6 millones de dólares, comparándola con el periodo enero – marzo de 2014.
Por otra parte, de los 7,573.2 MDD de IED, sólo 37% fueron nuevas inversiones y casi el 60% fue reinversión de utilidades.
Para decidir, tomo en cuenta la seguridad y la legalidad.
Es cierto que la violencia en que vivimos fue detonada por las decisiones del gobierno de Felipe Calderón, pero no olvido que el PRD se ha vendido como franquicia y con ello permitió que muchos criminales llegaran al poder, ni olvido casos como Michoacán, donde el crimen se adueñó del estado, ante la complacencia de los gobiernos priistas de Fausto Vallejo y Jesús Reyna.
Mucho menos puedo pasar por alto, los compromisos del presidente que nos prometió seguridad, ni los de los priistas que hoy, como ayer, dicen que saben cómo hacerlo. Ellos están hoy en el gobierno y los juzgo por sus resultados, no por sus intenciones. Por eso, no le doy un voto al PRI.
No puedo creer en la seriedad de sus propuestas, por la incongruencia de sus actos, pues veo el caso de la reforma educativa, donde primero se plantea un gran cambio legal, que después se deja de lado al suspender su punto medular: la evaluación de los maestros para ingresar o permanecer en el sistema educativo.
Al considerar estos elementos, decidí que mi voto se pinta de azul, pues creo en el cambio de rumbo con buenas ideas. Creo que merecemos mejorar el ingreso del ciudadano y no del gobierno. Creo en que necesitamos un gobierno transparente y que para frenar el abuso de los funcionarios, debemos meter a los corruptos a la cárcel.
Sé bien que mi elección es por el menos peor, pero sé también que sólo así podremos cambiar el destino de la nación, pues el panismo, que pretende retomar el poder ejecutivo en 2018, habrá de tener un profundo análisis interno que lo convierta en opción de gobierno y eso se reflejará en un buen trabajo legislativo de sus diputados.
No es esto una invitación a que me siga en mi voto, pero es una invitación a que sí vote.
Nuestro sistema requiere un cambio, pues no puede ser que el PRI, con un 35% de intención de voto, se perfile para ser mayoría en la cámara baja. Es absurdo que un partido, mayoritariamente rechazado por los electores, sea el partido que represente mayoritariamente a los ciudadanos.
No es un sistema perfecto, pero anular el voto no va a lograr un cambio.
Creo que anular no es un acto valiente, por el contrario, me parece que es una acción cobarde de personas que no se quieren comprometer con el futuro su país. Personas que no entienden que parados en la urna, frente a la boleta, es el momento en que tiene un poder que no volverá a ver en tres años, es el momento en que no podemos olvidar la impotencia sentida, pues ese instante es el momento en que tenemos poder, los que no tenemos poder.
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